Miembros de honor

(†) Manuel Alvar López   1923 - 2001

Manuel Alvar López (Benicarló 1923–Madrid 2001) estudió en las Universidades de Zaragoza y de Salamanca, sede de su licenciatura; obtuvo el Doctorado en la Complutense de Madrid. En 1945 volvió a la Universidad de Salamanca como Profesor Encargado de Literatura española; en 1948 consiguió la cátedra de Gramática Histórica en la Universidad de Granada, que ocupó hasta 1968, cuando se trasladó a Madrid para cubrir la de Lengua Española, primero en la Autónoma y desde 1971 en la Complutense. En 1966 creó en Málaga el Curso Superior de Filología Española del CSIC, que dirigió hasta 1977, promoviendo su prestigio internacional. Desarrolló una intensa actividad didáctica en Universidades y Centros culturales nacionales e internacionales, como conferenciante, director de tesis doctorales, profesor visitante. Después de la jubilación, la State University of New York at Albany le llamó como catedrático. De 1974 a 1999 fue Director de la Revista de Filología Española, de la cual había sido redactor desde 1948 y vice-Director desde 1969. En 1952 fundó la revista Archivo de Filología Aragonesa, que dirigió hasta 2001. De 1988 a 1991 fue Director de la Real Academia Española, de la que era miembro desde 1974; fue también miembro de la Academia de la Historia desde 1999. En el trienio 1990-1992 fue Consejero de Estado. Los múltiples encargos académicos y científicos, y los méritos adquiridos con su altísima profesionalidad y dedicación, le merecieron múltiples reconocimientos prestigiosos, condecoraciones, ciudadanías de honor dentro y fuera de España; ventiocho Universidades españolas y extranjeras le nombraron Doctor Honoris Causa.

Desde sus comienzos, y dentro de la tradición magistralmente fundada y cultivada por Menéndez Pidal y sus discípulos directos como Amado Alonso y Rafael Lapesa, las investigaciones de Manuel Alvar se dirigieron a la lengua española, con el paralelo interés hacia la literatura, ambas estudiadas en todas sus épocas, prevaleciendo la medieval. Su bibliografía alista más de ciento cincuenta volúmenes y de seis centenares de artículos.

Sus estudios sobre la lengua se centraron en la geografía lingüística y la dialectología, donde la labor de Alvar logró resultados de valor extraordinario inclusive en la vertiente metodológica, dando vida a un patrimonio inestimable de conocimientos y promoviendo en España y en Hispanoamérica escuelas y líneas de investigación de gran prestigio. La geografía lingüística le debe el modélico Atlas lingüístico-etnográfico de Andalucía, entre cuyos calaboradores descuella Antonio Llorente Maldonado de Guevara: el anuncio lo dio el Cuestionario en 1951 y el primer volumen vio la luz en 1961; se completó en los decenios sucesivos, mientras se iban fraguando y aparecían, elaborados o asesorados por Alvar, los Atlas de otras regiones de la Península. Y de fuera de ella: la capacidad de trabajo inagotable y la fascinante sabiduría de don Manuel fueron dando sus frutos también en varios países de habla española que realizaron sus Atlas, desde el sur de Estados Unidos hasta Patagonia; determinante fue su colaboración para el Atlas del Mediterráneo. La formidable experiencia atesorada en las investigaciones de campo fueron dando al dialectólogo Alvar pábulo precioso para la otra de sus pasiones de lingüista, la dialectología, ya manifestada en 1946 con El habla del Campo de Jaca, Premio Menéndez Pelayo de Investigación; El español hablado en Tenerife, de 1959, le mereció el Premio Antonio de Nebrija, y con Estructura del léxico andaluz, de 1960, obtuvo el Primer Premio Nacional de Investigación del CSIC. En el mismo año sus Textos hispánicos dialectales marcaban un hito en la historia de la asignatura, tanto para estudiantes como para investigadores. Era obvio que su patria chica le suscitara al aragonés Alvar una atención especial: en 1953 apareció El dialecto aragonés y entre 1973-1998 imprimió tres tomos de Estudios sobre el dialecto aragonés; en 1976 salió Aragón, literatura y ser histórico, Premio Nacional de Literatura, sección Ensayo. Con Estructuralismo, geografía lingüística y dialectolgía actual, de 1969 y reediciones en 1973 y 1983, Alvar ofreció un sumario de sus estudios y una guía indispensable en dos ámbitos de sus investigaciones sobre la lengua. Los más tratados pero no los únicos, ya que sus intervenciones y búsquedas en sociolingüística y lexicología no fueron de alcance menor: baste citar los dos volúmenes del Léxico de los marineros peninsulares de 1985. La historia de la lengua tampoco quedó excluida de sus intereses; recuérdese la Morfología histórica del español, en colaboración con Bernard Pottier (1983). Desde 1978 fue 'Investigador Principal' en el Proyecto «The Spanish Medieval Dictionary» de la Universidad de Wisconsin.

A la literatura Alvar se dedicó como editor, historiador, crítico e incluso como creador, según atestiguan sus doce libros de poesía. Son el espejo directo de las reacciones afectivas de su sensibilidad frente a sus ricas experiencias de vida, desde los viajes, la familia y las amistades hasta la contemplación de una obra de arte; al mismo tiempo, fueron su espacio de reflexión existencial entre certezas e insuprimibles dudas. Y allí están al trasluz los poetas de la modernidad más amados y estudiados: Unamuno, en primer lugar, y Delmira Agustini, y Machado, Guillén, Jiménez, Aleixandre, entre otros. Véanse sus Estudios y ensayos de literatura contemporánea (1971), seguidos por los Nuevos estudios y ensayos veinte años después; pero también De Galdós a M. A. Asturias (1976).

La formación básica de Alvar no podía dejar de atraerle hacia la literatura medieval, desde la épica al cancionero (edición paleográfica del Cancionero de Estúñiga, en 1981, con su esposa Elena), explorada a través de ensayos (Disputa del alma y el cuerpo, Poema de Yúçuf, Ausias March, Carvajales, rúbricas del Cancionero de Baena); de monografías (tal resulta la colección de artículos El romancero. Tradicionalidad y pervivencia, 1970, con una atención especial al patrimonio de cantos y a la cultura de los sefardíes de Marruecos, que le inspiraron libros específicos); y monografías exhaustivas y modélicas son sus amplias introducciones a ediciones monumentales: Libro de la infancia y muerte de Jesús, de 1965; Vida de Santa María Egipciaca, en dos volúmenes, de 1970-72, ya Primer Premio Nacional de Investigación del CSIC en 1964; Libro de Apolonio, en tres volúmenes, de 1976, todos comentados con gran riqueza de erudición y finura crítica; como sus magnas recopilaciones: Poemas hagiográficos de carácter juglaresco, Cantares de gesta medievales, Poesía española medieval, Antigua poesía española lírica y narrativa. Buena parte de su labor de medievalista está recogida en dos volúmenes de Miscelánea de estudios medievales (1990) y en el póstumo Voces y silencios de la literatura medieval (2003).

En la historia de la vertiente más estrictamente humanística de la ciencia española del siglo XX, Manuel Alvar ha sido una de las últimas magnas figuras de investigador y maestro todavía ajeno a la parcelización especialística del saber, ya sea en los contenidos ya sea en las épocas. Una peculiaridad que, en el ámbito específico de los estudios lingüísticos y literarios, ha visto la marcada primacía de España en el contexto europeo correspondiente.

Giuseppe Di Stefano

(†) Samuel G. Armistead   1927 - 2013

Uno de los medievalistas norteamericanos más destacados, Samuel Gordon Armistead fue a su vez uno de los próceres del hispanismo mundial, además de una gran persona. Modesto, amable, incondicionalmente generoso, y siempre lleno de buen humor, Sam poseyó un intelecto luminoso, una erudición abrumadora, y una pluma prolífica. Murió en Davis, California en el seno de su hogar a los 85 años de edad el 7 de agosto del 2013. Fue en Davis, en la Universidad de California, donde por más de tres décadas ejerció el cargo de Distinguished Professor of Spanish. Durante su larga y fecunda carrera, también le tocó ser profesor en las universidades de Princeton y Purdue, tanto como en las de Pensilvania y UCLA, a la vez de haber sido invitado en muchas otras universidades norteamericanas y europeas. Entre sus tan merecidos galardones, Armistead fue nombrado miembro de honor de la Medieval Academy of America (1973), la American Folklore Society (1991), y la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (1994). En 1990 fue proclamado doctor honoris causa por la Universidad de Georgetown (1990) y por la de Alcalá de Henares en el 2010. Miembro correspondiente tanto de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (1998) como de la Real Academia Española (2009), también fue reconocido con el prestigioso Premio Internacional Antonio de Nebrija de la Universidad de Salamanca (1999).

Sam se crió en Chestnut Hill, Filadelfia, estado de Pensilvania, pero por la sencillez que siempre le caracterizaba nunca se jactó de sus orígenes, a pesar de pertenecer a una de las familias más ilustres y antiguas de Estados Unidos. De joven, asistió a la William Penn Charter School, una institución quaquera. Fue guiado siempre en su temprana educación por su madre, Elizabeth Tucker Russell Armistead, lectora ávida, historiadora, y aficionada a la práctica y al estudio de las lenguags extranjeras, gustos que transmitió a su hijo con creces, y quien las desarrollaría durante el resto de su vida. De joven, Sam quiso aprender a hablar castellano y, a través de familiares y amigos en Cuba, se fue a la isla donde pasó varias temporadas estudiando el español. Pero sus periplos cubanos constituyeron mucho más que un aprendizaje linguístico: cimentaron la base no sólo de su pasión por la lengua, sino por la literatura y la cultura hispánicas, que después Sam convertiría en la materia de una brillante carrera académica. Originalmente destinado a ser abogado o banquero por tradición familiar, durante sus años universitarios en Princeton Sam se encontró con don Américo Castro, quien le encaminó en el hispanismo y le cambió la vida, dejándole a la vez una inconfundible huella en su formaciónnintelectual. Después de graduarse de Princeton en 1950 con los honores más altos (Phi Beta Kappa), se quedó en esa universidad para cursar estudios graduados, doctorándose en lenguas romances y filología españóla en 1955 con una tesis titulada "La gesta de las mocedades de Rodrigo: Reflections of a Lost Epic Poem in the Cronica de los reyes de Castilla and the Cronica general de 1344", escrita bajo la dirección de don Américo.

Aunque Sam se especializó en literatura medieval española, su inagotable curiosidad lo llevó al estudio de otras lenguas (sabía hablar nueve de ellas) y otras materias: el folklore, la etnografía, y la literatura comparada, entre ellas. Su primer puesto de professor universitario fue en la Universidad de California, Los Angeles (UCLA), donde lo contartó la entonces jefe del departamento, Ana G. Krause, distinguida estudiosa de la poesía de Jorge Manrique. En 1957 Armistead emprendió una colaboración que se convertiría en el eje principal de su vida académica: la recolección, edición, y el estudio del romancero hispánico desde una perspectiva comparada. Desde el inicio del proyecto en UCLA trabajó en equipo con dos otros eminentes hispanistas, el filólogo Joseph H. Silverman (1924-1989) y el musicólogo Israel J. Katz (n. 1930), con los cuales desarrolló una vasta obra enfocada principalmente en la tradición oral de las comunidades sefardíes de Marruecos y del Mediterráneo oriental. También colaboró con el luso-brasileñista Manuel da Costa Fontes, sobre todo en cuestiones de la tradición oral del romancero portugués y brasileño. Los amplios estudios de Sam cubren, así, tanto vastas materias como vastos espacios geográficos: el romancero peninsular y el del norte de Africa, y las baladas danesas de las Islas Feroe; la poesía improvisada de Canarias, y el español de los Isleños, los habitantes de raíces canarias de la parroquia de San Bernardo, Louisiana, cuya lengua actualmente corre peligro de desaparecer. Además, Armistead publicó investigaciones sobre materia tan variada como los cuentos del Hermano Conejo (Br'er Rabbit) de la ribera oriental del estado de Maryland, Estados Unidos, y llevó a cabo estudios pioneros sobre múltiples géneros de la tradición oral panhispánica, incluyendo las kharjas, las adivinanzas, la paremeología, y los cuentos folclóricos. Durante su larga y fecunda carrera también realizó estudios importantes sobre la literatura tradicional árabe tanto como la épica pan europea, sobre todo la francesa y la germánica. En el momento de arrebatarle la muerte Samuel G. Armistead había publicado unos treinta libros y casi 600 artículos y reseñas -una producción erudita sencillamente deslumbrante pocas veces lograda por los estudiosos más productivos de nuestra profesión. Su obra sobre el romancero y la tradición oral, pero especialmente la del folclor sefardí, es considerada su opera magna y perdurará. De ahora en adelante lo que siempre faltarán son su profunda sabiduría, su prodigiosa memoria, su cálida amabilidad, su gran sentido de humor -siempre lleno de travesuras e ironías-, su espléndida generosidad, su inacabable pasión y entusiasmo por todo lo hispano, y el calor humano y humanitario de este noble maestro, amigo, e ilustre hispanista, ejemplo para todos.

E. Michael Gerli

(†) Eugenio Asensio   1902 - 1996

Eugenio Asensio nació en Murieta en 1902. Su carrera discurrió al margen del tráfago y las pleitesías que a menudo impone la vida universitaria. Desde su puesto de catedrático de instituto, ejerció de auténtico humanista, de erudito vocacional, al que guiaban, no las ambiciones de una carrera profesional, sino la curiosidad insaciable de quien no se conforma con lo que sabe y busca explicaciones para el mundo que le rodea. Es por eso que
su producción científica nunca fue primeriza. Sin las prisas de un currículo por hacer, se dedicó durante años a la paciente labor de lectura y a la recopilación primorosa de datos. Del mismo modo, calló con prudencia y sólo habló cuando tenía que hacerlo, cuando creía que sus palabras arrojaban luz a problemas antes irresueltos. Frente a la barahúnda bibliográfica que hoy nos anega, donde tanto entorpece la hojarasca, su actitud se erige, también por esto, en ejemplo para filólogos actuales y por venir.

Sus primeras aportaciones surgieron, pues, respaldadas por amplios conocimientos, sólidamente asentados, que habían comenzado con sus estudios de Filosofía y Letras en Madrid y que prosiguieron durante la etapa en que ejerció como ayudante de cátedra en Latín o durante su estancia en Berlín como estudiante de griego. Más tarde llegaría la cátedra de instituto, desde la que ejerció su magisterio, dentro y fuera de las aulas, hasta los años finales de su retiro portugués. Ávido de anchos horizontes intelectuales, la adquisición de varios idiomas le franqueó el acceso a extensos campos de conocimiento. Junto a las lenguas clásicas, dominó el griego moderno, las lenguas románicas, el inglés, el alemán o el ruso. Este último, sin ir más lejos, le brindó la posibilidad de acceder directamente a las teorías formalistas rusas, mientras que en Occidente estas se difundían con la intermediación de traducciones o estudios, como el de Victor Erlich.

Su primera empresa de envergadura, su tesis de doctorado sobre Quevedo, apuntaba ya a uno de los grandes centros de interés de su periplo investigador, el Siglo de Oro y los sistemas de pensamiento de aquella época, brillante y convulsa, clave para comprender el devenir de España, casi siempre problemático. Sin embargo, su producción crítica sólo comenzó a ver la luz traspasado ya el ecuador de su vida, en torno a los cincuenta años. Desde entonces se sucedieron sus aportaciones, primero en revistas y volúmenes colectivos; más adelante, en recopilaciones de sus propios trabajos, no pocas veces bajo la iniciativa de amigos y discípulos, que buscaban así el disfrute de su lectura y el enfoque comprehensivo con que a menudo estaban dotadas sus enseñanzas.

Una de estas recopilaciones resulta de gran interés para el estudio del medievalismo hispánico. Se trata de Poética y realidad en el cancionero peninsular de la Edad Media, que la editorial Gredos publicó, en 1970, en su irrepetible Biblioteca Románica Hispánica. En poco más de trescientas páginas, el profesor Asensio abordaba diversos aspectos de la poesía de corte y la incorporación en ella de elementos popularizantes, atendiendo sobre todo a la presencia de estructuras paralelísticas en las cantigas de amigo gallegoportuguesas, en la obra de Gil Vicente o en la lírica castellana. Pero también había hueco para exploraciones en torno al posible origen popular de la lírica románica, a través de las poesías del ciclo de mayo, las jarchas y las cantigas de amigo, o, en fin, para rastrear el influjo del discurso cortés occitano sobre el trovadorismo ibérico. El resultado era una visión de conjunto, dotada de sorprendente coherencia, cuyo propósito confeso era poner coto a los excesos de cierta crítica, tanto la que perpetuaba los mitos nacionales de inspiración romántica, como de aquella otra que, por reacción, exageraba la deuda de la poesía en vulgar para con los maestros occitanos.

Algunas de las líneas investigadoras diseñadas en Poética y realidad… se complementaban con las expuestas en otro florilegio de trabajos, que fueron reunidos en 1974 bajo el epígrafe común de Estudios portugueses y que publicó la Fundação Calouste Gulbenkian. El prologuista de dicho volumen, el profesor José Vitorino de Pina Martins, destacaba el respeto del profesor Asensio por los textos, a los que dejaba hablar sin que su voz se viese interferida por la del propio crítico, pero sólo tras una ardua labor de elaboración crítica, de cotejo de fuentes y modelos. Este rigor filológico se veía acompañado por la originalidad de sus propuestas y conclusiones, conseguida, en buena medida, a costa de reducir la vasta erudición que poseía a la categoría de elemento auxiliar.

Esos Estudios portugueses reflejaban, además, la amplitud de sus intereses y conocimientos: la relación entre lengua e imperio en la Edad Media y en el Humanismo ibéricos, el cancionero de Martin Codax, la formación de la leyenda de Inés de Castro, diversos aspectos del teatro vicentino, seguidos de otros abordajes al Renacimiento portugués, con calas en las obras de Bernardim Ribeiro, Camões, João de Castro o António Prestes. Así se esbozaba un fresco del diálogo cultural entre Portugal y España, en aquella época de florecimiento intelectual y glorias ultramarinas.

La compilación anterior refleja, asimismo, la importancia que el profesor Asensio concedía al Siglo de Oro, a cuya comprensión dedicó buena parte de sus más brillantes trabajos. Decisivas fueron, sin ir más lejos, sus pesquisas acerca del teatro áureo, sobre todo del género del entremés. Pero asimismo lo fueron sus investigaciones sobre la difusión por tierras hispanas de las ideas erasmistas, complementarias de las que desarrollara Marcel Bataillon y que respondían a la inquietud que siempre le suscitó el estudio de las corrientes espirituales. O, también, su acercamiento a la cuestión conversa, con el que enmendó las tesis de Américo Castro sobre el papel de las minorías judía y musulmana en la conformación histórica y cultural de España. En la misma línea habría que situar aquellos otros artículos, sobre a fray Luis de León, fray Cipriano de la Huerga, El Brocense, Luis Vives y tantos otros intelectuales de la época, que ejemplificaron el encuentro, a veces conflictivo, entre las ideas humanistas y el celo de las autoridades eclesiásticas. A estos problemas tampoco se sustrajo Quevedo, como bien mostró el profesor Asensio al abordar sus relaciones con la Inquisición. Pero de la obra de don Francisco destacan también aquellas otras contribuciones, en las que se revelaba el hondo caudal de conocimientos de la tradición clásica, de retórica y poética de este autor —condensados, por ejemplo, en la imagen del reloj de arena o en el cultivo de las silvas.

Eugenio Asensio murió en 1996, tras una larga y serena trayectoria de hombre de letras. Erudito, intelectual y pensador, su figura permanece como ejemplo preclaro de quien consiguió mantener la Filología en su condición primigenia de estudio de la cultura.

Santiago Gutiérrez

(†) Gemma Avenoza   1959 - 2021

Sin anillos ni pulseras

Tras una pugna sin tregua contra el cáncer, el 22 de enero Gemma Avenoza falleció en Barcelona, donde vio la luz en 1959 y donde desarrolló la mayor parte de su trayectoria no solo profesional sino también personal. Un itinerario centrado en estudiar los libros —y, ante todo, su diseño, su formato, su difusión y su lectura—. En otras palabras, una travesía consagrada a ratificar que se erigen en las ventanas maravillosas por las que nos asomamos al mundo, tal cual María Moliner, también desaparecida un 22 de enero, los definió en su celebrado diccionario de 1966.

Gemma Avenoza ejerció como catedrática de Filología Románica en la Facultad de Filología y Comunicación de la Universidad de Barcelona. Accedió al cuerpo docente en 2019 después de iniciar en 1988 una singladura académica e investigadora que la convirtió, de entrada, en profesora asociada en la Universidad de Santiago de Compostela y, más adelante, en profesora titular en la de Barcelona. Sin embargo, desempeñó su labor en diversos escenarios, incluidos los globales. Por ejemplo, en la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, en el Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española, en el Instituto de Investigación en Culturas Medievales y en las Universidades de California y Harvard.

En la Universidad de Barcelona, se licenció en Filología Hispánica en 1984 y se doctoró en Filología Románica en 1989. En este caso, lo logró con la tesis Repertori dels manuscrits en llengües romàniques conservats a biblioteques barcelonines. En ella, transmitió su afecto por las distintas esferas de la cultura románica medieval —y, en concreto, por su dimensión escrita y, en buena lógica, por sus códices—. Asimismo, esbozó unos cuantos de sus intereses posteriores, como las humanidades digitales, la codicología, los membra disiecta, los fragmentos, las fuentes literarias y las traducciones. Ambas cosas bajo la dirección del Dr. Vicenç Beltran, impulsor de numerosas iniciativas científicas en el espacio de la romanística en general —y del hispanismo y la catalanística en particular— desde 1972, amén de maestro de filólogos desde 1985.

Aunque agazapadas entre los formalismos inherentes a la prosa académica, la lectura de esta investigación permite entrever determinadas señas de su identidad. Para muestra, cabe recordar cuando alertó, con acierto, de que "nos falta el catálogo de catálogos que ponga al alcance del romanista toda la información posible sobre los manuscritos que le interesan"; cuando concedió, a continuación, que "son muchos los problemas que hacen que este proyecto sea utópico, casi imposible", y cuando se propuso, con arrojo, que "se sepa con absoluta certeza qué es lo que tenemos, de qué material disponen ahora —y aún— nuestras bibliotecas barcelonesas". Cabe hacerlo por cuanto facilita vislumbrar su capacidad para el examen preciso, su destreza para el diagnóstico ecuánime y su tesón para el resultado aplastante.

Porque su curiosidad, su dedicación y su entusiasmo no conocieron nunca límites. Lo atestigua su participación, si no su liderazgo, en la Bibliografía de Textos Catalanes Antiguos, en el boletín bibliográfico de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, en el Corpus Biblicum Catalanicum y en la Red del Libro Medieval Hispánico. También lo consiguen sus contribuciones en muchas de las principales publicaciones internacionales, como Bulletin of Hispanic Studies, eHumanista, Gutenberg Jahrbuch, Magnificat, Quaderni di Romanica Vulgaria, Revista de Filología Española y Romania. Sin duda, se debe decir lo mismo de sus trabajos Biblias castellanas medievales (2011) y "Codicología. Estudio material del libro medieval" (2019), convertidos en referencias indispensables de un legado intelectual cuya gestión deviene un encargo para la Dra. Lourdes Soriano, su más estrecha colaboradora.

Con miras a honrarla tal y como merece, se impone acabar anotando que, de verdad, estos empeños escolares no constituyeron sino la expresión de una descomunal generosidad —atuendo, a su vez, de una inmensa humanidad—. Nos animó siempre a todos en nuestros afanes, atendiéndonos y ayudándonos con un sincero cariño. Y, además, nos regaló hasta el final una lección de amor a los suyos —y, en especial, a su esposo Javier y a su hija Clara, a quienes profesó veneración—. Con razón, nos aconsejó manejar los manuscritos sin anillos ni pulseras, pues, a la postre, esta fue su divisa para caminar dulcemente la vida.

 

Pere Ignasi Poy

Profesor e investigador de la Universidad de Barcelona–IRCVM

 

(†) Manuel C. Díaz y Díaz   1924 - 2008

Es muy difícil hacer la laudatio de alguien cercano. Estoy seguro de que otros habrían abordado la tarea con más tranquilidad y, posiblemente, con tanto afecto; pero voy a intentar hacerla de tal manera que se pueda percibir al ser humano que se escondía tras aquellas gafas de cristales muy oscuros. Acerca de palmarés académico y civil, de sus doctorados honoris causa, de sus premios y distinciones y de su bibliografía han escrito afectuosa y piadosamente muchas cosas Antonio Linage Conde en Biuium (Madrid: Gredos, 1983), Manuela Domínguez García en Euphrosyne (22, 1994), y en In marsupiis peregrinorum (Firenze: SISMEL, 2010); ella también, en compañía de José García Oro, en la recopilación de artículos de Escritos jacobeos (Santiago: Universidad-Consorcio, 2011), etc. De modo que me siento libre de dibujar un panorama de su investigación: ellos lo han hecho mucho mejor de lo que yo podría.

El Profesor Manuel C. Díaz y Díaz, mi padre, fue una persona muy celosa de su intimidad y procuraba siempre que entre el exterior y él hubiera una especie de barrera que le permitiera mantener a salvo su «castillo interior». Y así ya desde niño, según cuentan las crónicas; sin pretender ser un puer senex, ni serlo, mi padre dejó un recuerdo curioso entre quienes le dieron clase, recuerdo del que tuve noticia hace poco al enterarme, por un amigo común que me contó, por boca del anciano profesor de Filosofía que tuvo mi padre en el Instituto de Ávila, una anécdota significativa: cuando se examinó de Reválida de Cuarto, el tribunal se fijó en que en el aula había un chico delgadito que salía siempre el último de cada una de las pruebas y que daba la impresión de estar como arrobado. Y D. Manuel Mindán Manero, miembro del tribunal, su viejo profesor (murió hace poco a los 103 años), le contaba a este amigo suyo «Y mire usted, el muchacho parecía que estaba en la luna, y salió siempre el último? pero no se recordaban en Ávila exámenes de Reválida como los que él hizo? y pensamos todos, 'este hará Ciencias', pero no, luego supe que había hecho Clásicas en la Central». Muchísimos años después de haberle dado clase, recordaba todavía la atención silenciosa y la curiosidad infinita de aquel jovencito, al que todos daban por hombre de Ciencias, y matemático a mayor abundamiento, que acabó dedicándose a la Filología Clásica y consagrándose a la Edad Media en todas sus manifestaciones.

Es muy fácil ahora, en plena reforma a la bononiense, imaginar un currículo de estudios de amplio espectro pero, en 1967-1968, echar a andar una especialidad de Filología Clásica abierta a las Filologías Románica e Hispánica fue un avance increíble, e incomprendido entonces y tal vez ahora también. La modalidad Hispano-Latina que se estrenó en Santiago bajo su dirección suponía que se sumaban los estudios tradicionales de Latín y Griego con las disciplinas troncales de Hispánicas: Gramática histórica, Lengua y Literatura Españolas, Lingüística Románica, etc. La idea funcionó durante un par de Ciclos, pero al socaire de sucesivas reformas, acabó desapareciendo en beneficio de una visión más tradicional. No deja de llamarme la atención el hecho de que, en bastantes de las reseñas necrológicas que siguieron a la muerte de mi padre, los autores se lamentaban de la ocasión perdida. Porque el caso es que si comparamos los planteamientos generales de los estudios de Filología latina medieval, y de sus correspondientes lengua y literatura, en el resto de Europa, resulta que los intereses y las preocupaciones de Díaz y Díaz suponían, siempre, una dependencia básica e inalienable de una formación previa en Filología Clásica; esta es la razón por la que todos los que hemos pasado por sus manos académicas, por mucha vocación por lo medieval que hubiéramos sentido, nos hemos visto en todo momento dependientes de una formación clásica sólida y centrada en los textos y en su lectura. Recuerdo que, durante la carrera, nos decía repetidamente que ni siquiera los autores clásicos del canon más convencional nos habían llegado en edición crítica teubneriana u oxoniense, sino en manuscritos trabajosamente copiados unos de otros por unos personajes beneméritos que no siempre entendía lo que sabían que merecía la pena copiar, pero lo copiaban lo mejor posible, conscientes de que su labor era importante. Y añadía, «Y si Cicerón o Virgilio eran importantes, y sin embargo, seguían planteando problemas, calculen ustedes lo que sucederá con autores no menos importantes para los que no contamos con la ayuda de centenares de comentarios y traducciones, y a los que tenemos que enfrentarnos a pecho descubierto, con nuestro conocimiento personal del latín, sin ediciones bilingües». Porque Díaz y Díaz y los textos, las ediciones, los manuscritos? era, en el fondo hablar de lo mismo, de una pasión por investigar, y de una curiosidad universal. En una de las reseñas de obituario que se le dedicaron, el autor, entre admirado y conmovido decía «Sus alumnos aseguran que Díaz y Díaz tenía en la cabeza todos los códices hispánicos» y durante el asombroso Coloquio sobre la circulación de códices en la Península, que se celebró en Santiago en 1982, los asistentes, incrédulos ante la agilidad y entusiasmo del coloquio entre mi padre y Manuel Mundó, comentaban que, siendo básicamente un latinista, mi padre «citaba, aducía y describía manuscritos y se movía por ellos y entre ellos como si los tuviera delante en todo momento»; otra gran investigadora de la musicología medieval, hablando de él, decía que una de sus grandes preocupaciones era «poder despejar algunos errores recalcitrantes que se habían adherido al corpus de códices visigóticos. Uno de ellos era el de los scriptoria y las dataciones».

Estaba convencido de lo que decía, y se le notaba. En el obituario de La Vanguardia, bajo el título de «Más allá del rosa/ rosae» se citaba una opinión suya muy meditada en la que creyó hasta sus últimos días: «saber latín es? descubrir el lenguaje literario de los textos, y no pasarse horas a la caza de genitivos. Nunca creí mucho en la gramática». En lo que sí creía, y quedó claro en aquella especie de testamento académico que fue su ponencia en el IV Congreso de Latín Medieval de Lisboa en 2006, era en la necesidad irrenunciable de buscar siempre a los seres humanos que subyacen a los textos, y hallar sus testimonios vivos, para hacerlos vivir de nuevo porque, conforme a la creencia de los antiguos romanos de que, cada vez que un viandante leía en voz alta el texto de un epitafio y pronunciaba el nombre del muerto, algo en el mundo de las sombras recibía un pequeño consuelo y, por así decirlo, un soplo de vida prestada, así Díaz y Díaz se esforzó siempre por contagiar el entusiasmo que en él despertaban los hombres que habían tenido que ver con sus textos, con sus códices, con sus pizarras visigóticas. La ponencia de Lisboa, significativamente, se titulaba «El filólogo clásico ante el latín medieval».

Soy consciente de que quizás no sea 'políticamente correcto' que el beneficiario de la laudatio intervenga en ella, pero no me resisto a subrayar cuanto acabo de decir con unas palabras entresacadas de aquella ponencia con la que casi llegó a cerrar un círculo que había abierto con su ponencia en el Congreso de Estudios Clásicos de Madrid en 1956, un manifiesto a favor del latín medieval: «Las obras antiguas suelen estar transmitidas por viejos manuscritos, a veces sumamente antiguos. ¿Quién preparó el pergamino que componen sus cuadernos? ¿Quién dispuso su caja de texto, mediante las oportunas regladuras? ¿Quién dispuso los cálamos con que se escribió, quién preparó poco a poco la tinta necesaria, no sólo para el texto, sino en su caso para las rúbricas? ¿Quién dio la orden de escribirlo y puso el dinero necesario para su confección? ¿Quién y con qué modelos lo ilustró? ¿Quién lo recibió al salir del taller tras haberle dado la forma final? ¿Se proponía algo el que dispuso la copia? Pasado el tiempo, ¿cuántas gentes lo manosearon antes de que cayera en nuestras manos? ¿Cuántos, quiénes lo han visto, tocado, transcrito, fotografiado desde entonces? Tenemos que darnos cuenta de que un texto no es sólo el producto de un autor, sino el resultado de una aceptación entre sus destinatarios, las gentes que lo leyeron y le dieron valor, de otras personas que se procuraron copias, y de los copistas que al sacar sus transcripciones leyeron mejor, o peor, con más o menos atención, su apógrafo. Un texto? representa el afán de muchos que trabajaron sobre él».

Desde luego, era atípico desde muchos puntos de vista: uno de los aspectos más sorprendentes de su inteligencia, tal vez el que movió a tantos de sus profesores a creer que iba a ser «de Ciencias» era su asombrosa capacidad de cálculo. En un breve in memoriam que escribí para la revista Myrtia, recordaba que, si mi padre hubiera tenido tiempo, habría querido, me dijo muchas veces, comprarse una cámara multiespectral para hacer un estudio sistemático de las letras de sus escribas más queridos, y penetrar hasta los recovecos espectrales, desde lo infrarrojo hasta lo ultravioleta, de la caligrafía de Vigilano, de Petrus y, sobre todos los demás, de Sampiro; estaba convencido de que semejante investigación sería revolucionaria; pero no tenía ya la vista para bromas, y la muerte lo detuvo cuando intentaba convencerme a mí de que llevara a la práctica su idea.

No voy a hablar de su fascinación por la informática y el mundo de la computación, porque es tal vez un aspecto suyo muy conocido, a ella se dedicó con entusiasmo desde los primerísimos años setenta, codeándose con físicos y matemáticos y llegando a ser él, ¡uno de Latín! el primer director del Centro de Cálculo de la Universidad de Santiago. No voy a hablar tampoco de su capacidad como traductor, con la que resultaba emocionante en clase, porque ya lo hizo con la mayor simpatía Ramón Irigoyen en uno de sus Al día: «Como traductor de Latín, Manuel Díaz fue un auténtico genio. Su traducción del Satiricón, de Petronio, batió récords de talento? Manuel Díaz traducía lo intraducible. Por ejemplo, el texto del Satiricón 'inguina atque ingenium', que es una paronomasia intraducible, él lo tradujo genialmente por 'sexo y seso'».

Y al hilo de esta pasión suya por el cálculo y la teoría de números, creo que podría ser oportuno recordar su poco conocida faceta de tertuliano: devoto de sus amigos y aficionado como pocos a la discusión de omni re scibili, encontraba siempre tiempo para participar en las reuniones de varias tertulias «multidisciplinares» en las que se cultivaba el arte de charlar y debatir con calma y con sosiego de todo lo habido y por haber. Pero es que, dentro de esas aficiones muy personales, y muy poco conocidas, tenía una de lo más insospechado (de la que también se hacía eco Irigoyen): Díaz y Díaz era un enorme aficionado a los coches, un extraordinario conductor que disfrutaba (ciertamente en tiempos menos crispados y menos tutelados) de la velocidad y de las carreteras más complicadas, y que contribuyó a la canities de bastantes amigos y colegas.

¿Qué más puedo decir? Desde que ingresó en el hospital, del que ya no salió con vida, se dedicó a escribir, como siempre, pero se vio obligado a hacerlo al dictado y tuve el placer de verlo rematar, dictándomelos al ordenador, algunos trabajos que tenía montados, y poner el punto final a un estudio codicológico sobre el Tumbo A de la Catedral de Santiago. Como si la enfermedad le fuera ajena, se dedicaba a trabajar y a atender visitas, hasta el punto de que a las enfermeras y a los médicos los traía locos, porque no entendían que alguien pudiera divertirse haciendo cosas tan infrecuentes.

Era consciente, y así lo señalaba, de que al publicar en León su Valerio del Bierzo había logrado cerrar también el círculo de su trabajo científico; creo que esa fue la feliz intuición de Helena de Carlos cuando, en el obituario que le dedicó, hablaba de que esa «conmovedora monografía? era una suerte de regreso feliz a su tesis doctoral y a su juventud académica».

Daba la impresión de andar buscando cabos sueltos o, por decirlo así, cuentas pendientes con su profesión: el día 1 de febrero, tres días justos antes de morir, me preguntó de repente: «¿Te acuerdas de que en Salamanca te había enseñado a hacer operaciones aritméticas en cifra romana?», «Claro», le dije. «¿Y sigues acordándote de cómo se hace?», «Por supuesto», contesté. «Pues hijo, ya sabes: tienes que enseñárselo a quienes puedas, porque yo no tengo ni idea de cuántos sabrán hacerlo todavía, y no hay forma de entender a los gromatici sin eso». Genio y figura.

José Manuel Díaz de Bustamante

(†) Martín de Riquer   1914 - 2013

La larga vida del Prof. Martín de Riquer Morera (1914-2013) estuvo marcada por una dedicación continua al estudio y al trabajo, fruto de una curiosidad insaciable y de una capacidad poco frecuente: con el mismo entusiasmo se aplicó a la literatura catalana medieval, a la castellana o al Quijote; a los cantares de gesta franceses, a Chrétien de Troyes y a los trovadores occitanos; a la heráldica o al armamento de los caballeros… Así es, y nos han quedado sus numerosísimas publicaciones para atestiguarlo1. Con menos frecuencia se ha insistido en su pasión por la docencia: sólo quienes siguieron sus clases dan testimonio del entusiasmo que ponía en cada una de ellas, desde el principio hasta el final. Pero investigación y docencia son dos vertientes de un mismo edificio, y no podrían haber existido la una sin la otra.
Como atestigua un libro reciente (Martí de Riquer, 2014), la trayectoria investigadora de Riquer empezó con juveniles veleidades de helenista, y su interés por el mundo clásico hizo que simultaneara los estudios sobre la literatura grecolatina, con el de los humanistas catalanes de los siglos XIV y XV: ahí surge un opúsculo de divulgación sobre el humanismo catalán y, un año más tarde, la edición de las obras de Antoni Canals, escritor catalán del siglo XIV. Eran los años 1934 y 1935; Martín de Riquer apenas tenía 21 años (Riquer, 1934; Canals, 1935). Sin duda, una circunstancia concreta facilitó el camino al joven Riquer en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, la existencia de la colección “Els Nostres Clàssics” y su temprana llegada a manos del estudioso; con esta colección se desarrolló el amor a una cultura, el compromiso filológico, el entusiasmo juvenil que durará toda una vida… Y, además, al cabo de los años, se perciben los frutos surgidos de aquellos esfuerzos: libros y discípulos.
La erudición positivista de Riquer era la herramienta necesaria para acceder a los textos, situarlos en el ámbito que les correspondía y, luego, para interpretarlos con claridad y desenvoltura. Riquer practicó la divulgación elevándola a categoría filológica. El hecho realmente importante, a mi parecer, fue el de situar la literatura catalana dentro del conjunto de las demás literaturas románicas medievales, y, también, situar la filología catalana en medio de los estudios filológicos del momento: en ambos casos, en el de la difusión de la creación literaria de la Edad Media en catalán y en el de la crítica filológica derivada de esos textos, Riquer impulsó con seriedad y dedicación lo que podríamos denominar una dignificación científica del catalán en ámbito internacional.
A partir de 1942, Riquer empezó a enseñar Literatura española en la Universidad de Barcelona, dedicándose en especial a la Edad Media, tanto castellana como catalana y provenzal: es en este momento cuando se puede ver un cambio, o, quizás sería mejor decir, una notable ampliación de sus intereses. El resultado de aquellos cursos fueron sus primeras publicaciones sobre los trovadores: ya en 1940 se había acercado a las poesías de Bernart de Ventadorn (1940), traduciéndolas y poniéndolas al alcance de un público culto, igual que hizo unos años más tarde con las albas provenzales (en 1944) y, con la edición de Cerverí de Girona (Obras completas, 1947), llevada a cabo con los escasos medios de los que se podía disponer en aquel momento de la posguerra mundial y del aislamiento español. En todo caso, la necesidad de textos y de otros materiales didácticos para sus estudiantes le llevó a traducir y comentar las poesías de los más destacados trovadores del siglo xii (Riquer, 1948a), y a elaborar un Resumen de literatura provenzal trovadoresca (Riquer, 1948b).
Esta dedicación a los trovadores provenzales no impidió que Martín de Riquer sintiera interés por otros géneros y por otras literaturas: seguía de este modo el consejo que le había dado Karl Vossler en 1944 de que no se dedicara sólo a una lengua de la Romania, sino que ampliara su estudio a las distintas modalidades lingüísticas de la península ibérica, y al provenzal, al francés y al italiano; es decir, que se convirtiera en romanista al modo europeo, o más concretamente germano-italiano.
Las distintas obras que había publicado Riquer sobre los trovadores habían llamado la atención entre los colegas españoles. Fue en especial Dámaso Alonso —quizás el único romanista español del momento— quien alentó a Riquer para que continuara en la misma línea de trabajo. Así, como director de la “Biblioteca Románica Hispánica” de la editorial Gredos, le propuso en octubre de 1950 que redactara para la colección un volumen, de unas 150-200 páginas, como “Introducción a la filología provenzal” y una “Gramática provenzal descriptiva e histórica”. Riquer aceptó con entusiasmo el encargo e incluso aventuró un título, Introducción al estudio del provenzal literario. Conocemos estos datos gracias a la correspondencia cruzada entre Dámaso Alonso y Martín de Riquer. En la misma carta de aceptación, nuestro maestro hacía saber a su corresponsal que acababa de entregar a la imprenta una traducción de la Chanson de Roland y una antología de cantares de gesta franceses, de unos 6.000 versos, para uso de los estudiantes universitarios. Se inicia de este modo otro de los grandes proyectos de Riquer, el dedicado a la épica en general y más en concreto a la epopeya francesa2.
El manual de filología provenzal no llegó a puerto y tampoco vio la luz la traducción de la Chanson de Roland de la que hablaba Riquer en su carta, pero como tantos otros trabajos, el esfuerzo no sería en vano, ya que con el paso del tiempo cobrarían envergadura ambas líneas de investigación: la antología de los trovadores se perfilaba como una serie de tres volúmenes, a la vez que la Chanson de Roland daría lugar a los capítulos iniciales de un nuevo libro para la editorial Gredos y a la publicación de la traducción del cantar de gesta francés en la popular colección Austral (Riquer, 1952b y 1960).
Lírica de los trovadores y poesía épica se habían convertido en dos núcleos del quehacer investigador de Riquer. Es natural que Dámaso Alonso, a caballo entre la erudición y la actividad editorial, se esforzara en encontrar un punto de equilibrio entre los intereses académicos y los comerciales, que intentara recuperar los trabajos de Riquer sobre provenzal que habían visto la luz en los años 40 y unirlos a las nuevas preocupaciones de su amigo barcelonés, centradas en la poesía épica. Por eso le propuso que escribiera unos Orígenes de la(s) Literatura(s) Románica(s), donde encontrarían cabida ambos aspectos y, además, se enriquecería con nuevas aportaciones sobre la narrativa y, más en concreto, sobre la materia de Bretaña.
Sin embargo, Riquer, que a la sazón contaba 37 años, es posible que viera las cosas de modo diferente: había trabajado sobre lírica trovadoresca, por lo que volver al tema no tendría para él el atractivo de la novedad y, sobre todo, nuestro filólogo tenía en mente un amplio proyecto sobre los trovadores en tres volúmenes, de los que ya había concluido los dos primeros en 19513. Parece claro que no quería desviarse de esta idea, inspirada seguramente por Die Werke der Troubadours y Gedichte der Troubadours de C.A.F. Mahn (1846 y 1855, 1856-1864).
Mientras tanto, el proyecto de la épica sufría continuos retrasos obligados por la tardanza de los envíos postales que debían hacerle llegar la bibliografía necesaria, y por el tiempo que le robaban otros compromisos: el empeño que mostró a Dámaso Alonso en que el libro de la colección “Biblioteca Románica Hispánica” llevara en el título una referencia a los cantares de gesta franceses, frente al deseo —más comercial— del director de la serie de que apareciera una alusión a la épica española, no hacía sino poner de manifiesto la distancia en los planteamientos de ambos estudiosos y la idea de Riquer de reutilizar el prólogo inédito de su traducción de la Chanson de Roland. El caso es que tras las esperas y las dificultades, las discusiones epistolares y el agobio del trabajo, vio la luz Los cantares de gesta franceses (sus problemas, su relación con España) en 1952 (Riquer, 1952b; cfr. con el “Prólogo” de Isabel de Riquer en Riquer, 2009: 18-19).
El libro, según su autor, tenía una doble finalidad, dar información acerca de la poesía épica francesa de los siglos XI al XIII y, por otra parte, señalar las relaciones de esos poemas con España, ya sean aquéllas geográficas, temáticas o genéticas. Los cantares de gesta franceses presentaba en sendos apéndices el Fragmento de la Haya y el ensenhamen de Guiraut de Cabreira en el que el trovador enumera numerosos cantares de gesta que debería saber su juglar Cabra, además de otras obras. Cuatro años habían transcurrido entre las clases de 1948 y el libro impreso4. Cinco años transcurrirían entre la edición española y la versión francesa: es un período de tiempo escaso, si se tiene en cuenta la lentitud de la difusión de la obra fuera de España, su aceptación en los ámbitos universitarios francófonos, la labor de revisión y de traducción. Pero a veces en pequeño lapso de tiempo se concentran varias publicaciones importantes sobre un mismo tema; y eso ocurrió entre que vio la luz la edición española de Los cantares de gesta franceses y la aparición del texto publicado por la librería y editorial parisina Nizet: en el año 1951 Jules Horrent publicó un par de libros magníficos, La Chanson de Roland dans les littératures française et espagnole au moyen âge y Roncesvalles. Étude sur le fragment de cantar de gesta conservé à l’Archivo de Navarra (Pampelune) (Horrent, 1951a y b). El primero de ellos pudo ser utilizado por Riquer, cuando ya había entregado a la imprenta el original de su obra; el relativo a Roncesvalles, ligeramente posterior, llegó demasiado tarde. Las Reliquias de la poesía épica, de R. Menéndez Pidal también son de 1951, pero Riquer no parece haberlas utilizado, ya que el tema se desviaba de sus propósitos. El importante estudio de Dámaso Alonso que daba a conocer la Nota Emilianense es de 1953 (Alonso, 1953); el librito de Jean Rychner sobre el arte épico de los juglares vio la luz en 1955 (Rychner, 1955); los Coloquios de Roncesvalles aparecieron en 1957 (se acabaron de imprimir el 19 de junio), aunque la reunión de los especialistas que contribuyen en el volumen es dos años anterior: en ellos R. Menéndez Pidal expuso algunas muestras de los estudios que estaba llevando a cabo sobre la Chanson de Roland y el tradicionalismo… (Menéndez Pidal, 1957). Todas ellas, y otras más, eran investigaciones “originales” y “decisivas” que obligaron a Riquer a revisar y reelaborar el texto español para su publicación en francés (Riquer, 1957b).
Riquer intenta conciliar las tesis individualistas y las tradicionalistas, entonces en plena efervescencia, y cita los textos hispánicos con frecuencia como apoyo o ejemplificación de los cantares de gesta franceses. Así, el maestro barcelonés busca la base histórica de cada poema, establece la diferencia entre historia, leyenda y cantar de gesta: la leyenda nace de la deformación de la historia; el cantar de gesta necesita de un autor: “La chanson de geste naît le jour où un poète se décide à écrire sur une légende qu’il connaît. Au fond, et du point de vue exclusif de l’histoire littéraire, l’origine des chansons de geste se confond purement et simplement avec la création de l’auteur, c’est-à-dire avec le moment où la légende se transforme en poésie grâce à un écrivain » (p. 298). Pero la cuestión no resulta tan simple, pues el poeta ha debido sacar su información de algún lugar: “Les sources de l’auteur ne doivent donc pas être sûres, mais belles; et ce qui embellit l’histoire, c’est précisément la légende » (p. 300) Leyendas que pueden ser orales, que pueden estar formadas por cantilenas y cuyos orígenes pueden remontar a épocas anteriores al siglo XI.
En definitiva, Riquer deja la puerta abierta a las teorías de Menéndez Pidal, unas teorías que en los años cincuenta se manifestaban en plenitud gracias a la laboriosidad incansable del maestro: las Reliquias de la poesía épica (1951), Los godos y la epopeya española (1955) y Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas románicas. Problemas de historia literaria y cultural (1957) pertenecen a este período y son el testimonio más elocuente de la actividad de su autor, que aprovecha cada nueva edición para responder a las objeciones que se van haciendo a sus postulados.
Los trovadores, la poesía épica francesa y la materia de Bretaña fueron algunas de las preocupaciones científicas de Riquer a lo largo de toda su vida: el tercer volumen de la Antología de textos literarios románicos medievales, estaba dedicado a la materia de Bretaña (Riquer, 1952a). Luego vendrían numerosos artículos, a partir de 1955, en los que Riquer anotaba o aclaraba diferentes versos de los romans de Chrétien de Troyes o aspectos relativos a la difusión de las obras: son trabajos llenos de sabiduría, en los que se traslucen los comentarios y observaciones de clase. Todo ello daría lugar a la traducción de Perceval o El cuento del Grial (Troyes, 1961).
El interés por el rey Arturo y sus caballeros llevó a Riquer al IV Congreso de la Société Internationale Arthurienne, que se celebró en Rennes (agosto de 1954), y allí coincidió con los profesores Rita Lejeune, Jean Frappier, Pierre Le Gentil y Omer Jodogne. El ejemplo de los estudiosos de la materia de Bretaña, sirvió para lanzar la iniciativa de realización de un primer congreso sobre épica, que tuvo lugar en Pamplona y Roncesvalles bajo los auspicios de la Universidad de Zaragoza, y gracias al impulso de Riquer y de José María Lacarra. En la clausura de aquellos coloquios se proclamó la creación de la Société Rencesvals, que sería legalizada años más tarde.
Durante muchos años, el estudiante de Literaturas románicas apenas dispuso de otras traducciones de textos franceses y provenzales de la Edad Media que las que había hecho Riquer, y como manual no había otro que la parte dedicada al mismo periodo en la Historia de la Literatura Universal de Riquer y de J. M. Valverde (1957-1959), obra que, dicho sea de paso, tendría un gran éxito y varias reediciones.
Ya he señalado que desde 1942, Riquer enseñaba también Literatura española, de manera que el catalán y el gallego-portugués no quedaban desasistidos, ya sea por su presencia en el programa de “Románicas”, o en el de “Hispánicas” de la Universidad de Barcelona. A veces se olvida esta vertiente de hispanista, quizás injustamente empequeñacida por el relieve de Riquer en los estudios sobre Cervantes y el Quijote. Sin embargo, es necesario recordar que del año 1943 es su edición del Tesoro de Sebastián de Covarrubias (1943), la antología de la prosa de fray Antonio de Guevara (1943), un artículo sobre Petrarca y la Crónica sarracina de Pedro del Corral (Riquer, 1943b), una nota al Quijote (Riquer, 1943a), y del año siguiente es su primera edición de la novela de Cervantes (Cervantes, 1944); luego vendrán Calderón (1945) y Camões (1945), Fray Luis de León (Riquer, 1946), el Arcipreste de Talavera (1949), Juan de Mena (1949), el Cid (Riquer, 1949)5... Todo ello, antes de 1950, y alternando con trabajos sobre literatura catalana y provenzal. El Cavallero Zifar (1953), Francisco de Luque Fajardo (1955) o Don Juan Manuel (Castro y Calvo y Riquer, 1955), Triste deleytación (Riquer, 1956), Juan Boscán (Riquer, Comas y Molas,1957), Fernando de Rojas (Riquer, 1957a; Rojas, 1959) y un larguísimo etcétera dejan de manifiesto que Riquer no se había olvidado de las materias ajenas al medievalismo en unos casos o al Siglo de Oro, en otras ocasiones. Las obras de muchos de los autores citados no habían sido objeto de una edición moderna, y Riquer facilitó el acceso de esos textos a los estudiosos y a los estudiantes.
Y es bien sabido cómo la edición del Quijote se convirtió en un modelo de anotación sucinta, esencial, que no interfería en la lectura y que facilitaba enormemente la comprensión del texto: fue ésa una de las razones que hizo que su edición se haya mantenido en el mercado de forma ininterrumpida desde 1944 hasta nuestros días; es decir, más de setenta años sin perder vigencia, y tanto en ediciones populares, como en lujosos volúmenes “de artista”. Y por si eso fuera poco, en 1958 publicó por primera vez su "Introducción a la lectura del Quijote" (Riquer, 1958), que luego fue reeditada en numerosas ocasiones y en varias editoriales6. El Quijote se convirtió, así, en otro de los grandes temas frecuentados a lo largo de los años, y fruto de las lecturas y relecturas fueron los numerosos y esclarecedores trabajos que dedicó a la novela cervantina7.
Me he detenido en unos pocos ejemplos de la actividad académica y docente de Riquer: lo cierto es que los temas, las líneas de investigación, se mantienen a lo largo del tiempo, en paralelo a la docencia. Poco a poco se produce un distanciamiento de la Literatura española, aunque se mantiene la fidelidad a Cervantes, quizás porque poco a poco el profesor Riquer había dejado de impartir las materias de Hispánicas. A la vez, se puede señalar cómo van adquiriendo su forma definitiva trabajos iniciados treinta o cuarenta años antes: la antología de los trovadores, con un extenso estudio inicial, aparece en tres volúmenes en 1975, treinta y cinco años después de los primeros pasos sobre Bernart de Ventadorn, y es traducida al francés en 2013 (Riquer, 2013). Una nueva versión de los cantares de gesta franceses vio la luz, de nuevo en español, en Gredos en 2009 (Riquer, 2009), medio siglo después de la primera edición; aunque sin grandes cambios desde la traducción de 1957, lo que indica la vigencia en general del libro. El Perceval de Chrétien fue publicado con las Continuaciones del Cuento del Grial en 1989, con un prólogo en el que Riquer recoge y aquilata sus ideas de los treinta años de estudio transcurridos desde que apareció la traducción en Austral (El Cuento del Grial, 1989). Tanto para la nueva edición en español de los cantares de gesta franceses, como en la nueva versión de la obra de Chrétien y sus continuadores, Riquer contó con la ayuda de su hija Isabel, ya prestigiosa especialista en el mundo de las Literaturas románicas. Y por lo que respecta al Quijote, en el 2003 nos ofreció una guía para leer a Cervantes, que se centra en la novela, retomando temas ya esbozados, o desarrollados desde cuarenta años antes (Riquer, 2003).
Bastarían estos ejemplos para extraer unas conclusiones o, si se prefiere, para establecer un perfil académico e investigador de Riquer. Ya señalaba Dámaso Alonso en 1965 que era “caso portentoso este de Martín de Riquer, preciso y riguroso en investigaciones de último pormenor, con capacidad a la par de intuición de grandes rasgos definidores de obras, escritores o épocas; que escribe para el más aquilatador especialista cuando hay que dirigirse a él, o, adaptándose, sin perder rigor científico, al público culto en general, cuando es a éste a quien hay que hablar”, y añadía más adelante que “el público de Martín de Riquer son a veces media docena de sabios que han pasado su vida con las cabezas inclinadas sobre un acotado problema del fondo de la Edad Media; otras veces, amplias multitudes sedientas de que alguien –ese alguien que en tan pocos casos se encuentra– les sepa enseñar”8.
En efecto, Riquer ha sido y es una auctoritas filológica: en un reciente diccionario biográfico de los trovadores publicado en Italia, su nombre es citado con extraordinaria frecuencia; posiblemente es el que acapara más referencias, y además figura al frente de varias entradas, como responsable de las únicas ediciones existentes de no pocos trovadores (Guida y Larghi, 2014). Cualquier aproximación a la obra de Chrétien de Troyes tiene siempre en cuenta las aportaciones de Riquer. En fin, no hay estudio serio sobre el Quijote que no incluya al menos dos docenas de referencias bibliográficas de nuestro maestro, sin contar que las ediciones de la novela de Cervantes tienen siempre muy presentes las lecturas y anotaciones de Riquer. ¿Y qué decir de la Literatura catalana o de la heráldica y del armamento? Riquer constituye una base necesaria para la construcción de cualquier edificio filológico, grande o pequeño.
Por otra parte, es evidente que Riquer no rehuyó en ningún momento la divulgación de nivel académico, pues sus lectores “imaginarios”, en los que pensaba al escribir, fueron siempre los estudiantes de sus cursos de la Universidad de Barcelona. Bien se podría decir que escribía “como daba clase”: no resulta difícil reencontrar la voz del profesor en medio de la letra impresa, y quienes asistimos a sus clases podríamos reconstruir la entonación, la gestualidad, la ironía en muchas de sus frases y un retenido sentido del humor en otras. Todo ello da como resultado la amenidad y la claridad estilística de Riquer, que tantas veces ha sido señalada: lenguaje llano y profundidad de ideas.
Martín de Riquer tuvo un largo y amplio reconocimiento por su actividad: miembro de la Real Academia Española (1965), Presidente de la Real Academia de Buenaas Letras de Barcelona (desde 1963 hasta 1996), miembro del Institut de France, Doctor “honoris causa” de la Università di Roma “La Sapienza” y de la Université de Liège, Premio Internacional “Menéndez Pelayo” (1990), Premio Nacional de Ensayo (1991), Creu de Sant Jordi (1992), Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (1997), Premio Nacional de las Letras Españolas (2000)…
La desaparición de Riquer ha supuesto el final de uno de los grandes maestros de la segunda mitad del siglo xx. Son pocos los que como él han conocido las diferentes literaturas peninsulares en lengua romance de la Edad Media, y pocos han tenido una visión tan detallada del conjunto de la literatura del occidente europeo en el mismo período. Por fortuna, aunque se fue el hombre, nos dejó abundantes semillas para servir cultivando tan fértil campo.

Carlos Alvar
Instituto Universitario de Investigación “Miguel de Cervantes” (UAH)

Bibliografía

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Riquer, Martín de (1952a): Antología de textos literarios románicos medievales. III. Materia de Bretaña,Barcelona, Facultad de Filosofía y Letras.
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Riquer, Martín de (1956): “Triste deleytación, novela castellana del siglo xv”, Revista de Filología Española, XL, pp. 33-65.
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Riquer, Martín de (1957b): Les chansons de geste françaises, Irénée Cluzel (trad.), Paris, Nizet.
Riquer, Martín de(1960): El cantar de Roldán, traducción del texto francés del siglo xii del manuscrito de Oxford, colección Austral, 1294, Madrid, Espasa-Calpe.
Riquer, Martín de (1965): Vida caballeresca en la España del siglo xv, discurso de ingreso en la Real Academia Española, Madrid, RAE.
Riquer, Martín de (1970): Aproximación al Quijote, pról. Dámaso Alonso, Barcelona, Salvat.
Riquer, Martín de (1975): Los trovadores, historia literaria y textos, 3 vols., Barcelona, Planeta.
Riquer, Martín de (1977): Aproximación al Quijote, Barcelona, Teide.
Riquer, Martín de (2003): Para leer a Cervantes, Barcelona, Acantilado.
Riquer, Martín de (2009): Los cantares de gesta franceses, trad. de M.ª Reina Bastardas, pról. de Isabel de Riquer, Madrid, Gredos.
Riquer, Martín de (2013): Les troubadours, préface de Pierre Bec, édition établie par Dominique Billy, Luc de Goustine, Walter Meliga et Peter Ricketts, traduction de l'espagnol par Roland Béhar, Françoise Crémoux, Virginie Dumanoir, Cécile Iglésias y Nelly Labère, Moustier Ventadour, Cahiers de Carrefour Ventadour.
Las albas provenzales (1944), introd., textos y vers. castellana de Martín de Riquer, Barcelona, Entregas de poesía.
Riquer, Martín de y José M.ª Valverde (1957-1959): Historia de la Literatura Universal, 3 vols., Barcelona, Noguer.
Riquer, Martín de, Antoni Comas y Joaquim Molas (ed. crítica) (1957): Obras poéticas de Juan Boscán, Barcelona, Facultad de Filosofía y Letras.
Rojas, Fernando de (1959): “La Celestina” y “Lazarillos”, el primero y el de Juan de Luna, Martín de Riquer (ed.), Barcelona, Vergara.
Rychner, Jean (1955): La chanson de geste. Essai sur l’art épique des jongleurs, Genève/Lille, Droz/Giard.
Troyes, Chrétien de (1961): Perceval o El cuento del Grial, Colección Austral, 1308, trad. del texto francés del siglo xii, Madrid, Espasa-Calpe.
Vela, Leonor (1991): “Bibliografía de Martín de Riquer”, en  Studia in honorem prof. M. de Riquer, vol. IV, Barcelona, Quaderns Crema, pp. 733-759.
Ventadorn, Bernatz de (1940): Poesías, Martín de Riquer (trad.), Barcelona, Yunque.


1 Para un bosquejo biográfico es imprescindible ver el libro de Gatell y Soler (2008). La bibliografía fue recogida por Leonor Vela (1991). La revista Anthropos dedicó completo su núm. 92, enero de 1989, a Martín de Riquer. Investigación filológica e historia de una cultura.

2 La correspondencia de Dámaso y Alonso y Martín de Riquer referente al libro de Gredos es extractada y publicada por Isabel de Riquer en el prólogo a Martín de Riquer (2009).

3 Así lo comenta Riquer a Dámaso Alonso en carta fechada el 5 de septiembre de ese año.

4 El “propósito del autor” se puede leer, traducido, en la edición de Riquer (2009: 39-40).

5 La enumeración no es, ni mucho menos, exhaustiva.

6 Después sería publicada de forma exenta con el título de Aproximación al Quijote por Teide (Riquer, 1977), con numerosas reediciones, y por Salvat (Riquer, 1970) con prólogo de Dámaso Alonso. Los trovadores, historia literaria y textos fue editado por Planeta (Riquer, 1975); después reimpreso por Ariel, en 1983 y 1989.

7 Para datos más detallados, véase Alvar (2014).

8 En la contestación a Martín de Riquer (1965). Las citas se encuentran en las pp. 110 y 132, respectivamente.

 

(†) Alan Deyermond   1932 - 2009

En un mensaje optimista de Alan Deyermond que se leyó desde la mesa presidencial durante el XIII Congreso de la AHLM en Valladolid (ya publicado en las Actas del mismo, dedicadas a su memoria: I, pp. 15-16), expresó el eminente medievalista su esperanza de asistir al próximo congreso; su muerte súbita (resultado de una infección que le prendió durante un periodo de tratamiento médico en un hospital inglés) coincidió con el último día del congreso vallisoletano de 2009.

Los datos biográficos esenciales de su vida se conocen bien. Nacido en El Cairo, en aquel entonces bajo el control británico, volvió a Inglaterra con su familia antes de la Segunda Guerra Mundial, educándose primero en Liverpool (donde, irónicamente, su padre le envió para ponerle fuera del alcance de los bombardeos áereos por la aviación militar alemana que se esperaban en el sur de Inglaterra al estallar la guerra; pero dicha ciudad sufrió enormes daños) y luego en St Helier, en la isla de Jersey, antes de empezar sus estudios universitarios en 1950 en el Pembroke College de la prestigiosa Universidad de Oxford. Habiéndose licenciado en 1953, empezó sus estudios de posgrado bajo la dirección del entonces catedrático oxoniense P. E. Russell (quien sería, posteriormente, la máxima figura del hispanismo medieval británico), sobre el tema de la presencia de Petrarca en La Celestina; obtuvo el grado de B.Litt. en 1957. Dos años antes, en una carrera académica típica del mundo universitario inglés de aquella época, se había colocado Alan Deyermond en su primer puesto como 'Assistant Lecturer', en su caso en el Westfield College de la Universidad de Londres, en el cual (aunque posteriormente formó parte del Queen Mary College, de la misma Universidad) pasó la totalidad de su carrera docente y de investigación (salvo varios periodos de visitas académicas en EEUU y España), con sucesivos avances profesionales bastante rápidos (pasando a 'Lecturer' en 1958, a 'Reader' en 1966, y finalmente a 'Professor', en 1969, siendo este último puesto una cátedra ad hominem, otorgada especialmente por sus méritos académicos, no —¡a la edad de 37 años!— un avance automático por 'ancianía bien gastada'). Posteriormente, le honraron con sus doctorados honoris causa las universidades de Georgetown (EE.UU., 1995), Valencia (2005), y Granada (2009), siguiendo éstas una pauta ya establecida por la de Salamanca con su prestigioso Premio Nebrija (1994). Su alma mater oxoniense ya le había concedido el doctorado superior (D.Litt.) a mediados del decenio anterior (1985); vale la pena subrayar la excepcionalidad de este título en el contexto del hispanismo británico.

Esta estabilidad profesional ofrecida por su carrera londinense encontró un paralelo en su vida privada con su adorada esposa Ann (se conocieron por primera vez mientras ambos estudiaban en Oxford, donde Ann estudiaba la Historia; se casaron en 1957), y después su hija única Ruth, cuyo éxito en licenciarse por la misma Oxford les dio enorme placer y satisfacción a sus padres. En la casa de St Albans donde se estableció la familia después de salir de Londres, así como en su despacho universitario de la capital, los medievalistas siempre encontraban una acogida generosa y una hospitalidad ejemplar. Dos aspectos se destacan sobre todo: el respeto que ofreció Alan siempre a los colegas jóvenes y a los estudiantes doctorales, y su entusiasmo para el trabajo ajeno. El apoyo bibliográfico, las sugerencias útiles (para asuntos de estilo, argumento, evidencia), los paralelos sacados de otros textos… todos los que pasaron por su despacho salieron con algo relevante y nuevo. Dedicó horas a la lectura de los borradores de artículos y libros que se le enviaron desde ambos lados del Atlántico, y sus comentarios fueron pormenorizados y atinados. En la docencia y en la dirección de tesis doctorales, exigía Alan mucho de sus estudiantes, pero también les daba mucho. En la investigación, exigía de los estudiosos los más altos niveles de precisión y exactitud, y a veces no dudó en ofrecer una crítica dura, pero merecida, cuando no los encontró en los trabajos publicados.

Estas características se notaron también en su actividad editorial. Fruto de sus largos años de colaboración con el catedrático principal del Departamento de Westfield, John Varey, fueron la colección Tamesis y otras colecciones publicadas por la casa editorial londinense de Grant & Cutler (Critical Guides to Spanish Texts; Research Bibliographies and Checklists). Como editor, Alan Deyermond manifestó siempre una perspicacia crítica de amplias perspectivas y acertado criterio, resultado de años de lectura en latín, francés, castellano e inglés, y una atención cuidadosa a los pormenores textuales; las mismas cualidades fueron características de sus propias publicaciones y se impusieron naturalmente en su actividad editorial en Queen Mary, con los Papers of the Medieval Hispanic Research Seminar (PMHRS).

La bibliografía científica de Alan Deyermond es excepcional. Su primero libro se basó en su tesis, The Petrarchan Sources of La Celestina (Oxford, 1961); el segundo, Epic Poetry and the Clergy (Londres, 1969), abrió terreno nuevo. Pero la obra que sirvió para establecer su presencia sólidamente en la Península Ibérica fue su tomo The Middle Ages en la obra colectiva A Literary History of Spain, dirigida por R.O. Jones (Londres, 1971), especialmente como consecuencia de su traducción al castellano, La Edad Media (Barcelona: Ariel, 1973). Por la visión nueva que ofreció del conjunto literario hispánico, tuvo un éxito enorme en la España de la transición de la dictadura a la democracia, éxito que debe más a la calidad y la independencia intelectual del libro que a la feliz coincidencia cronológica de los acontecimientos políticos peninsulares que iban a desencadenarse medio decenio después de su publicación. Dicha obra preparó el camino para el tomo medieval de la Historia y crítica de la literatura española. Entretanto, la lista de ediciones, estudios, artículos y notas se hacía cada vez más larga. A la bibliografía preparada cuidadosamente por Jane Connolly será preciso añadir varios estudios más, porque, además de los que ya se han publicado después del fallecimiento del maestro, todavía están en prensa o en preparación otros artículos y notas inéditos encontrados entre sus papeles.

Además de actuar como decano de Westfield, entre las actividades profesionales fuera de su propia universidad que emprendió Alan Deyermond se encontraban los comités editoriales de revistas especializadas en el campo del hispanismo y del medievalismo (BHS, JHP, JHR, y muchas más), y los comités de dirección de sociedades eruditas locales (London Medieval Society), nacionales e internacionales (AIH, Courtly Literature, AHLM). También ejerció varias funciones como miembro de la British Academy (FBA), entidad nacional para la cual editó, por ejemplo, un grueso tomo dedicado a la historia de los estudios medievales en Gran Bretaña, mientras que para la Modern Humanities Research Association editó y revisó el libro de estilo de dicha sociedad. Su dedicación a fomentar los estudios medievales y el hispanismo fueron ejemplares. Debo subrayar con énfasis esta participación activa e impresionante en una gama tan amplia de los aspectos estructurales —importantes aunque rutinarias— de su profesión, porque hay un hueco notable en la lista en el contexto actual del mundo universitario británico: gracias a sus firmes principios cívicos y a su rigurosa ética profesional, Alan nunca se prestó para servir de asesor oficial en los sucesivos ejercicios de evaluación de la docencia y de la investigación universitarias impuestos sobre las universidades británicas por el gobierno a partir de finales de los años 80. En esta decisión, su desarrollo político —liberal— y solidaridad profesional con los colegas jóvenes fueron una combinación decisiva. En su correspondencia y su conversación privada, sabía satirizar de manera aguda las pretensiones de la nueva clase de 'directores' de la actividad intelectual; sus versiones paródicas de documentos
y anuncios oficiales hubieran constituido una literatura samizdat subversiva sin par si se hubiesen conservado, además de atestiguar, de manera inesperada pero impresionante, su buen humor, cualidad que, en circunstancias más formales, aliviaba también sus clases, sobre todo cuando la presencia en el aula de uno de los sucesivos perros de la familia le ayudaba a ilustrar (o mejor dicho, a dramatizar) el episodio del león cidiano. Si fuera preciso resumir en una sola palabra a Alan Deyermond, tendríamos que decir que tenía una humanitas esencial, que le ayudó a establecer relaciones excelentes con personas de todo tipo, de todas las edades y de todas las clases sociales, desde los estudiantes de primer año a la Reina Madre (quien, en su papel de Canciller de la Universidad de Londres, fue recibida por Alan como Decano cuando visitó Westfield College), sin olvidar a las secretarias universitarias de Westfield y Queen Mary, a las cuales convirtió en un equipo alegre de apoyo administrativo e infraestructural para su Medieval Hispanic Research Seminar. En este contexto, es un hecho documentado pero no muy conocido que en una ocasión viajó desde Londres a Colchester (condado de Essex), para discutir con un grupo de representativos locales de los sindicatos obreros (Federation of Trades Councils) el tema de la función y la misión de las universidades; el resultado de su visita fue un voto del comité organizador (un grupo poco amigo del privilegio social que se asociaba tradicionalmente con las universidades en la Inglaterra de aquella época) para solicitar el apoyo oficial de la Federación para las actividades del sector universitario, y para invitar a otros ponentes del mismo sector en su programa futuro de reuniones.

El hecho de que en ocasión de su funeral en St Albans estuvieron presentes amigos, colegas y ex-alumnos de cuatro continentes ofrece un testimonio elocuente del alcance de la influencia de Alan Deyermond, a quien le echamos de menos no solamente por sus conocimientos bibliográficos, por sus vastas e inteligentes lecturas, y por sus múltiples aportaciones al hispanismo y al medievalismo, sino también por su humanidad y su generosidad.

David Hook

(†) Anna Ferrari   1948 - 2023
(†) Jorge Norberto Ferro   1949 - 2024

Jorge nació en 1949 en la Provincia de Buenos Aires y, aunque cursó el secundario en el Liceo Militar General San Martín, su debate interno entre las armas y las letras se decantó claramente por los estudios literarios. Obtuvo el título de Profesor en Letras en el CONSUDEC (Consejo Superior de Educación Católica), donde conoció a Germán Orduna, quien dictaba las clases de literatura española medieval y del Siglo de Oro. Posteriormente, obtuvo los títulos de Licenciado y Doctor en Letras por la Pontificia Universidad Católica Argentina.

En 1978 integró el trío fundador del SECRIT, con Germán Orduna y José Luis Moure, cuyo primer proyecto fue la edición crítica de las Crónicas del Canciller Ayala. Como parte de un convenio con la Universidad de Wisconsin-Madison, realizó una estancia de capacitación en el Hispanic Seminary of Medieval Studies, bajo la dirección de Lloyd Kasten y John Nitti, para colaborar en la base de datos DOSL (Dictionary of Old Spanish Language). Por combinación de ambos proyectos, tuvo a su cargo la transcripción del Ms. A-14 de la Real Academia de la Historia, según las normas de Madison, para alimentar esa base de datos y también para poner a disposición del equipo secritense un texto base con vistas a la collatio variantium de la frondosa tradición textual de la cronística ayalina.

Desde entonces desarrolló una brillante carrera como Investigador del CONICET hasta llegar a ocupar el cargo de Vicedirector del SECRIT durante el período 2000-2014. Sus líneas de investigación estuvieron centradas en la literatura política medieval y en la obra de Pero López de Ayala. Fruto de una ardua y paciente tarea editorial son la Crónica del rey don Juan Primero y la Crónica del rey don Enrique III, esta última realizada en colaboración con José Luis Moure.

Cumplió también una intensa labor docente en varias universidades argentinas, principalmente la Universidad de Morón y la Pontificia Universidad Católica Argentina. Impartió clases de lengua y cultura latinas y tuvo a su cargo el “Seminario de Literatura Cristiana Antigua” en la UCA hasta 2018. Fue Director del Instituto de Estudios Greco-Latinos “Francisco Novoa” de la Universidad Católica Argentina durante el período 2012-2018.

Paralelamente a sus estudios en hispano-medievalismo, desarrolló una línea de investigación sobre los escritores católicos ingleses del siglo XX, principalmente G. K. Chesterton, C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Precisamente su tesis doctoral, defendida en 1995, se titula "Figuras y símbolos cristianos en El Señor de los anillos de Tolkien". En una época previa a los filmes de Peter Jackson, fue uno de los animadores de la importante corriente de admiradores de la obra tolkieniana en Argentina; fue fundador y luego Vice-Presidente de la Asociación Tolkien Argentina. Con la llegada de los filmes, en la primera década del nuevo siglo, y la explosión de fanáticos de la saga, Jorge se transformó en una celebridad: sus conferencias sobre el tema desbordaban de público. El Aula Magna de mi Facultad, en la UBA, explotó de estudiantes el día que lo invité a dar una charla sobre las raíces medievales del Señor de los anillos.

Jorge fue un excelente compañero de trabajo y un fiel amigo, que siempre supo encontrar el costado humorístico de las situaciones complicadas y de los rocambolescos avatares del SECRIT, especialmente en su primera etapa bajo la dirección de Orduna, en que nos pasó de todo. Siempre fue bueno tenerlo al lado en los momentos de festejo y en los instantes difíciles: en esos casos su palabra derrochaba sabiduría y modestia. También tenía un modo sereno y determinado de hacer las cosas a su ritmo, impermeable a las exigencias burocráticas de niveles de producción académica de las diferentes instituciones evaluadoras de nuestro sufrido gremio. No había amenazas por incumplimiento de cantidades mínimas que pudieran perturbar su concentración en la tarea intelectual, sobre todo en la labor ecdótica. Si una edición crítica le llevaba cinco años, pues a eso se iba a dedicar durante cinco años, sin perder tiempo en publicar cosas que lo distrajeran, salvo alguna comunicación que diera cuenta del estado de su trabajo editorial. Su libro más reciente, De maestros y batallas culturales (Buenos Aires, 2018) reúne sus mejores artículos del amplio abanico de temas de su interés (incluso los hispanomedievales); y uno puede comprobar allí que esos trabajos, a los que dedicó todo el tiempo necesario y sin apuros, están a salvo de la mancha de la intrascendencia. Para quienes fuimos sus compañeros, queda el imborrable recuerdo de su estampa, pipa en mano, concentrado en la lectura, en el salón más amplio del Secrit, borroneada toda distinción entre el placer y el trabajo, según es propio de la vocación auténtica. Maestro de la ironía y el buen humor, fue siempre el que recibió afectuosamente a los nuevos becarios para que a los pocos días ya se sintieran como en casa. La nueva generación secritense aprendió de Jorge un modo de vivir la profesión, con serenidad, alegría y modestia, y a la vez absolutamente confiados en la trascendencia de la tarea humanista.

Leonardo Funes

 

(†) José Filgueira Valverde   1906 - 1996

D. José Fernando Filgueira Valverde nació en Pontevedra el 28 de octubre de 1906 y murió en la misma ciudad (y en la misma casa en la que había nacido) el 13 de septiembre de 1996. Se licenció en Derecho por la universidad de Santiago de Compostela, y en Filosofía y Letras (sección de Historia) por la de Zaragoza.

En su etapa de estudiante universitario, participó en la fundación (en 1923) del Seminario de Estudos Galegos, en el que dirigió la sección de Historia de la Literatura y del que posteriormente sería director honorífico. Años después, cuando el CSIC promueve la recuperación de ese desaparecido Seminario bajo la forma de Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos, Filgueira se ocupa de la sección de Historia del Arte, y es nombrado director del mismo en 1972.

Esa actividad de su etapa universitaria estaba directamente relacionada con su militancia en el Partido Galeguista, si bien en mayo de 1935 encabezó una escisión del mismo, seguido por un grupo de militantes pontevedreses, organizando una Dereita Galeguista.

Su prolongada y prolífica vida lo convierte en uno de los eruditos más destacados del siglo XX, aunque su actividad no se redujo en modo alguno al estudio y la investigación. Inició su labor docente en 1928 en el Instituto de Enseñanza Media de Pontevedra y pasó fugazmente por el Instituto Balmes de Barcelona (en el que obtuvo una cátedra en 1935) y el de Melilla, del que pasó a Lugo (donde ejerció durante cinco años) para retornar definitivamente a Pontevedra. Allí fue nombrado director de «su» Instituto en 1946, y permaneció en el cargo hasta su jubilación en 1976, compatibilizándolo con su puesto de alcalde de la ciudad entre 1959 y 1968, y con la dirección del Museo de Pontevedra a partir de 1940 (hasta 1986, aunque continuó colaborando activamente en él hasta su muerte).

Tras las primeras elecciones al Parlamento Galego (1981), fue designado Conselleiro de Cultura, cargo que desempeñó entre 1982 y 1983 y desde el que contribuyó a la creación del Consello da Cultura Galega, organismo que presidiría con posterioridad, desde 1990 hasta su muerte.

De las actividades y puestos que acabamos de mencionar, el más duradero es, sin duda, el que lo vincula al Museo de Pontevedra, fundado en 1927. Desde el principio, Filgueira estuvo estrechamente unido al grupo que promovió su creación, con la intención de dar continuidad al fecundo trabajo realizado por la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, por lo que no extraña que hubiese sido nombrado Secretario del Patronato fundacional, constituido formalmente el 30 de enero de 1929 e integrado por personalidades como Daniel de la Sota, Casto Sampedro, Castelao, Losada Diéguez o Sánchez Cantón. Su actividad incansable contribuyó sobremanera a que el Museo disponga hoy de magníficas colecciones (algunas de ellas únicas), muy bien estructuradas en edificios nobles y céntricos, que lo convierten en un referente cultural y científico imprescindible en varios ámbitos.

La bibliografía completa de Filgueira puede verse en el volumen Ó Dr. Filgueira Valverde nos seus noventa anos (1906-1996). Bibliografía. Traballos. Eloxios, ed. preparada por Mª Jesús Fortes Alén, Caixa de Aforros de Pontevedra, Pontevedra, 1996. En él puede apreciarse cómo la inclinación de Filgueira Valverde hacia la creación literaria dio frutos tempranos: Os nenos, una serie de textos breves en los que cada uno de los protagonistas evoca incidentes de su infancia, apareció ya en 1925. Sus obras en prosa, como las de otros escritores de la época, tratan casi siempre motivos populares desde presupuestos culturales, buscando un equilibrio entre ambos elementos. Escribió también teatro (Agromar, de 1936, es una pieza para niños) y poesía, en la que sus Seis canciones del mar in modo antico (1941) lo vinculan claramente al movimiento neotrovadoresco (al que también se adscriben Bouza Brey, Cunqueiro y Álvarez Blázquez). Completan esta actividad sus numerosísimas colaboraciones periodísticas, recopiladas en varios volúmenes posteriores, sobre todo en las nueve entregas de Adral, que contienen artículos de alcance y significación diferentes, pero siempre llenos de erudición y entusiasmo.

Sus investigaciones filológicas comienzan en la década de los 20 y lo ocupan ya el resto de su vida. Su tesis doctoral (defendida en Madrid en 1935) versó sobre una de las más célebres Cantigas de Santa Maria, la CIII, aquella que tiene por protagonista a San Ero de Armenteira, y a ella dedicó (además del libro que recoge la tesis) años y artículos varios, que lo convirtieron en una autoridad reconocida en la materia, de tal modo que su nombre comenzó a ser un referente obligado en todos los eventos y publicaciones que se ocuparon del Rey Sabio y de su obra. Recordemos aquí tan sólo el convite a colaborar en la edición facsimilar que publicó Edilán del llamado Códice Rico de las CSM (Escorial, T.I.1), para la que Filgueira redactó el estudio introductorio, además de ocuparse de la transcripción del texto, de la versión castellana del mismo y de los comentarios; o sus reflexiones sobre los motivos que pudieran explicar el desapego por Santiago y por Galicia que Alfonso X muestra en su cancionero marial.

Fue pionero, en Galicia, en las investigaciones sobre las cantigas trovadorescas: desde sus primeras aportaciones, demuestra claramente estar al tanto de lo que se publicaba sobre lírica medieval (Gaston Paris, Theóphilo Braga, Alfred Jeanroy...), algo que representa casi una novedad en el panorama gallego y que se explica, muy probablemente, por el magisterio que sobre él ejerció D. Armando Cotarelo Valledor (director de su tesis doctoral), quien ya en 1904 había publicado la Memoria que presentó a las oposiciones a la Cátedra de Lengua y Literatura Españolas de la Universidade de Santiago de Compostela, sobre la cantiga mariana que lleva el número 5 en la compilación alfonsina (la leyenda de Sor Beatriz), y quien, en 1929, empezaría a sacar de la imprenta su edición de Pai Gómez Chariño. En aquellos años 20, la obra de los trovadores gallego-portugueses era ya conocida por la comunidad científica internacional, sobre todo en Alemania, Italia y Portugal, pero en Galicia, en los primeros momentos, sólo cabe destacar intentos como el de Antonio de la Iglesia por dar a conocer en El Idioma gallego (1886) una selección de cantigas, así como la aparición de estudios sobre cuestiones puntuales, preferentemente de carácter histórico o documental (como los de Antonio López Ferreiro o Andrés Martínez Salazar); y se insinúan tímidas aproximaciones de carácter estético o incipientemente crítico en el entorno de la Real Academia Gallega y del Seminario de Estudios Gallegos, que tratan de difundir algunas piezas, especialmente aquellas de tipo más «popularizante» (con una atención especial a Martin Codax), a través de la revista Nós.

Filgueira realiza, hasta sus últimos años de vida, un trabajo destacable en la divulgación de la lírica gallego-portuguesa con sus visiones panorámicas de la misma, pero también nos ofrece preciosas puntualizaciones sobre aspectos muy diversos, que van desde precisiones documentales a la atención prestada al papel de Compostela en esta producción lírica o al estudio pormenorizado de muchos elementos formales y retóricos y muchos temas y motivos trovadorescos, en especial los procedentes del folklore tradicional y el acervo popular. Partiendo de un magnífico conocimiento de las composiciones y de la lectura de la crítica científica, y guiado por su finísima intuición, reflexionaba detenidamente sobre géneros, formas, motivos, autores, lengua... para hacernos partícipes de observaciones precisas, así como de atractivas sugerencias de trabajo, y todo ello sin dejar de hacer gala de una extraordinaria generosidad y humildad académicas al presentarlas como propuestas para los investigadores.

Mercedes Brea

(†) José Fradejas Lebrero   1924 - 2010

El pasado 16 de diciembre de 2010 falleció en Madrid Don José Fradejas Lebrero, catedrático de literatura española, hombre honesto, noble, afable y generoso. Nació en la provincia de Zamora (Algodre, mayo, 1924), en esta ciudad cursó el bachillerato, en el Instituto de Enseñanza Media Claudio Moyano, y los estudios universitarios en Madrid. En la Universidad Complutense se licenció en Filología Románica (1947) y bajo la dirección del Dr. Joaquín de Entrambasaguas realizó su tesis doctoral, Literatura medieval cetrera, por la que se le otorgó la máxima calificación y premio extraordinario, trabajo que marcó, sin duda, sus preferencias por la literatura española medieval.

Comenzó su carrera profesional en 1948, como profesor ayudante en la Universidad Complutense de Madrid, y hasta 1989, año en que se jubiló, desempeñó una constante actividad docente e investigadora. Profesor de la Universidad Laboral de Sevilla, Catedrático numerario de Lengua y Literatura Españolas en los Institutos de Enseñanza Media de Ceuta, Talavera de la Reina y Madrid hasta 1976, cuando obtuvo la cátedra de Literatura Española en la Universidad de Sevilla. Ese mismo año pasó a ocupar la cátedra vacante de la Universidad de Valladolid, y desde 1981 hasta su jubilación la de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid. A lo largo de su fructífera vida académica impartió además clases en los Cursos para Extranjeros de la Universidad Menéndez Pelayo y de la Universidad Complutense (1950-1958), y fue invitado como Profesor Visitante en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, y en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras (1977-1981). Su incansable actividad le llevó a impartir clases y seminarios, y a pronunciar conferencias en universidades e instituciones culturales, en ámbitos nacionales y extranjeros.

A su paso por todos los centros de enseñanza media y universitarios fue dejando su huella personal, no sólo porque siempre desempeñó en ellos puestos de dirección sino porque su ilusión contagiosa, su compromiso y dedicación le llevaron a implicarse más allá de la vida académica. Su generosidad sin límites será siempre reconocida y recordada por todos los que tuvimos la suerte de tenerle como maestro; siempre dispuesto a dar un consejo y a responder a quien le pidiera información, a prestar sus libros, a dar todo lo que guardaba en su envidiable memoria e incluso a compartir sus materiales y fichas de trabajo.

La investigación del Profesor Fradejas ha sido extensa en calidad y en cantidad. Algunos de sus alumnos recuerdan e incluso utilizan sus manuales de lengua y literatura, pero su verdadera pasión fue la investigación. Archivos y bibliotecas, historia y literatura se aunaban en la búsqueda del dato preciso de un autor, de su vida y de sus escritos; examinaba con minuciosidad cada línea de los textos y se preocupaba de la transmisión de la obra. Perseguía sin tregua las fuentes de un drama, de una novela, de un romance o de un simple cuentecillo, una canción popular o un chiste, lo que él llamaba «la cultura de boca en oreja» . Todo era en bien de la literatura y su historia.

Son numerosas las ediciones, los libros, las monografías, las biografías, y los cientos de artículos publicados en revistas nacionales e internacionales, impresas o en línea. La literatura medieval ocupa la mayor parte de sus escritos; ediciones y estudios sobre El Cid, el Cerco de Zamora, la Crónica de veinte reyes, El romancero morisco, el Sendebar: Libro de los engaños de las mujeres, las Obras doctrinales de Berceo, el Libro de la caza de las aves de don Pero López de Ayala, Los doce trabajos de Hércules de Enrique de Villena, el Teatro medieval o Los Evangelios Apócrifos en la literatura española. Pero su investigación literaria saltó las barreras de la Edad Media y estudió las obras místicas de Alonso de Toro y Luis de Granada; las biografías, los versos y las comedias de Lope de Vega, Calderón, Góngora, Quevedo, Leandro Fernández de Moratín o Hartzenbusch. Se ocupó de la literatura, de los autores y de los personajes relevantes de las ciudades en las que ejerció su magisterio, Ceuta y su literatura, Ceuta en la poesía popular, la Geografía literaria de la provincia de Madrid, León V de Armenia: (primero y único) Señor de Madrid, La Virgen de la Almudena, Narciso Serra, poeta y dramaturgo, La calle de Toledo, Narciso Serra (Mi calle)... Pero, sin duda, la narración breve y el cuento literario y folklórico fueron sin duda su pasión, sus temas predilectos; no había cuento que se le resistiera. Cuando nos comunicaba con entusiasmo el descubrimiento de un nuevo cuento, y le preguntábamos con asombro, «pero Don José, ¿otro?» Su respuesta siempre era la misma: «Yo me dedico al cuento, yo vivo del cuento». Era una confesión privada, pero sin duda un secreto a voces. El cuento y la novela corta en España, La novela corta del siglo XVI, Las «facecias» de Poggio Bracciolini en España, Media docena de cuentos de Lope de Vega, Sobre el andalucismo de los cuentos y chascarrillos de don Juan Valera, Algunas fábulas inéditas y otras no coleccionadas de don Juan Eugenio Hartzenbusch, Más de mil y un cuentos del Siglo de Oro, son sólo una pequeña muestra de los cientos de trabajos que dedicó a los miles de cuentos que conocía y retenía en el fichero de su memoria.

Enumerar sus méritos y premios ocuparía casi tanto espacio como su labor docente e investigadora. Fue miembro de número de varios Institutos de Estudios Locales: del Instituto de Estudios Madrileños desde 1953, y su presidente durante las últimas décadas (desde 1983); del Instituto «Florián de Ocampo» de Zamora (desde 1980) y del Instituto de Estudios Ceutíes, del que fue cofundador. Fue también miembro de la Real Academia de Alfonso X el Sabio de Murcia, miembro de Honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval y de otras asociaciones científicas. En 2003 recibió el Premio de las Artes y las Letras de Ceuta, ciudad que años antes le había otorgado el escudo de oro, ceitil que siempre lució con orgullo en la solapa de su chaqueta. Los Institutos de enseñanza media y universidades por las que pasó han premiado su labor con distintos homenajes, pero, sin duda, la mejor distinción y el más grato homenaje que puede recoger un maestro es el haber recibido de sus alumnos el reconocimiento agradecido por su magisterio y su cercanía humana.

Después de haber prolongado su carrera universitaria como catedrático emérito y ya jubilado, prosiguió su actividad de siempre, con la misma ilusión y empeño de sus años juveniles, impartiendo conferencias, asistiendo a congresos, juzgando tesis doctorales, resolviendo las dudas de todos los que nos acercábamos a él y acudiendo a las reuniones de las asociaciones científicas de las que era miembro. Seguía leyendo todo lo que caía en sus manos, investigando los fondos de archivos y bibliotecas, y sobre todo los de la Nacional. Puntualmente, a las 9.30 de la mañana, Don José ocupaba su mesa, junto a las ventanas, la número 14 de la Sala Cervantes. Malaquías, auxiliar de la sala, sabía muy bien que esa mesa estaba reservada la mayor parte de los días lectivos del año. La Biblioteca Nacional llegó a convertirse casi en su despacho, hasta el punto que una carta a él dirigida, y con esta dirección: «Biblioteca Nacional, mesa reservada, Paseo de Recoletos, Madrid», llegó sin ningún problema a su destinatario. En los últimos meses de su vida, aunque siempre fue fiel a su lapicero, terminó aceptando el ordenador como un reto más de los muchos que había superado en su vida.

En septiembre del pasado 2009 se sintió indispuesto, no pudo dictar la ponencia sobre «José Andrés de Li», que con tanta ilusión había preparado para el XIII Congreso Internacional que la Asociación Hispánica de Literatura Medieval celebraba en Valladolid, ni tampoco pudo recibir el homenaje que la Asociación había preparado para él en esa ocasión. Se recuperó y reanudó sus tareas, pero su corazón cansado dejó de latir meses después.

Siempre le recordaremos por su magisterio, por ser un trabajador incansable y disciplinado; un hombre distinguido, siempre con el atuendo adecuado, según las circunstancias lo requerían, con traje o americana de paño, corbata de seda o de lana inglesa y los zapatos bien bruñidos; serio y respetuoso, amigo de sus amigos y buen conversador; con gran sentido del humor, una ironía muy castellana y una sonrisa singular. Un hombre de bien, un hombre bueno. Don José, gracias por haberte cruzado en nuestro camino.

Mª Jesús Díez Garretas

(†) Elsa Gonçalves   1930 - 2022

Obituário

A Elsa Gonçalves dedicou as suas horas mais felizes ao estudo da lírica dos trovadores galegoportugueses e as suas horas mais (felizmente) atormentadas a escrever-nos sobre o incomparável conhecimento acumulado nesta área. Todos os seus alunos e colegas guardarão memória de a ver saltitar veloz, de fac-simile em fac-simile, de livro em separata, de estante em estante, na busca de uma resposta, explorando uma hipótese. Talvez nem todos se tenham apercebido dos tratos de polé que a escrita lhe merecia, até por fim exprimir, com exato rigor, o que pretendia transmitir. A Adília Lopes poderia ter escrito o poema Arte Poética para a Elsa Gonçalves: «Escrever um poema / é como apanhar um peixe / com as mãos / [...] o peixe debatese / tenta escapar / escapa-se / eu persisto / luto corpo a corpo / com o peixe / ou morremos os  dois / ou nos salvamos os dois / tenho de estar atenta / tenho medo de não chegar ao fim / é uma questão de vida ou de morte / quando chegou ao fim / descubro que precisei de apanhar o peixe / para me livrar do peixe / livro-me do peixe com o alívio / que não sei dizer (Dobra,2014, p. 13).

Vivendo nesta combinação de felicidade pelo desafio intelectual e de extrema autoexigência no rigor, tanto da investigação quanto no da escrita, a Professora Elsa Gonçalves tornou-se sinónimo incontestado de conhecimento sobre a poesia dos trovadores. Costumava dizer, rindo, que se dedicava à «microfilologia», numa alusão às questões aparentemente pequenas que, por vezes, a ocuparam e à minúcia das suas abordagens. Mas a bibliografia que nos deixou é, e ermanecerá, fundamental, não só pelas conclusões a que chegou em cada caso concreto, mas pelo exemplo dado em cada caminho percorrido. Exemplo maior constitui o estudo dedicado à Tavola Colocciana, índice do cancioneiro da Biblioteca Nacional (antigo Colocci-Brancuti), na qualidade de peça argumentativa no âmbito da discussão em torno do stemma codicum da lírica galego-portuguesa. Muitos outros exemplos poderiam invocar-se de como a resolução de concretos problemas científicos se tornaram lições de método e rigor. É o caso do estudo dedicado às sátiras de Don Dinis contra Joam Bolo, cujo alcance reinterpretou recorrendo a fundamentação exemplar. Ou o de «Tradição manuscrita e isometria», sobre a prática editorial de emendar lições manuscritas para restabelecer a isometria. Destacam-se na bibliografia da Elsa Gonçalves exemplos fundamentais da obrigação de atitude crítica, de questionamento permanente, tanto diante das lições manuscritas, quanto das edições críticas tornadas vulgatas. Quase sabemos de cor, por exemplo, a argumentação sabiamente fundamentada que levou à emenda de lições como «de Roma ata Cidade» ou «cóme-o praga por praga». Sem esquecer estudos que se tornaram pontos de partida para tantos outros, quer pelo caráter modelar, quer por constituírem pontos de partida imprescindível, como os que dedicou às cantigas ateúdas e ao sistema das rubricas atributivas e explicativas.

Nos corredores da Faculdade de Letras da Universidade de Lisboa, onde ensinou entre 1977 e 1989, tanto quanto nas salas de aula, a aproximação bastava para que a autoridade se instalasse. E sempre foi afável, no entanto; assim como gostava de rir quando a faziam rir, retribuindo com graça e inteligência. Embora sempre minuciosamente preparadas e empenhadamente transcorridas, as horas de ensino não eram horas felizes para a Elsa Gonçalves. No entanto, a sua docência na Universidade de Lisboa, mas também noutros lugares do mundo, onde participou em cursos de curta duração, marcou gerações de estudantes, tornados professores e investigadores, definitivamente cativados para o estudo da Literatura Medieval e da Crítica Textual. Em todos nós, reconhecemos a voz da Professora, sempre que nos lembramos da importância de convocarmos múltiplos saberes para o estudo da literatura, como a História, a Retórica, a Linguística e a Crítica Textual. O exemplo é o dela; o exemplo que foi cultivando desde Roma, onde esteve associada ao Leitorado de Português de La Sapienza e onde encontrou interlocutores especialmente estimados pelo desafio intelectual, como os Professores Giuseppe Tavani, Luciana Stegagno Picchio, Anna Ferrari, Valeria Bertolucci Pizzorrusso. Envolvida ali nas atividades do Instituto de Filologia Românica de La Sapienza, dirigido por Aurelio Roncaglia, que sempre considerou o seu mestre, regressou a Portugal com um pensamento crítico e um modo de investigação sobre a literatura medieval galego-portuguesa, cuja marca continua a reconhecer-se na investigação e no pensamento de muitos de nós, especialmente em Portugal e na Galiza, mas não só. Quando, em 1997, recebeu o grau de «Doutor Honoris Causa», pela Universidade de Lisboa, o seu padrinho, Professor Aires do Nascimento, sublinhava já este feito.

Da generosidade intelectual da Elsa Gonçalves podemos testemunhar todos aqueles a quem nunca negou consulta sábia, laboriosamente fundamentada; e somos muitos, entre os que lhe escreviam de longe, e os mais próximos, os do  Grupo de Filologia do Centro de Linguística da Universidade de Lisboa, a que pertenceu desde que foi dirigido pelo Professor Lindley Cintra.  Mas, em cada encontro, a Elsa Gonçalves, a nossa Elsa, de olhar vivo e sorriso aberto, nunca nosperguntava só por artigos, congressos, projetos filológicos. Perguntava-nos invariavelmente pelos filhos, pelos pais, por todos os nossos, que não esquecia nem confundia. E sempre se dispunha a ouvir as respostas, de exclamações e interrogações muito prontas, mesmo quando a felicidade dos livros abertos em sossego pacientemente a esperava, e desesperava. Assim praticava outra generosidade, que a tornou filóloga especialmente acarinhada, geradora de saudade permanente pelos quatro cantos do mundo, onde por ela se pergunta com ar sempre embevecido. Tornar-se assim amado é assinalável arte e rara ciência. Em Lisboa fomos invejados, por viver aqui a Elsa Gonçalves, junto ao largo Tejo. Agora já não, porque nos deixou a 10 de fevereiro. Para nosso tão grande desgosto.Ângela Correia 11-02-2022

(†) Aurelio González   1970 - 2022

El 17 de noviembre de 2022 falleció Aurelio González Pérez, dejando un profundo vacío en la comunidad académica y en todos los que lo queríamos y admirábamos. Profesor e investigador mexicano con fuertes vínculos con España, y especialmente con Asturias, de donde eran sus padres, Aurelio hizo la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y el doctorado en Literatura Hispánica en el Colegio de México. De espíritu siempre ávido de conocimiento, antes de entregarse de manera definitiva a las letras, se licenció en Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue en estas dos instituciones donde se desarrolló como profesor e investigador muy reconocido y también muy querido por todos los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos, pues no solo compartió con nosotros su gran conocimiento y fino sentido del humor, lo que hacía de sus clases un disfrute, sino que también fue generoso, solidario, y formó, apoyó e inspiró, a lo largo de muchas generaciones, a un gran número de estudiantes que hoy nos dedicamos a la literatura. 

Sus áreas de investigación fueron la literatura medieval española y de los Siglos de Oro, así como la literatura de tradición oral. Su incansable actividad académica lo llevó a impartir cursos y conferencias y a presentar trabajos en distintas universidades, principalmente de América y Europa. Sería imposible mencionar aquí los numerosos artículos, capítulos de libro y libros que publicó como resultado de sus investigaciones. Nos limitaremos a citar solo algunos de sus libros; Formas y funciones de los principios en el Romancero viejo (1984), coedición del Romancero tradicional de México (1986), Bibliografía descriptiva de la poesía tradicional y popular de México (1994), El Romancero en América (2003), El corrido: construcción poética (2015). Fue editor y coeditor de publicaciones sobre la Edad Media, Cervantes, el teatro de los Siglos de Oro, entre otros temas. Fue miembro de comisiones editoriales de diferentes publicaciones, como Signos Literarios y Lingüísticos, Revista de Literaturas PopularesNueva Revista de Filología HispánicaAnuario Calderoniano, ThetraliaHispania FelixCaracolConnotasAnales CervantinosAmérica sin NombreProlija MemoriaBibliographicaMemoriasMedievalia, revista perteneciente al proyecto académico Medievalia, del que fue cofundador y que, desde 1989, se encargó de organizar el congreso internacional Jornadas Medievales, al que acudían medievalistas de todo el mundo y en el que eran calurosamente recibidos por sus organizadores. En aquellos encuentros bienales, muchos tuvimos el privilegio de asistir a la cena medieval que Aurelio preparaba y que era una verdadera delicia. Siempre fue un gran anfitrión y, con esa generosidad que lo caracterizaba, compartía no solo sus conocimientos literarios, sino también su pasión por la cocina, buscando hacer pasar un buen momento a sus invitados y estrechar los lazos de amistad.

Desempeñó diversos cargos en las distintas asociaciones académicas a las que pertenecía. Fue Vocal y Socio de Honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, Vocal, Secretario General y Presidente de Honor de la Asociación Internacional de Hispanistas, Vocal, Presidente y Presidente de Honor de la Asociación Internacional de Teatro Español y Teatro Novohispano de los Siglos de Oro, Miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Cervantistas, Miembro del Comité Científico del Observatorio Permanente del Hispanismo de la Fundación de los Duque de Soria de Ciencia y Cultura Hispánica. También obtuvo importantes reconocimientos a lo largo de su trayectoria profesional: fue Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y Académico correspondiente de la Real Academia Española; recibió la Orden de Isabel la Católica, otorgada por el gobierno español, la Medalla al Mérito Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México por 40 años de labor docente y de investigación, el Reconocimiento de la Escuela Nacional de Altos Estudios de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y el de Trayectoria Destacada en Investigación Teatral, otorgado por la Asociación Mexicana de Investigación Teatral, entre otros.

Su vínculo con Asturias se refleja en su activa participación en el Centro Asturiano de México, donde, entre otros cargos, se ocupó del área cultural del centro; creó y dirigió un grupo de teatro, que presentó obras de teatro áureo y, en algunas ocasiones, obras que Aurelio mismo compuso. También se dio el tiempo para escribir libros sobre este centro y sobre los asturianos en México: Historia del Centro Asturiano de México 1918-1980 (1982), El Centro Asturiano de México 1918-2008 (2008) y Asturias y los asturianos en México (2009).

Incansable, Aurelio continuó su labor académica hasta sus últimos días, participando en distintas reuniones científicas en México y en el extranjero, continuó como tutor del Programa de Maestría y Doctorado en Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, impartiendo clases y dirigiendo tesis. El 17 de noviembre de 2022 esperaban su participación en la Mesa Redonda "70 años de La idea de la Fama en la Edad Media castellana", organizada por el Seminario de Estudios sobre Narrativa Caballeresca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, mesa en la que lamentablemente ya no pudo participar. Como su alumna, la imagen que siempre tendré presente es la de Aurelio, sentado sobre el escritorio del salón de clase, porque nunca se sentaba en la silla del escritorio, rodeado de sus alumnos al final de la sesión, que le hacíamos preguntas sobre infinidad de temas y él, con su gran elocuencia, conocimiento y agudo sentido del humor, respondía con esa sonrisa que era su signo distintivo y que trasmitía alegría y afecto. Sin duda alguna, la comunidad académica ha perdido un valioso y muy respetado miembro, y los más cercanos a Aurelio hemos perdido a un gran maestro, colegio y amigo, que siempre nos brindó enseñanza, consejo, apoyo y afecto. 

Rosalba Lendo

(†) Gerold Hilty   1927 - 2014

Gerold Hilty falleció  el 6 de diciembre de 2014, a los 87 años de edad, a causa de un paro cardíaco, a pocos pasos de su domicilio, mientras subía las escaleras de la estación de tren de su pueblo para ir a la presentación de un libro onomástico cuyo prefacio había redactado: con un pie en el estribo y, sin embargo, aun en plena actividad intelectual, el final de nuestro maestro resultó ser absolutamente consecuente con una vida como la suya, consagrada de manera incondicional a las letras.

Digno sucesor de Arnald Steiger –el fundador de los estudios hispánicos en la Universidad de Zúrich–, Gerold Hilty contribuyó decisivamente al afianzamiento de este nuevo campo científico desde que obtuvo la Cátedra de Lingüística Francesa y de Lenguas y Literaturas Iberorrománicas en 1959. Gracias a su buen hacer académico el número de cátedras dedicadas al estudio de las lenguas y literaturas hispánicas se triplicó. Porque Gerold Hilty aunó en su persona, y de forma magistral, investigación, docencia y política académica: además de Decano de la Facultad de 1976 a 1978, fue Rector de la Universidad de Zúrich de 1980 a 1982 y, siendo ya, profesor emérito, fue nombrado Rector de la Universidad de la Tercera Edad de Zúrich.

Durante casi 30 años Gerold Hilty dirigió la revista helvética Vox Romanica, fue presidente de varias asociaciones científicas internacionales, miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH), de la Société Suisse d'Études Hispaniques (SSEH), de la Asociación de Historia de la Lengua Española (AHLE) y miembro de honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, con la cual se sentía particularmente vinculado, tanto por razones científicas como humanas. Asimismo era académico correspondiente de la Real Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona y miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE). Figuraba en el comité de redacción de prestigiosas publicaciones periódicas y era Doctor honoris causa por las Universidades de Basilea  y Zaragoza. En 1992 organizó en la Universidad de Zúrich el Congreso Internacional de Lingüística y Filología románicas, cuyas actas se publicaron en cinco volúmenes tan solo un año después.

También fuera del ámbito académico Gerold Hilty fue una personalidad preeminente, ya en su función de general de brigada en el ejército suizo, ya como cariñoso esposo y padre de tres hijas.

Gerold Hilty fue, sin duda, un sabio de la vieja escuela, un romanista cuyo mastodóntico curriculum vitae abarcaba la lingüística, la historia de la lengua, la filología, el análisis semántico y buena parte de la historia de la literatura de las lenguas iberorromances e, incluso, la historia de algunos dialectos germánicos suizos. A lo largo de más de medio siglo su legendaria capacidad de trabajo fructificó en  innumerables libros y artículos de capital importancia. Aun cuando la variedad de intereses científicos de Gerold Hilty fue vastísima, es cierto también que, desde muy temprana edad, sintió una especial predilección por una obra medieval que, como ninguna otra, le acompañó durante su vida y le marcó como investigador. Ya siendo estudiante y bajo la influencia de su maestro Arnald Steiger, el joven Hilty se sintió fascinado por la labor cultural de la corte toledana de Alfonso X el Sabio y sus contactos con el mundo árabe. A los 24 años, una beca permitió al joven Hilty pasar un año entero en la Universidad Complutense de Madrid y estudiar con los grandes eruditos de la época, como Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa o Emilio García Gómez. Y allí fue, en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde Gerold Hilty encontró el tema de su extraordinaria tesis doctoral, publicada por la Real Academia Española en 1954: el estudio y la edición del ms. alfonsí 3065, que contenía un texto astronómico traducido en Toledo del árabe al castellano en 1254 y conocido como Libro conplido en los iudizios de las estrellas. Este texto astronómico procedente de la corte alfonsí, su contexto cultural, la labor de la escuela de traductores de Toledo, la composición, las técnicas de trabajo y el estudio de otras versiones determinaron, como un leitmotiv, la vida científica de Gerold Hilty. La introducción a la edición del Libro conplido, con sus magistrales reflexiones sobre la transición del castellano de dialecto a lengua científica y literaria, sigue siendo -más de sesenta años después– lectura obligada para cualquier joven hispanomedievalista. Durante las décadas siguientes, Gerold Hilty siguió estudiando de su querido Libro conplido aspectos tan importantes como el autor árabe,  el traductor español, la técnica de traducción, la lengua de la versión española, la traducción judeo-portuguesa, la irradiación de la versión española hacia Cataluña, las dos traducciones latinas, etc. Aun cuando el manuscrito 3065 solo contenía cinco de las ocho partes del original árabe, gracias a la versión judeo-portuguesa Hilty supo pronto que el traductor judío de 1254 había vertido al castellano el libro en su integridad, pero, por desgracia, las partes 6 a 8 no se habían conservado. Sin embargo, años más tarde se descubrieron –en Valladolid y Segovia– dos códices que transmitían la versión castellana de las partes 5, 6 y 8 del Libro conplido. Con ocasión del X Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, celebrado en 2003 en Alicante, Gerold Hilty dio a conocer, a los 76 años de edad, su proyecto de completar su tesis doctoral con la colaboración de Luis Miguel Vicente García. Dos años más tarde, en 2005, el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo de Zaragoza publicó las partes del Libro conplido que faltaban en la edición de 1954 (y la parte siete a través de la versión judeo-portuguesa). Y el día que Gerold Hilty falleció quedaba en su escritorio la versión definitiva de un artículo inédito titulado "Despedida del Libro conplido", que empieza con esta frase: "Este es el último estudio que dedico al Libro conplido". Se publicó póstumamente en el número 73 de la revista Vox Romanica.

Para nosotros Gerold Hilty es y seguirá siendo siempre "don Geraldo", porque tal es el cariñoso apelativo con el que le solíamos tratar sus estudiantes más allegados, especialmente cuando la convivencia se estrechaba a raíz de los ya míticos viajes de estudios a España,  viajes cidianos, viajes berceanos con lecturas en el propio San Millán de Suso, etc. Como hombre de ciencia, pero también como amigo, Gerold Hilty ha sido siempre un ejemplo. En él había un mecanismo natural –su carácter afable y divertido–, que sorprendentemente conseguía eliminar la distancia que a cualquiera imponía la magnitud de su curriculum. Era una persona sencilla, de sonrisa fácil, con un gran sentido del humor, que irradiaba simpatía y lograba, enseguida, que uno se sintiese cómodo a su lado. Por eso siempre conectaba no solo con la gente de su edad sino también –y particularmente– con las generaciones más jóvenes, entre las que deja también grandes amigos y discípulos.

Una de las máximas virtudes de Gerold Hilty fue la lealtad, dentro y fuera de la academia, en los buenos y en los malos momentos. Una lealtad que a menudo se tradujo en una enorme capacidad para escuchar y para aconsejar pensando siempre en el otro, sabiendo incluso ser crítico, lealmente crítico. Como maestro, nos enseñó, entre otras muchas valiosas lecciones, que la ciencia, filológica o no, es una labor diaria que hay que abordar con honestidad, porque en ella cualquier verdad es relativa y siempre superable en etapas posteriores. Aun cuando fue revisada por él la compilación de sus artículos de orientación hispánica que, por sus 80 años, le dedicamos sus alumnos, el lector podrá advertir como en algunos de ellos Hilty expone conclusiones de las que luego se retracta en otros de factura más reciente (véase Íva·l con la edat el coraçón creçiendo. Estudios escogidos sobre problemas de lengua y literatura hispánicas, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007). Y es que ese compendio de estudios viene a ser, en cierta medida, el diario de a bordo de un científico brillante, pero además honesto y humilde: es el relato de un camino largo en el que, como en la vida misma, a veces hubo que desandar parte del trecho recorrido (muy pocas, la verdad sea dicha). Y de ello, tanto como de los logros, él quiso expresamente dar testimonio. Por lealtad a la ciencia. Una lealtad que siempre nos infundió los mejores ánimos a todos los que nos dedicamos a este hermoso oficio, en el que, como él nos enseñó, nunca se tiene la última palabra, pero sí la íntima voluntad de acercarse lo más posible a ella. Cada día.

Cuando pensamos en nuestro maestro, la única imagen que nos viene a la cabeza es la de un río: un río largo, de gran caudal, que pasa por muchas tierras diferentes, y en todas es generoso y mima y riega las orillas, y hace verdecer los campos. Es esa profunda huella, científica y humana, la que logra consolarnos de la irreparable pérdida de Gerold Hilty, nuestro querido maestro y amigo, pues, a través de su acción benéfica y fecunda, sigue y seguirá siempre entre nosotros.

Itzíar López Guil / Enzo Franchini

(†) Harvey L. Sharrer   1940 - 2024
(†) Eukene Lacarra   1944 - 2023
(†) Rafael Lapesa Melgar   1908 - 2001

Rafael Lapesa ha sido el último representante directo de la Escuela de Filología Española, creada por Ramón Menéndez Pidal en torno al Centro de Estudios Históricos. A esa institución se incorporó como becario en 1927 y a ella estuvo vinculado hasta su desaparición al término de la guerra civil. Lapesa se formó en la metodología del historicismo positivista del Centro, que, en esencia, concebía y practicaba la ciencia filológica como un amplio dominio en el que se manifestaban y se interpretaban estrechamente conexos los fenómenos lingüísticos, los literarios y los hechos históricos. A esa compleja tarea dedicó toda su labor intelectual y, aunque fue como lingüista e historiador de la lengua como ejerció su magisterio más directo, sus estudios literarios son muy numerosos e importantes. En particular, en el campo del medievalismo su contribución ha sido fundamental, con aportaciones decisivas sobre diferentes autores y obras. Siguiendo el orden cronológico de los temas, podemos enumerar y comentar algunos de sus principales trabajos.

El descubrimiento de las jarchas y sus dificultades de lectura e interpretación, motivó, por ejemplo, un certero estudio de Lapesa (1960), en el que, a partir de las ediciones de Stern y García Gómez, trataba de fijar algunos pasajes en el texto de aquellos cantarcillos líricos, aduciendo formas lingüísticas documentadas en el romance peninsular de la época. El mundo de la épica y el romancero, por su parte, lo estudió en un sugerente artículo sobre la lengua en los cantares de gesta y en el romancero viejo (1967). En él define y analiza los rasgos más característicos del lenguaje épico, como la presencia de arcaísmos lingüísticos, las fórmulas estereotipadas en epítetos o aposiciones, la variación de tiempos verbales para introducir animación y vivificación en el relato juglaresco, así como singulares libertades en el empleo de formas, construcciones sintácticas y vocabulario. Fiel a las teorías del maestro Menéndez Pidal, al Cantar de Mio Cid dedicó también sendos trabajos sobre la lengua (1980) y la cronología de la obra (1982), que en alguna medida frenaron las acometidas de la crítica antipidalista. Como se sabe, la fecha del cantar cidiano viene siendo cuestión muy debatida en los últimos tiempos y la de 1207, que consta en el éxplicit del manuscrito, ha conseguido una aceptación bastante generalizada. Algunos de los argumentos históricos de Ubieto y los lingüísticos de Pattison son los contestados por Lapesa, quien rechaza el pretendido aragonesismo del poema, al igual que aspectos lingüísticos tenidos por más tardíos (arrancada, çelada, apreciadura, cintura). Del mismo modo, impugna argumentos históricos, como el de la postura antinobiliaria que refleja el poema, no necesariamente 'burguesa' y más desarrollada en Aragón; el del parentesco del héroe con los reyes de España; el del nombre de Navarra, etc. A pesar de todo, la conclusión de Lapesa es ejemplarmente mesurada: «Admito, sin embargo, que el texto conservado puede contener enmiendas y añadiduras posteriores a 1140, e incluso responder a una refundición. (...) No he intentado defender que el texto del Cantar de Mio Cid, tal como hoy lo poseemos, responda sin alteraciones al redactado entre 1140 y 1147».

En esta etapa de orígenes, el Auto de los Reyes Magos fue también minuciosamente escrutado por Lapesa, que en dos distanciados pero importantes trabajos (1954, 198) desveló algunos de su más enigmáticos misterios, como el del origen de su autor y el enclave toledano de la obra. De la catedral de Toledo, desde época muy antigua, procede el códice en que se conserva el Auto, códice que contiene en latín las glosas al Cantar de los Cantares y a las Lamentaciones de Jeremías, de Gilberto de la Porrée (+1154), quien provocó una extendida controversia sobre el dogma de la Trinidad, rebatida por San Bernardo en el concilio de Reims (1148), cuyas resoluciones fueron asimismo promulgadas en Toledo por el arzobispo don Raimundo. Partiendo de esos datos, Lapesa supo dar una explicación plausible del origen material del Auto, entendiendo que el códice del siglo XII hubo de llegar a Toledo al calor de aquella polémica y que allí se aprovecharían las dos hojas sobrantes del manuscrito para apuntar el texto del auto que anualmente se representaría en la catedral. En cuanto a la lengua de la obra, hizo notar la fuerte influencia franca y postuló la procedencia gascona de su autor. Respecto de la obra de Alfonso el Sabio, Lapesa prestó particular atención a un texto considerado menor, como el Setenario que, tras el análisis de su simbología y valor literario, vio realzada su importancia (1980). También sobre la obra poética del rey Alfonso introdujo alguna precisión interpretativa, como es el caso de la breve composición que comienza «Senhora, por amor Dios», la única escrita en castellano de las treinta cantigas profanas que se le atribuyen. En un breve artículo (1961-1966), Lapesa la interpreta sagazmente no como poema amoroso sino como poema paródico y de burlas, lo que explicaría que en ella haya sido abandonado momentáneamente el uso del gallego en favor del castellano.

En el siglo XIV, son de decisiva importancia sus trabajos sobre el Libro de buen amor, el Canciller Ayala o un autor menos conocido como Fray Pedro Fernández Pecha. Del Libro de buen amor, estudió particularmente el tema de la muerte, en un clarificador artículo que supone toda una interpretación de la obra (1966). En el tratamiento de ese tema se revela, en efecto, tanto el carácter vitalista de Juan Ruiz, que preside todo el libro, como el profundo desasosiego que le produce el sentimiento de la muerte. De ella ha procurado no tratar en casi todo el transcurso de la obra, pero ahora, cuando muere Trotaconventos, parece que no tiene más remedio que encararla. Sin embargo, aquel sentimiento de repulsa es el que le lleva a hacerlo por medio de un planto paródico que en alguna medida aliviase aquel desasosegado estremecimiento que le producía.

Sobre Pero López de Ayala, escribió un magnífico trabajo de síntesis, que se publicó como capítulo de la Historia General de las Literaturas Hispánicas (1949). Lapesa estudia la figura del Canciller en un mundo de transición política y social, en el que ve hundirse los valores de la Edad Media y registra nuevas formas de pensamiento y acción que anuncian un espíritu moderno. De igual modo, su obra, escrita pasados ya los cincuenta años, poseerá una profundidad y vigor expresivo que darán animación a la sátira y moralidades del Rimado y, en el caso de las Crónicas, transformarán su carácter de narración medieval dejando paso a trazos de historia psicológica más modernos. En un trabajo muy posterior (1986), Lapesa analizaría también cuatro poemas de carácter penitencial insertos en el Rimado, en los que el Canciller actualiza la tradición espiritual y literaria recibida y la encuadra en circunstancias concretas de su propio existir. Tales poemas resultan así la primera muestra de profunda emoción individual religiosa que aparece en las letras de Castilla. Dejó inédita una edición inacabada del Rimado, con rigurosa colación de testimonios y copiosa anotación, que ha sido reproducida en edición facsimilar por la Generalitat Valenciana, al cuidado de Giuseppe Di Stefano (2010). En cuanto a Fray Pedro Fernández Pecha, fraile alcarreño fundador de la Orden Jerónima, Lapesa dedicó un revelador artículo (1975), en el que destacaba su honda religiosidad interior y la artificiosa elaboración estilística de sus Soliloquios. Eran éstos una sorprendente muestra de prosa religiosa, cuajada de recursos retóricos (amplificaciones, paralelismos, similicadencias, antítesis, etc.), que recogía e intensificaba los procedimientos ornamentales que había introducido en la predicación y la lectura la tradición patrística.

Sin duda, el capítulo de la historia literaria medieval que más se ha beneficiado de los estudios de Lapesa es el de la poesía del siglo XV. De los primeros poetas del Cancionero de Baena estudió el uso que venían haciendo del gallego como lengua poética, su declive cuando la lírica amatoria dejó de ser el género preferido y su retorno ya como deliberado arcaísmo en los poetas de las cortes de Juan II y Alfonso V (1953). En esa misma línea, en diferentes trabajos, estudió las conexiones de la poesía de cancioneros con la poesía del Renacimiento y la continuidad de muchos de sus temas y géneros, como las consolatorias, las lamentaciones de amor o algún motivo mitológico (1998, 1979, 1988, 1989). Asimismo estudió en profundidad la obra de poetas principales, como Santillana, Mena o Imperial.

A Francisco Imperial dedicó un trabajo sobre la cronología de sus obras, sus fuentes italianas y el uso del endecasílabo (1953). En otro dedicado a Juan de Mena (1959), analizó el móvil ético como elemento fundamental en la construcción del Laberinto de Fortuna, dirigido sobre todo a los caballeros castellanos de la época para que tomaran conciencia de su glorioso destino y lo sirvieran con el ejercicio de la virtud. La obra del Marqués de Santillana ha sido la más estudiada por Lapesa en una serie sucesiva de trabajos que fue desgranando a lo largo de casi treinta años, prueba evidente de la particular preocupación del crítico por la figura del poeta de las serranillas. Ese interés se puso ya de manifiesto al dedicar Lapesa su discurso de ingreso en la Real Academia a los decires narrativos del Marqués (1954), trabajo al que inmediatamente siguieron varios artículos sobre otros aspectos de su obra, como la fecha de la Comedieta de Ponza (1954), la poesía juvenil (1954) o el endecasílabo de los sonetos (1956-57), para culminar en la que sigue siendo la mejor monografía sobre la obra del autor, La obra literaria del Marqués de Santillana (Madrid, Ínsula, 1957). También por entonces y todavía en años posteriores verían la luz trabajos fundamentales sobre obras como los Proverbios (1957), el Bías contra Fortuna (1957) o las serranillas (1958, 1978). Muchas son, claro está, las aportaciones contenidas en estos trabajos. Las serranillas, por ejemplo, nos las ha hecho ver como un ciclo poético perfectamente ordenado en su secuencia artística y variado en sus rasgos estilísticos. De los Proverbios, ha rastreado la extraordinaria diversidad de fuentes, que valora, más que como preocupación filológica y humanística, como una síntesis cultural y ejemplar. El Bías contra Fortuna se nos ha mostrado como un poema de alta calidad literaria, una exposición poética de moral estoica, aprendida en las obras de Séneca y de Petrarca, que en muchos de sus postulados se contrapone a la moral cristiana (la sola virtud como bien supremo o la justificación del suicidio) y en otros va incluso más allá de la filosofía del Pórtico (la esperanza de una vida futura), todo lo cual supone un gran esfuerzo por recrear una ideología puramente pagana, al margen de la cristiana en que estaban inmersos el autor y su época.

A la prosa del siglo XV consagró también Lapesa distintos trabajos. Uno temprano fue el dedicado al lenguaje del Amadís manuscrito (1956), en el que analiza algunos rasgos lingüísticos de los fragmentos encontrados, que fecha en torno a 1420. A figura tan interesante como Juan de Lucena, dedicó un artículo (1965), donde analiza aspectos en los que se refleja la crisis del converso al tratar de insertarse en la sociedad dominante (adhesión a las formas de piedad íntima, crítica al poder temporal de la Iglesia, sentido del pro común, sátira antiseñorial, amargo pesimismo, dudas ante la inmortalidad del alma). Reconstruye también allí los fragmentos de un escrito en defensa de los judíos, que fue duramente atacado por el canónigo Alfonso Ortiz y que no se ha conservado, y publica un breve tratado de Lucena sobre el origen y preeminencias del oficio de los heraldos, hasta entonces inédito, escrito en un estilo retórico y latinizante y en el que fantasea el autor con nombres y mitos de la antigüedad.

La Celestina ha sido también objeto de estudio para Lapesa. Aparte de dos extensos comentarios a los ya clásicos estudios de Mª Rosa Lida de Malkiel y de Américo Castro, dedicó a la inmortal obra un penetrante artículo en el que estudia un monólogo de Calisto (1972). En él profundiza Lapesa en el estudio de los personajes y en especial en el de Calisto. Advierte cómo ya en el auto I están trazados con aguda penetración en sus almas complejas y contradictorias, pero cómo Fernando de Rojas ahondará todavía más en los caracteres motivando gradualmente su transformación íntima. El caso de Calisto es muy revelador, pues del amante irresoluto y anulado por la pasión del auto I, pasa a ser un personaje mucho más complejo, como se manifiesta particularmente en sus dos monólogos paralelos de los actos XIII y XIV. En este último sobre todo se advierte una marcada complejidad psicológica y un mayor juego de autoanálisis y autosugestión, debatiéndose el personaje entre los deberes sociales de la honra y el valor que reconoce al placer gozado.

Como hemos podido comprobar en este recorrido, Rafael Lapesa revisó casi todos los capítulos de la literatura castellana de la Edad Media. Lo hizo con la sabiduría del filólogo y con la sensibilidad del verdadero humanista. Los problemas críticos los enfocó, primero, desde el rigor de la crítica textual y el profundo conocimiento de la historia de la lengua, para remontarse, después, a los más perspicuos análisis de temas, géneros y estilo. Nos ofreció con ello una visión de los estudios filológicos en toda su amplitud y complejidad, pero también en toda su riqueza y profundidad humana. Porque el profesor Lapesa supo trascender la frialdad de la letra y buscó siempre desentrañar los comportamientos del alma humana desde las formas creativas. No creía en los análisis que pretenden entender la obra prescindiendo de su creador y, como dejó dicho, prefirió mantenerse en la línea de las «humanidades no deshumanizadas».

Miguel Ángel Pérez Priego

(†) Luis Filipe Lindley Cintra   1925 - 1991

Muito cedo admirado no restrito meio científico português da época e nalguns círculos internacionais, entre filólogos, linguistas e historiadores, distinguido pelos alunos desde os primeiros anos de docência pelas suas aulas exemplares, Luís Filipe Lindley Cintra tornou-se a partir de certa altura o professor mais conhecido e mais invocado da Universidade portuguesa e chegou a ser aquilo a que geralmente se chama uma figura pública. Houve nele uma confluência invulgar de dedicação solitária ao estudo e à ciência, de interesse genuíno por uma grande diversidade de pessoas e de vidas, e de disponibilidade para se solidarizar activamente com causas individuais e colectivas, de que encontrou a matriz na própria relação pedagógica.

Os seus trabalhos escritos e a sua acção didáctica originaram e alimentaram uma fase nova do estudo dos textos medievais, em especial de historiografia, criando paradigmas metodológicos que se revelaram fundamentais para a investigação histórica do mesmo período, e em diversos campos da filologia e da linguística constituíram uma contribuição inovadora, tanto pelos resultados das suas próprias análises e interpretações como pelo lançamento de projectos que motivaram noutras pessoas interesses idênticos e foram formando investigadores.

Dividindo a sua actividade pela Faculdade de Letras e pelo Centro de Linguística, ambos da Universidade de Lisboa, desenvolveu com persistência uma notável acção de direcção, organização e estímulo, em muitos casos inaugurando campos de investigação que continuam a frutificar. O Centro, que foi obra sua, integrou ao longo de anos um número apreciável de investigadores e uma das melhores bibliotecas do país nas respectivas áreas de estudo, e foi editor de livros (Vidas e paixões dos Apóstolos, fac-símile do Cancioneiro Português da Biblioteca Vaticana, Bibliografia de textos medievais portugueses) e da importante revista Boletim de Filologia, que Cintra dirigiu a partir de 1950. Aqui saíram, nomeadamente, as «Normas de transcrição para textos medievais portugueses» (1973), ainda hoje de consulta útil. Entre os grupos de estudo que promoveu no Centro conta-se um dedicado à fonética, matéria de que não era especialista mas de que foi o primeiro professor na Faculdade, onde fez instalar um Laboratório de Fonética extremamente bem equipado.

Na Faculdade de Letras, além da orientação de teses de licenciatura, doutoramento e mestrado, as suas aulas, que eram realmente lições, ficaram célebres. Poucos professores as souberam ali dar como ele. Todos os assuntos se tornavam claros, integrados os fenómenos nos seus contextos, relacionados os factos com lógica e inteligência, definidos os conceitos de maneira suficiente e sem aditamentos supérfluos. Era um ensino que não procurava a problematização e visava eliminar os motivos de interrogação. Mas o saber em que assentava fora de tal maneira reflectido a partir da análise rigorosa de dados e documentos que a segurança que pretendia transmitir aparecia legitimada e por isso convincente. Dali puderam muitos partir depois para novas hipóteses. No entanto, passados quarenta ou cinquenta anos, é possível recorrer ainda à erudição adquirida nas suas aulas, tão bem apresentada foi ela à memória e tão armada estava contra eventuais futuros desmentidos. Em história e gramática comparadas das línguas românicas, em língua, historiografia e história da literatura medievais e em dialectologia — as suas disciplinas de eleição —, ao edifício diligentemente expandido e no essencial completado pelos finais da década de 60, que expunha perante os alunos, sobrevieram desde então novidades a acrescentar, mas poucas foram as alterações de conceito que se impuseram.

Outro tipo de popularidade, agora transbordando largamente da sua Faculdade, veio juntar-se à do mestre respeitado pelo seu saber quando, em 1962, se empenhou de forma activa na luta dos estudantes em defesa de uma nova universidade, e daí em diante em diversas intervenções cívicas, até 1974.

A sua vocação para o trabalho intelectual e capacidade de eleger caminhos certos para chegar a resultados seguros revelaram-se, contra o que seria de esperar, logo no princípio. Nesse princípio de obra e de carreira de uma felicidade rara — que lhe fez dizer mais tarde que passara o resto da vida a competir consigo próprio — terminou aos vinte e seis anos e apresentou como tese de doutoramento na Faculdade de Letras um dos trabalhos mais importantes do século para a história literária da nossa Idade Média: a demonstração da autoria portuguesa, ligada a D. Pedro, conde de Barcelos, da extensa Crónica Geral de Espanha de 1344 que, depois de absorver grande parte da tradição historiográfica hispânica anterior, deixara delimitado o espaço onde veio a ganhar forma décadas depois, com o advento da dinastia de Avis, a Crónica do Reino de Portugal. O volume de introdução à edição crítica do texto contém, de facto, uma história da historiografia portuguesa desde as origens até ao começo do século XV. A amplidão da matéria abrangida, em que couberam todos os elos e ramificações dessa grande cadeia de textos, e o rigor e a adequação do método — dotado de óbvias potencialidades como modelo para estudos futuros — logo provocaram enorme interesse em Portugal e em Espanha, na verdade mais nesta do que naquele. Espanhola era a escola de historiadores e filólogos de que Cintra sempre se considerou devedor, com Menéndez Pidal, seu mestre, à frente, e espanhóis os leitores que então melhor entenderam as suas decisivas descobertas e observações.

Voltou a obter conclusões de carácter histórico através da análise linguística no seu estudo minucioso de A linguagem dos Foros de Castelo Rodrigo, outra prova académica, em 1959. Desta vez intervinha também a dialectologia, matéria que o atraíu em parte pela oportunidade que lhe ofereceu de deixar o gabinete e ir conhecer a população rural do país. Neste campo, realizou estudos sobre a definição das fronteiras de certos traços linguísticos dentro do território nacional.

Os seus artigos sobre as formas de tratamento em português e a sua tese de licenciatura, recentemente publicada, sobre O ritmo na poesia de António Nobre, ilustram a variedade de perspectivas com que observava os fenómenos da língua; posterior de poucos anos à Crónica e retomando materiais então usados, o trabalho «Sobre a formação e evolução da lenda de Ourique» trouxe à questão específica e ao seu contexto uma clareza inédita.

Como disse José Mattoso, que o entrevistou em 1989, a revitalização e a renovação dos estudos de história medieval trouxeram a primeiro plano o valor decisivo da obra de Cintra como modelo de abordagem do documento escrito e de conjugação produtiva de saberes de áreas diversas.

Teresa Amado

(†) Francisco López Estrada   1918 - 2010

Reconoceremos siempre en Francisco López Estrada (Barcelona, 1918-Valencia, 2010) a unos de los mayores filólogos y medievalistas españoles. Entre los cielos habitados por sus pastores y platónicas Dianas, y la tierra firme y viajada de sus Rodrigo Díaz de Vivar, González de Clavijo o Pero Tafur... ¡tantos alumnos!, ¡tantas Universidades!, ¡tantos libros y artículos!, podríamos entonar con el guiño cómplice de la exaltación épica que él disfrutó y supo hacer disfrutar. Sus palabras destacaron siempre por su precisión, claridad y naturalidad, por su prudente contención de sabio sencillo, tanto en clases y conferencias, como en los textos. Con la elegancia del discreto, reservaba la agudeza par los clásicos y la erudición para las notas. Y aunque aquella voz se mantenga plenamente viva en los centenares de trabajos de investigador infatigable, trataremos de repetir para la buena memoria —humilde tributo— algunos datos, forzosamente incompletos e injustos, de su historial académico.

Nacido en Barcelona —siempre reivindicó su catalanidad—, estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. La carrera fue interrumpida en su primer año por el estallido de la contienda civil, que le obligó a regresar a Cataluña. En 1939 se reincorporó a sus estudios, y nada más licenciarse pasó a ser ayudante y profesor auxiliar en la propia Facultad de Filosofía y Letras. Leyó pronto su tesis doctoral, que dedicó a la edición y estudio de la Embajada a Tamorlán (1943), un texto al que retornaría con fidelidad. En 1946 ganó una plaza de catedrático de «Lengua y Literatura Españolas en sus relaciones con la Universal» en la Universidad de La Laguna y la estancia canaria le permitió, entre otras cosas, catalogar y publicar —entre 1947 y 1948— el rico fondo antiguo su biblioteca. Poco después, se casaba con la querida compañera de toda su vida, Teresa García-Berdoy. En 1948 pasó a la Universidad de Sevilla, donde transcurrieron más de veinticinco años pletóricos vitalmente y fecundos intelectualmente. Francisco Márquez Villanueva, Rogelio Reyes, Pedro Piñero, Begoña López Bueno, Piedad Bolaños, Mercedes de los Reyes y tantos otros antiguos alumnos suyos, e igualmente grandes maestros, lo recuerdan allí —se lo hemos escuchado y leído repetir siempre— como un magnífico profesor, activo director de tesis y productivo gestor de proyectos culturales. En Sevilla, día a día, clase tras clase, artículo tras libro, se forjó su prestigio como investigador de alto alcance y fuste, indisociable del respeto y el afecto que despertaban su magisterio y su trato siempre afable. En el año 1975 se trasladó —sobrado de madurez y reconocimentos— a la Universidad Complutense, donde se jubiló en 1986 (aunque gracias a la figura de emérito pudo prolongar su actividad docente casi diez años más). Pero estando en la capital hispalense había logrado ya, desde luego, la mayor parte de sus distinciones internacionales: Oficial de la Orden de las Palmas Académicas de la República Francesa (1966), Comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana (1970), correspondiente, desde 1962 —y numerario desde 1989— de la Hispanic Society de Nueva York. Sevilla le cedió el sillón en su Real Academia de Buenas Letras y la Universidad hispalense le otorgó en 1988 el doctorado honoris causa en tributo a su admirable labor, recordando sus antiguos alumnos de nuevo su huella indeleble, en 2001, en un elegante volumen, Sevilla y la literatura. Homenaje al profesor Francisco López Estrada, que contiene más de treinta contribuciones de prestigio.

El más completo listado bibliográfico de don Francisco (esmeradamente elaborado por Ángel Gómez Moreno y Javier Huerta, publicado en «Retrato y semblanza de un claro varón», Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, 32 [2007], pp. 39-84) consta de nada menos que 534 entradas; de ellas, casi setenta son libros (incluyendo, claro está, diversas reediciones). Parece inevitable inferir: nulle die sine linea. Es imposible siquiera sintetizar ese volumen ingente de trabajo intenso, riguroso, necesario y vocacional. Su investigación se consagró sobre todo a la Edad Media y a los Siglos de Oro, y sólo más esporádicamente al siglo XIX y principios del XX. Empezando por la modernidad, destaquemos Rubén Darío y la Edad Media (1971), Poética para un poeta. Las «Cartas literarias a una mujer» de Bécquer (1972) y Los «primitivos» de Manuel y Antonio Machado (1977), libros que nos hablan, en estos cuatro autores, de recuperación del Medievo —simbólica, estética, cultural—, aunque desde la modernidad, desde el simbolismo, desde las artes... Siguiendo con los siglos de Oro, destaquemos Los libros de pastores en la literatura castellana: la órbita previa (1975), obra de consulta obligatoria para adentrarse en el mundo de la novela pastoril, al igual que lo son sus ediciones de Los siete libros de la Diana de Jorge de Montemayor (1946; reed., 1954), la Diana enamorada de Gaspar Gil Polo (1988), por no hablar de las de la Historia etiópica de los amores de Teágenes y Cariclea, de Heliodoro, traducida por Fernando de Mena (1954) y El Abencerraje y la hermosa Jarifa (1957). ¿En qué programa de novela del XVI, de novela pastoril, morisca y bizantina, han faltado esas ediciones? Sin olvidar sus ediciones de las dos Fuenteovejuna, de Lope de Vega y de Cristóbal de Monroy (1969), de La Galatea de Cervantes (1999), su libro sobre Tomás Moro y España. Sus relaciones hasta el siglo XVIII (1980), la edición de las Poesías completas de Pedro de Espinosa (1975) y de sus Obras en prosa (1991), más otras diversas ediciones, antologías y manuales, que escribió, o bien solo o bien en colaboración con su hija María Teresa López García-Berdoy, heredera —como profesora de literatura— de la vocación filológica de su padre.

Referirnos a don Francisco como medievalista obliga a hablar de su Introducción a la literatura medieval española (1952, 1ª ed.), un libro totalmente innovador para aquellas fechas y —sesenta años más tarde, remozado en reediciones posteriores (hasta la 5ª ed., 1983)—, todavía de insoslayable referencia. Hallamos aquí, aplicados a los textos hispánicos, un panorama crítico comparatista y una síntesis histórica, perfectamente integrados en las órbitas socio-culturales, filosóficas y plásticas del Medievo europeo. Con las guías firmes del positivismo (Menéndez Pidal) y la estilística (Dámaso Alonso), López Estrada apostó siempre por los textos clásicos y por las herramientas básicas de análisis crítico: ecdótica, historia, retórica, métrica..., sin olvidar las corrientes críticas más modernas en Europa (contribuiría a divulgar el Essai de poétique médievale de Paul Zumthor [1972]).

Su querencia por el Poema de mio Cid fue fidelísima. Desde la elegante versión versificada del Poema del Cid: versión métrica (1955), hasta el clarificador y equilibradísimo Panorama crítico sobre el «Poema del Cid» (1982). Y no menos fiel su devoción al mundo de los viajes medievales. Editó, perfectamente anotado, el texto ya fijado desde su tesis de la Embajada a Tamorlán (1999). Y la estudió en su contexto viajero, junto con las Andanças e viajes de Pero Tafur, a las que dedicó páginas iluminadoras (1984), y junto con otras obras, en Libros de viajeros hispánicos medievales (2003). Más prosa: su volumen de Orígenes de la prosa, elaborado en colaboración con Mª Jesús Lacarra. Pero la versificación poética —la que aplicó al PMC— le interesaría siempre. Mientras traducía, junto con Klaus Wagner, el Manual de versificación española de Rodolf Baehr (1970), publicó su Métrica española del siglo XX (1969). Y años más tarde, su librito-antología sobre Las poéticas castellanas de la Edad Media (1985), donde confrontaría y explicaría los principios retóricos explicitados por Baena, Santillana y Encina.

Francisco López Estrada fue homenajeado con todos los honores en los dos vols. que le dedicó la revista Dicenda, 7 (1988): Arcadia (Estudios y textos dedicados a Francisco López Estrada), ed. de A. Gómez, J. Huerta y V. Infantes. Ya hemos citado el homenaje hispalense y el completo artículo y bibliografía de Ángel Gómez y Javier Huerta en CILH (en este mismo número, el propio López Estrada escribió un esbozo de autobiografía: «Contar una vida»). El número 16 (2010) de la revista e-Humanista —monográfico sobre «El dominio del caballero», preparado por Ana Bueno y Antonio Cortijo— le fue dedicado en homenaje a su figura. En él hallaremos un sentido tributo, de nuevo de Á. Gómez, uno de sus mejores y más agradecidos discípulos, y un álbum con quince estupendas fotografías que nos muestran, a lo largo de los años, con pocos cambios, el rostro de siempre: el del sabio discreto, eterno enamorado de las letras clásicas hispánicas.

Rafael Beltrán

(†) José Manuel Blecua   1913 - 2003

José Manuel Blecua Teijeiro, Alcolea de Cinca (Huesca) 1913–Barcelona 2003, vivió hasta los diez años en su pueblo natal, en donde sus primeras relaciones con la naturaleza estimularon aficiones que durarían toda su vida, avivadas después por sus contactos con personas educadas en postulados de la Institución Libre de Enseñanza. Se licenció en Filosofía y Letras y en Derecho por la Universidad de Zaragoza (1933), para opositar después a la plaza de Lengua y Literatura de Enseñanza Media (1934-1935), a cuya enseñanza se dedicó hasta 1963. En 1959 obtuvo la cátedra de Historia de la Lengua y de la Literatura Española en la Universidad de Barcelona (1959-1983), en donde continuó como profesor emérito hasta 1990. En su dilatada y entusiasta dedicación docente, prolongada en los cursos de verano de Jaca, se sentía afortunado, fruto de lo cual no sólo fueron las abundantes vocaciones despertadas y las numerosas tesis doctorales dirigidas, sino las entrañables amistades entabladas.

Director de colecciones literarias como la escolar Biblioteca Clásica Ebro y la Biblioteca del Hispanista, fue persistente editor de textos desde el Cancionero de 1628, El laberinto de Fortuna de Mena, los Argensola, Herrera, Quevedo, o fray Luis de León, al tiempo que antólogo extraordinario de la poesía española; su curiosidad, aficiones e interés le llevaron a transitar la literatura de todas las épocas, sin olvidar la escrita por los autores modernos, fuera Guillén o Miguel Labordeta, con especial predilección por la poesía. Como historiador de la literatura medieval sobresalen las introducciones a don Juan Manuel, a Juan de Mena, a su Antología de la poesía de tipo tradicional, al mismo tiempo que su contribución a la magna Historia de las literaturas hispánicas, en la que colaboró con el capítulo dedicado a los «Grandes poetas del siglo XV». De sus estudios se percibe que, a su juicio, los grandes escritores sólo pueden explicarse con otros autores de menor rango, porque la historia de la literatura se compone de valles y montañas, las cuales no pueden destacarse unas sin los otros. Las divisiones cronológicas estereotipadas le resultan insuficientes para analizar históricamente los textos; la influencia de los escritores sobrepasa el ámbito temporal de su existencia, ya que perviven a través de sus continuadas transmisiones, tanto sean autores cultos como los de lírica tradicional, una de sus más acertadas aportaciones a la historiografía literaria. Dentro de la tradición destaca el sello individual de las obras estudiadas, en las que resalta los rasgos más sobresalientes, situadas en su contexto y proyectadas sobre el futuro: don Juan Manuel es el primer conceptista, el primer escritor con una voluntad de estilo, mientras que Juan de Mena supone un primer eslabón histórico en la configuración de una lengua especial que conduce a la gongorina. Emplea los textos como testimonio representativo de un marco histórico y de su producción, pero también, como aliciente de su lectura. No se trata de una mera restauración arqueológica, sino de una vivencia que conecta con los gustos presentes y con la estética de los autores vivos de su época. En sus juicios se aúnan una fina sensibilidad, unos extraordinarios conocimientos historiográficos para destacar las novedades y la aplicación de unos métodos en los que subyace la estilística idealista prevalente en la época. Algunos comentarios, incluso periodísticos, sobre Jorge Manrique resultan buena muestra de ello. Los primeros versos de las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre terminan con ese «tan callando», que, de acuerdo con sus palabras, «llega a sobrecoger el estremecido ánimo del lector por su extraordinario vocalismo. Tres 'aes' blancas como sábanas de nieve finalizan en una redonda 'o', negra y terrible como un hondo pozo (Para mí la 'a' es blanca y la 'o' negra)». Comentarios similares aplicaba en 1941 a Juan de Mena, y, podría resultar paradójico, sólo en apariencia, que una persona con problemas de audición tuviera una acusada sensibilidad para determinados fenómenos acústicos.

Pero por encima de todo, su extraordinario trabajo quedó plasmado en las rigurosas ediciones, bien fueran antologías temáticas, históricas o genéricas, bien libros íntegros. Limitándome a los medievales, conviene recordar su interés por autores u obras aragonesas desde el más viejo poema de loor de Zaragoza (1972), o la edición del cancionero de Pedro Marcuello (1987). En otras ocasiones, son viejos textos rescatados de la biblioteca universitaria de Zaragoza, cuyos fondos tan bien conocía. Es lo que sucede con el facsímil de Libro de la Oración de Sor María de santo Domingo, obra inédita e inencontrable de una monja visionaria. He dejado para el final, uno de sus grandes amores literarios de la Edad Media, afición forjada en sus años universitarios. Desde joven había proyectado ser, en un principio, medievalista, influido por uno de sus pocos maestros zaragozanos: Giménez Soler. En 1933 don Andrés había publicado su famosa biografía sobre don Juan Manuel, justo en una época en la que el joven Blecua todavía frecuentaba las aulas universitarias zaragozanas. No me parece casual que su primera publicación, fechada en 1938, fuera una edición y estudio de dos tratados de don Juan Manuel. Había pensado dar a la luz todas las obras del escritor castellano para la realización de su tesis doctoral, si bien en Madrid se lo desaconsejaron, lo que le condujo a embarcarse en otras empresas, sin olvidarse nunca de estos primeros amores. Volvió a publicar ambos tratados en 1952, y en 1969 editaba su clásico Conde Lucanor en la editorial Castalia. Entre 1982–1983 gozosamente vio culminado su proyecto juvenil publicando las Obras completas del sobrino de Alfonso X el Sabio, un buen botón de muestra de varias de sus características: la grandeza de sus proyectos, su constancia, su paciencia y su laboriosidad.

La literatura no sólo formaba parte de una pasión continuadamente transmitida, sino que se convertía en una visión del mundo en la que la ética se aunaba a una estética y se trascendía en una metafísica. De ahí que acostumbrara a sintetizar la quintaesencia de su ideario mediante versos o reflexiones de poetas: «En lo provisional, exactitud también, como si fuera definitivo» (Juan Ramón Jiménez). «Despacito y buena letra: / el hacer bien
las cosas / importa más que el hacerlas» (Antonio Machado). A lo largo de su vida procuró y logró hacer bueno un verso de la Epístola moral a Fabio: «Iguala tu vida al pensamiento». Su casa la convirtió en hermosa biblioteca, con algunos ejemplares únicos, al tiempo que disfrutaba de largos paseos al aire libre tratando de cazar los mejores crepúsculos, y distinguiendo pájaros, plantas y árboles; por eso sometía a sus acompañantes a una prueba decisiva en su ingenuidad contagiosa: ¿en qué se distingue un chopo de un álamo? Trabajador infatigable, muy disciplinado y entusiasta, en los más variados sentidos de la palabra podía considerarse un maestro, «eso que parece tan sencillo de decir y tan difícil de encontrar», lo que expresaré con palabras suyas dedicadas a Ángel del Río: «su saber le confería, naturalmente, un magisterio, pero su calidad humana era excepcional. Pocos hombres he conocido que lograsen reunir tan armoniosamente una gran erudición junto a una sensibilidad finísima, una cordialidad y generosidad tan a flor de piel, al lado de una elegancia espiritual suprema, unida, a su vez, en un sentido delicioso del humor».

Juan Manuel Cacho

(†) Mário Martins, S. J.   1908 - 1990

Mário (Gonçalves) Martins, S.J. (1908-1990). O epitáfio podia ser breve: nasceu em 17. 2. 1908 (Zibreira – Torres Novas) e faleceu em Lisboa, 30. 6. 1990. Deve dilatar-se para a dimensão da sua obra. Conhecemo-lo com uma vida já longa abençoada, sem dúvida: amado por Deus e pelos homens, não lhe faltou a capacidadede, com a sua palavra, amansar monstros (cf. Eccl. 45, 1-2), que, embora de papel, a muitos assustam. Os que estiveram no IV Congresso da AHLM (Lisboa, Outubro, 1990) prestaram-lhe homenagem sentida, ao saberem que a Irmã Morte se antecipara.

Erudito e justo ficou na memória de todos quantos o conheceram ou leram os seus ensaios. Tendo entrado no Colégio das Missões Ultramarinas (em Cucujães, onde chega com o 5º ano de preparatórios), passa aos vinte anos para a Companhia de Jesus e nela faz o seu percurso académico, por lugares diversos (Braga, Enghien / Bélgica, Salamanca), fugindo ao monstro da guerra até regressar à pátria. Em 1943, fixa-se em Lisboa, integrado o corpo redactorial da revista Brotéria.

Atraiu-o como campo de estudo o período medieval, onde demonstrou raras qualidades de inteligência e de sensibilidade literária. Partindo das fontes latinas, depressa se devota ao universo dos manuscritos medievais, particularmente dos códices alcobacenses, ainda pouco desbravados, na Biblioteca Nacional em Lisboa. Os ensaios, que, a partir da década de 1950, publica com regularidade, chamam a atenção, pela novidade dos horizontes que rasga, por entre homens e livros. Deixa encanto na prosa e enleia nas leituras que propõe – pelas correlações temáticas e textuais que estabelece, pela largueza nas perspectivas que lança ao abarcar a variedade dos géneros literários; as análises são tanto mais operativas quanto articulam associações em campos menos frequentados. Nele a intuição e a sensibilidade literária desdobram-se em capacidade criativa (que o levará ocasionalmente ao campo da ficção pessoal) e dão às suas construções leveza e graciosidade em que a poesia nunca é penhorada à erudição de que se alimenta nem o juízo crítico sacrifica a elegância do enunciado. Com ironia e humor entende e comenta situações humanas que surpreende nos textos literários (O riso, o sorriso e a paródia na Literatura Portuguesa de Quatrocentos, Lisboa, 1987; Sátira na Literatura Medieval Portuguesa – séculos XIII e XIV, Lisboa, 1987); com empatia percebe os processos literários medievais e as memórias de que se alimentam (Alegorias, símbolos e exemplos morais na Literatura Medieval Portuguesa, Porto, 1985; A Bíblia na Literatura Medieval Portuguesa, Lisboa, 1979); em espírito devocional explora formas populares ou cortesãs da piedade medieval (Nossa Senhora nos romances do Santo Graal e nas Ladainhas Medievais e Quinhentistas, Braga, 1988; O Livro de Horas de D. Duarte, Lisboa, 1971); com jovialidade atende ao espírito dos tempos – na intemporalidade das alegrias, sem angústias da vida atravessada pela morte que conduz à eternidade (Introdução histórica à vidência do tempo e da morte, em 2 volumes, Braga, 1969); adverte facilmente em referências culturais que passam desapercebidas a outros e reconstrói o mundo a que remontam (ex., "Dum poema inglês de John Gower e da sua tradução do português para o castelhano", Didaskalia, 9, 1979, pp. 413-432: a hipótese vem mais tarde a confirmar-se na descoberta de testemunho na Biblioteca do Palácio, em Madrid – está datada de Ceuta, 1430, em cópia de João
Barroso).

Na sua vasta produção cabem ensaios adaptados a públicos diversificados e à tipologia das revistas que solicitam a sua colaboração. Em versões similares, desdobraos em volumes autónomos: Estudos de Cultura Medieval, I, II, III, Lisboa, 1980-1983. Em plano erudito, aprecia a combinação da filologia de pesquisa com o comentário a prolongamentos de recepção temática ou estrutural (ex., "A espada, o amor e a morte desportiva, na «Chanson de Roland», nos romances arturianos, na «Brasileira dos Prazins» e na «Hora e vez de Augusto Matraga»", Memórias da Academia das Ciências, 1982, pp. 325-344). Em recuperação do tempo que flui, celebra centenários (ex., "Pedro Hispano: um mestre da arte de pensar", ib., 18, 1977, 181-192). Já em Estudos de Literatura Medieval, Braga, 1956, que caracteriza como "sondagens na literatura portuguesa", reunira quarenta estudos para "mergulhar até às raízes de certos problemas literários da nossa Idade Média, alguns deles com a aparência de ilhotas perdidas no mare magnum dos velhos códices adormecidos". No seu horizonte de leituras cabem os Padres da Igreja e o Breviário, as Cantigas e as obras chegadas de fora, lidas no original ou vertidas para o romance local, qualquer que fosse a sua procedência ou a sua forma de origem e de integração (hagiografia, milagres, romances de cavalaria, obras de piedade e obras de especulação). Com manifesto júbilo, revela: "Crescemos com Cister: como um motivo musical que vai e torna a voltar, encontramos os códices de Alcobaça quase ao virar de cada folha destes estudos e não somente deste capítulo". Com justa satisfação pode demonstrar que "da nossa literatura medieval temos alguma coisa mais para conhecer do que meia dúzia de poesias dos cancioneiros, os cronistas, com Fernão Lopes à frente, e os títulos secos doutras obras de conteúdo um tanto nebuloso". Na busca de identidades, dentro do largo panorama cultural europeu, integra as literaturas hispânicas e reconhece os filões que da Europa chegam em partilha de tradição comum.

Muitos dos estudos de Mário Martins são de verdadeiro iniciador; os que se internaram por esse universo, com frequência a ele voltaram para retemperar forças. Em estudos monográficos comprova a sua capacidade de estruturar especulações e atender a pontos menos atendidos em homens ou géneros literários para depreender encadeamentos: em Correntes de Filosofia religiosa em Braga nos séculos IV a VII, Porto, 1950, encanta-o perceber a persistência de uma cultura que não esquece as fontes e as prolonga (em Martinho de Braga, Pascásio de Dume, nas correntes monásticas) vislumbra traços de cultura que dá consistência ao noroeste peninsular e não se escandaliza com os hereges do priscilianismo; em Laudes e Cantigas Espirituais de Mestre André Dias, Singeverga, 1951, desvenda influências da poesia religiosa italiana em formas locais; em Vida e obra de Frei João Claro, Coimbra, 1956, persegue o percurso universitário de um cisterciense; em Peregrinações e Livros de Milagres na nossa Idade Média, Lisboa, 1956, irmana-se com os peregrinos dos santuários e descortina a literatura de peregrinação e os relatos de milagres; apercebe-se da "intemporalização medieval", desfruta da horaciana fugacidade dos dias, mas penetra no claustro para se entregar ao trabalho e ao louvor divino ou à reflexão sobre o sentido da vida humana no prolongamento dela para além do tempo, para a eternidade (sem se assustar com as macabras Danças da Morte), delicia-se com "O ciclo franciscano na nossa espiritualidade medieval" (Biblos, 27, 1951, 141-247).

Ao ser recebido na Academia de Ciências de Lisboa, em elogio ao seu predecessor (F. Rebelo Gonçalves), a 22 de Março de 1973, deixou Mário Martins o retrato de si próprio: "Lado a lado com a austeridade científica da palavra em si mesma, procuro erguer os andaimes circunstanciais da ciência humana, cultural e histórica em torno da forma verbal (...), nas literaturas medievais (incluindo a latina), onde já afloram e desabrocham a juventude, a sensibilidade e o pensamento dos tempos modernos".

Aceita Mário Martins fazer parte de Academias, para que é convidado, porque elas lhe aparecem com a missão principal de "unir os homens de todos os sectores e de todas as orientações, para assim nascer a rosa-dos-ventos de todo o saber", que ele gosta de manejar, buscando sempre novos rumos, ancorado no saber de outros.

Sem o pretender, faz parte da plêiade de autoridades que entram na vida cultural, com a leveza de nunca se imporem, mas com direito a nunca estarem a mais, por nunca serem dispensáveis, porque as leituras que nós fazemos já ele as antecipou: se alguma das dele saltámos, corremos o risco de perder as associações que a ele lhe fluem mansamente. Personalidade ímpar na paridade dos dias, a ela nos habituámos, sem nunca a dispensarmos, pois sem ela nos sentiríamos mais pobres. Acompanhamo-lo como romeiros de longa caminhada e, integrados no seu percurso, facilmente nos apercebemos de que, com ele, vemos mais longe (ao modo de Bernardo de Chartres – quando mediu a estatura dos seus mestres pela altura dos seus ombros).

Efectivamente, Mário Martins (dois nomes indissociáveis) tornou-se familiar a sucessivas gerações. Ainda lembro o dia em que ele entrou nos meus caminhos de adolescente, quando eu ainda mal entendia os modos como se exprimia ele, na sua meia-idade; só decorrida uma vintena de anos me reencontrei com ele em terrenos de medievalidade para por ele acertar o passo dos textos e dos (des)caminhos destes – fosse quando o interpelei sobre uma frase que ficara na notícia sobre o Livro dos vinte e quatro milagres da Virgem Maria (afinal, vinte e dois, numa estrutura de 15 + 7), fosse quando partilhei com ele o reconhecimento da identidade do scriptorium alcobacense em traços da encadernação medieval, fosse quando me entregou as fotografias do manuscrito do Horologium Fidei, de André do Prado, para me confiar a edição desse tratado.

Dotado de espantosa memória dos textos (que lhe permitia tecer associações a perder de vista), Mário Martins saboreava a palavra e dela fazia alimento de vida, possuía uma viva sensibilidade poética (para acolher as imagens da natureza e entender as subtilezas da linguagem), manejava como poucos uma vibrante ironia (para se rir de si mesmo e dos outros) e entendia, sem angústia, a resiliência do tempo (dos homens e das suas coisas), caminhando serenamente ao encontro do Eterno (com nome), pois se reconhecia ancorado nos reflexos da graça divina que sentia oferecida generosamente aos homens. Não vivia de sistemas especulativos, mas da sublimidade das pequenas grandes coisas – as flores do jardim, a sementeira dos campos, uma iluminura dum Livro de Horas, um pequeno conto popular, uma narrativa de milagres, um esboço de epopeia ou uma cantiga de amigo, uma lenda que viajou no tempo ou uma fórmula guardada intangível e mal percebida, um texto surpreendido em testemunho único ou um romance colhido em terra distante, onde via refractados ecos de tempos longínquos. Tinha paixão pela leitura e pela escrita – esta como resposta àquela, aquela em actos múltiplos, em prolongamento da sua própria interioridade, em sintonia amigável com qualquer autor dos textos, que lia e reflectia em recensões literárias dilatadas pela cordialidade, em coincidência com o autor que lhe vinha ao encontro. Por sábio e amigo, o seu nome permanece: "memoria eius non recedet et nomen eius requiretur a generatione in generationem" (Eccl. 39, 13).

Aires A. Nascimento

(†) Margherita Morreale de Castro   1922 - 2012

Hizo sus estudios elementales en Viena y la enseñanza media en el Humanistisches Mädchengymnasium de esa misma ciudad; obtuvo en los Estados Unidos el título de Bachelor of Arts y se graduó en Letras en la Universidad de Milán. Enseñó en la Universidad Católica de Washington, en la John Hopkins y en la de Stanford, y luego en Italia (Universidad de Bari y Universidad degli Studi de Padua). Fue Premio Nebrija de la Universidad de Salamanca (1996), doctora honoris causa por la Universidad de Barcelona, correspondiente de la Española y miembro de la Academia de Letras Argentina en Italia, de la Hispanic Society, del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti y de la Accademia dei Lincei. Dedicó especial atención a los estudios sobre Humanismo, Erasmismo y temas italoespañoles en la época del Renacimiento. También se ha ocupado en estudios sobre la Biblia vernácula en España.

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"«Claros y frescos ríos» imitación de Petrarca y reminiscencias de Castiglione en la segunda canción de Boscá", Thesaurus. Boletín del Instituto Caro y Cuervo, 8, 163-73 [y en Castiglione y Boscán (1959), pp. 253-260].

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"Algunas observaciones acerca de la reciente Ortografía de la Real Academia", Revista de Filología Española, 79, 345-350.

2000

"Iniciación al estudio del paralelismo en los romanceamientos bíblicos medievales" en Estudios de Filología y Retórica en Homenaj


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(†) Germán Orduna   1926 - 1999

Germán Orduna fue una de las figuras mayores del hispano-medievalismo argentino y, en el estricto campo filológico, creo que sólo María Rosa Lida de Malkiel tuvo una obra de mayor repercusión local e internacional, dentro de una tradición crítica rioplatense que aún no es centenaria.

Prácticamente desde sus inicios en la investigación, supo articular el análisis literario con la edición crítica de ciertos textos. Así, a partir del trabajo de preparación de una edición de la Vida de Santo Domingo de Silos (Salamanca, 1968) desarrolló estudios incisivos sobre distintos aspectos de la obra berceana, entre los que destaca su análisis de la Introducción a los Milagros de Nuestra Señora, publicado en las Actas del II Congreso Internacional de Hispanistas (Nimega, 1967). También, a partir de su edición del Libro del conde Lucanor et de Patronio (Buenos Aires, 1972), elaboró trabajos hoy ineludibles sobre el uso del exemplum (en Juan Manuel Studies, Londres, 1977) y la autobiografía literaria de don Juan Manuel (en Don Juan Manuel. VII Centenario, Murcia, 1982) —para mencionar sólo dos artículos que admiro particularmente. Todo esto, más sus trabajos sobre Manrique, el Romancero y el Mio Cid, le habían granjeado merecida fama entre los especialistas, pero su tarea principal, relacionada con la reflexión teórica en torno de la crítica textual (condensada en su libro Ecdótica. Problemática de la edición de textos, Kassel, Reichenberger, 2000 y en los trabajos reunidos póstumamente en Fundamentos de crítica textual, Madrid, Arco/Libros, 2005) y con la edición de la obra poética y cronística del Canciller Ayala (primero, el Rimado de Palacio, editio maior en 2 vols. editado en Pisa, 1981, editio minor en los Clásicos Castalia, Madrid, 1987; luego, la Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique, Buenos Aires, 1994-1997), lo obligó a concentrarse durante largos períodos en un trabajo silencioso e invisible, un trabajo que dio frutos de indudable solidez pero de resonancia comparativamente menor al de otro tipo de estudios críticos.

La primera generación de discípulos, a la que pertenezco, lo conoció en ese momento de perfil bajo e intenso trabajo de comienzos de los años ochenta. Daba entonces sus clases, como Profesor asociado a la cátedra de Literatura Española Medieval de la Universidad de Buenos Aires, para un grupo reducido de alumnos en una pequeña sala anexa a los institutos de investigación de la calle 25 de Mayo, a media hora de distancia de la sede central de la Facultad de Filosofía y Letras, donde el titular de la cátedra enseñaba ante nutrida concurrencia.

A pesar de esa posición marginal, la fama de sus clases lo destacaba ya como uno de los mejores profesores de la carrera de Letras. Poseedor de un profundo sentimiento nacionalista, desdeñó en los años grises de la dictadura la posibilidad de una carrera destacada en Europa —concretamente en Alemania— y empeñó todo su esfuerzo en la conformación de un equipo de investigación y en la fundación de un órgano de difusión académica: tales fueron el Seminario de Edición y Crítica Textual (SECRIT) y la revista Incipit, cuyo primer número vio la luz en plena Guerra de las Malvinas. Con la llegada de la democracia, a mediados de los ochenta, también llegó para Orduna la titularidad de la cátedra y un explícito reconocimiento internacional a su labor.

Cualquiera que haya leído sus trabajos o lo haya escuchado exponer o disertar en congresos internacionales conoce sus méritos como investigador metódico y riguroso, como lector agudo y sensible, como escritor preciso y de muy buena pluma; no es necesario que abunde yo aquí en lo evidente. Quisiera, en cambio, detenerme un poco en algunas facetas menos visibles de su manera de investigar y de enseñar.

Como director de equipo y como maestro de sus colaboradores, Germán Orduna tenía un modo muy peculiar de incentivarnos: daba por sentado que cada uno de nosotros poseía un talento y una erudición que nos ponía casi a su altura (por supuesto, el «casi» resultaba discretamente apuntado en cada charla), con lo cual terminábamos redoblando esfuerzos para responder, dentro de lo posible, a esa imagen ideal, a su alta opinión, para no decepcionarlo o para retribuir con trabajo y superación tanta generosidad, tanta buena disposición. Lo demás tenía mucho que ver con el ejemplo silencioso: uno aprendía a investigar viéndolo investigar, copiando sus métodos, siguiendo el sistema de razonamiento que subyacía en las charlas de cada día a la hora del té, en el Secrit (así es, se tomaba té, para asombro e incomodidad de visitantes como Alan Deyermond, que hubieran agradecido una copita de alguna bebida un poco más contundente).

Es bien conocido que Germán Orduna era una persona de ideas conservadoras y de una profunda y sincera fe católica, lo que venía acompañado por una mentalidad abierta y una lucidez crítica que nos permitió, a los muchos que no compartíamos su postura ideológica, trabajar con él en un clima de absoluta libertad —algo que, desgraciadamente, no resultaba tan común entre los colegas progresistas de mi Facultad.

Como profesor era sencillamente insuperable: su perfecta dicción del castellano antiguo y su manera de decir los textos, fuera el Mio Cid o la lírica amorosa manriqueña, para mencionar dos de sus puntos más altos; sus dotes histriónicas que le permitían leer La Celestina desplegando con su voz los matices peculiares de cada personaje; su manera genial de articular una presentación general básica de los temas con una discusión profunda de las últimas teorías de la crítica o con las ideas aún en proceso de decantación que traía al aula desde su gabinete de investigador. Contaba para ello con la mejor formación que el sistema educativo argentino de mediados del siglo XX podía ofrecer, a través de una de sus mejores instituciones: el colegio Mariano Acosta. Una formación pedagógica que recorría integralmente los niveles primario, secundario y terciario le proveyó de herramientas tanto intelectuales como prácticas —tales como ejercicios de respiración y de impostación de la voz, que todavía a sus 73 años le permitían dar clases teóricas de cuatro horas sin el menor esfuerzo durante la mañana, para luego continuar el trabajo de investigación durante toda la tarde—, herramientas que supo aprovechar al máximo. Jamás fue rutinario, ni adocenado, ni condescendiente; cada clase era un despliegue de problemas y de incentivos para pensar. Un compañero me dijo una vez que Orduna nos daba clases como si fuéramos estudiantes de Oxford o de Harvard (con ello quería decir, ya que ninguno de nosotros tenía idea concreta del asunto, que nos trataba como si estuviéramos en un ámbito de la máxima excelencia académica), y pretendía con eso marcar un defecto. Y era verdad que él no parecía prestar atención a las condiciones concretas de nuestro precario ámbito universitario o a los baches de nuestra formación. Pero yo veo en eso una virtud que le agradezco profundamente.

Porque bastaba seguirlo un poco para darse cuenta de que él sabía muy bien dónde estaba enseñando y con qué bueyes araba. Pero se negaba con toda firmeza a convertir eso en una excusa para no aspirar a un resultado de primer nivel. Nos inculcó de ese modo una actitud que nos puso a salvo, a cuantos quisimos entenderlo, de la auto-indulgencia del «pobrecito» del Tercer Mundo. Si trabajábamos en universidades y en centros de investigación con presupuestos minúsculos, si nuestras bibliotecas estaban faltas de casi todo, pues eso significaba que había que trabajar más, que nos llevaría más tiempo, que nos costaría el doble o el triple que en otros ámbitos, pero que el resultado final igual debería estar a la altura de los estándares de la producción crítica internacional.

Tuve el honor y la fortuna de ser su colaborador más estrecho durante dieciocho años; en ese tiempo aprendí lo esencial de este oficio de la investigación y de la docencia en el hoy vapuleado campo de la filología, pero también viví y correspondí una corriente de afecto que nos puso en sintonía y que dio a nuestro humilde quehacer cotidiano otra dimensión, otra conexión con la vida, que convirtió nuestro amor por las letras en un sentimiento más amplio y generoso, ese cuya vibración captaba en su voz durante las clases y que hoy intento remedar ante mis alumnos como una forma íntima y profunda de honrar su memoria.

Leonardo Funes

(†) Ian R. Macpherson   1934 - 2011

Ian Macpherson nació el 4 de enero de 1934 en Aberdeen, Escocia, y falleció el 23 de noviembre de 2011.

Se doctoró en la Universidad de Manchester en 1960 con una tesis sobre «González de Clavijo's Embassy to Tamerlane». Ejerció la docencia en las universidades de Manchester (1959-60), Aberystwyth (1960-64) y Durham 1964-1993, los últimos catorce años como catedrático. Después de jubilarse, fue «honorary research fellow» en Queen Mary, Universidad de Londres. Fue «visiting professor» en la Universidad de Wisconsin (1970-71), «honorary fellow» de la Hispanic Society of America (2001) y comendador de la Orden de Isabel la Católica (1986).

Ocupó la presidencia de la Association of Hispanists of Great Britain and Ireland durante el bienio 1986-88; gracias a sus gestiones, la Association celebró su primer congreso en tierras hispanas en Huelva en 1992. También sirvió a la comunidad científica como secretario-tesorero durante cuatro años (1966-70) y como tesorero durante seis años.

Miembro de la AHLM desde sus primeros años, asistió asiduamente a sus congresos, y en 1995 fue elegido socio de honor de la Asociación.

Su vida de investigador tuvo tres etapas bien definidas, aunque no estancas: la historia de la lengua (1967-75), la obra de don Juan Manuel (1970-80) y la poesía de cancionero (publicaciones de 1979-2005).

En el campo de la historia de la lengua, su primera publicación, «Associative Interference in Object-Pronoun Combinations in Navarre and Aragon» (1961) y su trabajo más influyente fue Spanish Phonology: Descriptive and Historical (1975), lectura esencial sobre el tema.

No es una exageración decir que su trabajo sobre don Juan Manuel hizo época. (En su reseña de la edición de El conde Lucanor publicada por Fernando Gómez Redondo en Castalia Didáctica, Ian se refiere a «the boom in Juan Manuel studies which has taken place since the early 1970s»). Toda la obra del autor estaba ya editada, aunque dichas ediciones variaban mucho en calidad. En las obras completas editadas por Riquer teníamos un texto fidedigno, pero el formato de esta edición no permitía notas exegéticas, y el segundo tomo nunca llegó a realizarse. Para ciertas obras (el Conde Lucanor, el Libro infinido, el Tratado de la Asunción), José Manuel Blecua había preparado ediciones clásicas que combinaban un texto depurado con un cuerpo de notas explicativas e introducciones clarificadoras. Las demás obras no eran tan afortunadas. Ian comentó sobre la edición del Libro de los estados preparada por José María Castro y Calvo: «The text displays such an unusual quantity of transcriptional and printers' errors as to make it useless to the philologist and at times incomprehensible to the general reader».

Con tres artículos sobre «Don Juan Manuel: The Literary Process», «'Dios y el mundo': The Didacticism of Don Juan Manuel» y «Amor and Don Juan Manuel» (1970-73), Ian echó nueva luz sobre la ideología de don Juan Manuel (de raíz dominica) y su compromiso con la historia del libro, demostrando que don Juan Manuel es el autor medieval español que más interés acusa por la transmisión textual, tema al que alude que más frecuencia aún que al corpus textual mucho más voluminoso de Alfonso X.

Como editor, Ian se acercó dos veces a la obra de don Juan Manuel. En 1974, en colaboración con Robert Brian Tate, edita el Libro de los estados (primera edición, Oxford: Clarendon Press; segunda edición en Clásicos Castalia, 1991). La fructífera colaboración entre Tate, responsable del elemento histórico de la introducción y notas, e Ian, el encargado de la fijación del texto, resultó en una edición modélica. El estudio lingüístico, completísimo, definió la lengua de un texto compuesto hacia 1330 pero conservado en un códice del s. XV, y estableció un modelo que pocos han sabido seguir. (No se incluye en la edición en Castalia). La segunda edición manuelina fue Juan Manuel: A Selection (1980), para la que Ian volvió de nuevo al manuscrito 6376 de la BNE para preparar extractos de la obra de don Juan Manuel.

Como fruto de sus años de investigación, Ian se formó una imagen personal de don Juan Manuel. Para él, don Juan era un hombre práctico («As an adult, Juan Manuel can have had little time to spare from his political and military commitments to spend in libraries», dice en «The Literary Process»); imagen en pleno contraste con la que exponía María Rosa Lida, para quien era un esteta conocedor de la tradición clásica (aunque, claro está, mediada por la cultura de su tiempo).

Si se puede considerar a don Juan Manuel como un clásico medieval, leído tanto en la enseñanza secundaria como en las universidades, no se puede decir lo mismo de los cancioneros, que tenían muy pocos lectores y menos admiradores. Su edición de The Manueline Succession: The Poetry of Don Juan Manuel II and Dom João Manuel (1979) indudablemente nació de sus estudios sobre don Juan Manuel I: la crítica no siempre había distinguido los tres autores y «the present volume grew out of a desire to find out if these problems could be solved». En efecto, en sus investigaciones cancioneriles volvía constantemente a dos temas centrales: la identificación de los poetas (lo que hacía necesario el manejo de complicados datos genealógicos) y una indagación de la manera en que funcionaban los poemas. En estos dos campos, Ian demostraba cómo una metodología minuciosa era capaz de desentrañar los enigmas más intrincados.

Una influencia indudable era la de su amigo Keith Whinnom, quien desde 1967 trabajaba sobre el tema. Ian reunía una rigurosa formación filológica y retórica con un franco gusto por los dobles sentidos (muchas veces sexuales) que se dedicaba a desenterrar. Sus dos antologías de The invenciones y letras of the «Cancionero general» (1997) y Motes y glosas in the «Cancionero general» (2004) hacen patente el método casi forense con el que estudiaba estos textos mínimos. Es un indicio del apego que sentía Ian a la poesía cancioneril que este fue el tema de los estudios que se le ofrecieron en homenaje en 1998: Cancionero studies in Honour of Ian Macpherson.

Hombre eminentemente afable, contaba entre sus intereses el bridge y el tenis, deporte que ejerció con energía hasta una edad avanzada. Leer a Ian era un auténtico placer, porque escribía como un ángel, con concisión y elegancia. Los que le conocíamos en persona, hallábamos en él una generosidad social e intelectual que rara vez se encuentra.

Barry Taylor

(†) Stephen Reckert   1923 - 2013

Quienes conocimos a Stephen Reckert o quienes lo lean pensarán que se leyó toda la poesía de Oriente y Occidente, y que la manejaba, conocía e interpretaba como nadie. La basta mirada comparatista hacia los textos que con tanta minucia y buen tino filológicos fue estudiando a lo largo de una vida tan dilatada como fructífera dan buena cuenta de ello.

Había nacido en 1923, en Estados Unidos (Indiana), un 31 de mayo, mes que, como sucede con otros datos fortuitos de su biografía, se nos antoja premonitorio respecto a uno de los ámbitos de la literatura que mejor supo interpretar: el de la lyra minima. Los filólogos adoptan hace décadas esta expresión para hablar de los poemas breves no narrativos y, en concreto, para referirse a las antiguas cantigas galaico-portuguesas. Pertenece a uno de sus libros más reveladores, y un clásico ya para entender el sentido primigenio de la poesía peninsular, que publicó en 1970, al poco de hacerse cargo de la cátedra Camões en la Universidad de Londres: Lyra minima: Structure and Symbol in Iberian Traditional Verse.

Fue durante un viaje a Madrid cuando oyó cantar a unos estudiantes una cantiga del rey D. Dinis de Portugal, trovador al que dedicó más de una página memorable. De este viaje "iniciático", porque además le puso en relación de amistad y trabajo con tres grandes de la filología hispánica (Rafael Lapesa, Eugenio Asensio y Dámaso Alonso, con quien editó Vida y Obra de Medrano), nos queda otro regalo inconmesurable de su oficio: Do cancioneiro de amigo (1976). La selección de cincuenta cantigas que hizo junto a Helder Macedo y acompañó de minuciosos comentarios, constituyen una renovada aportación al género de la chanson de femme. La realidad semiótica que descubre en ellas (fue miembro fundador del Gabinete de Estudos de Simbologia da Universidade Nova de Lisboa) las abrió a unos horizontes artísticos que van más allá del uso que el paralelismo o las reiteraciones fonéticas imponen a la delicada y breve cancioncilla gallega y portuguesa medieval. El estudio de los versos de Mendinho, Martin Codax o el propio Dinis le llevó a pensar que este tipo de construcción formal pertenecía a una sociedad con un modo de pensar y sentir fundamentalmente dualista, quizá no ajena a las tensiones entre un cristianismo todavía precario y un animismo residual pagano de raíz celta.

La inmensa erudición del iberista angloamericano, que dibuja en este libro el panorama histórico del género de amigo (con alusiones que van de la Odisea a Vinícius de Moraes, y más en particular a la lírica de China y Japón), es una constante en todos sus trabajos. La finura, sensibilidad y abierta perspectiva con que Stephen Reckert interpreta y relaciona las formas minimalistas de lírica universal (ruba'i, kharja, refrão, villancico, jué jù, tanka, haiku) se advierte asimismo en el libro Beyond Chrysanthemums: Perspectives on Poetry East and West (Oxford, 1993), cuya tercera edición, ampliada, se titula Más allá de las Neblinas de Noviembre (Madrid, 2001). Su talento para la filología queda asimismo reflejado en su Gil Vicente: Espíritu y Letra (1977), obra de referencia para el estudio del dramaturgo del siglo XVI.

Reckert ocupó la cátedra de español de la Universidad del País de Gales y, poco después, la cátedra Camões de la Universidad de Londres y fue profesor visitante en distintas universidades europeas. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española, Academia das Ciências de Lisboa y la Hispanic Society, y fue galardonado con la medalla Nobiling de Estudios Medievales (1978) y la Orden do Cruzeiro do Sul (1979), en Brasil, así como con la Grã Cruz de la Orden do Infante D. Henrique (1990), en Portugal.

Gema Vallín

(†) Aurelio Roncaglia   1917 - 2001

A los 10 años de su muerte, y a los 25 del nacer de nuestra Asociación, me es muy grato, e ingrato a la vez, trazar el perfil iberista de un gran filólogo de fama internacional, Aurelio Roncaglia. Grato porque tuve el privilegio de conocerlo y de formarme con su magisterio; ingrato por sentirme yo totalmente inadecuada, como se reconocen muchos de sus discípulos, para resumir en pocas líneas una vida tan densa e intensa de estudioso, las altas cimas científicas alcanzadas, su inteligencia extraordinaria, su gran saber e inmensa erudición, su personalidad humana severa y rigurosa pero a la vez afable y generosa y dotada de un luminoso y constante sentido del humor. Un genio, que también supo ser un padre para mí.

Fue Miembro de Honor de la AHLM desde 1995, y ante nuestro III Congreso de Salamanca en 1989 nos leyó su plenaria sobre un tema hermoso, «Geografia storica di leggende e fiabe: da Roland a Auberon», que publicó, por tardarse las Actas, entre las páginas de Cultura Neolatina (1996), revista que él dirigió desde 1956 hasta su muerte.

En vida, en ocasión de los 50 años de su licenciatura, sus discípulos romanos le dedicaron un Homenaje de grandes proporciones, con los más bellos nombres de la filología románica mundial y con un reparto ingente de Hispanistas: una Miscellanea en cuatro volúmenes de 1537 páginas, publicada por su editor de siempre, Mucchi (Módena 1989), y encabezada por la «Bibliografia degli scritti di Aurelio Roncaglia» (entradas 1-311) al cuidado de Giuseppina Gerardi Marcuzzo (vol. I, pp. XXI-XL).

En cambio, como homenaje póstumo, su ciudad natal le dedicó una Jornada al año de su muerte (La filologia romanza oggi. Giornata di Studio in onore di Aurelio Roncaglia —Modena, 19 ottobre 2002—, que publicó Mucchi en 2004). Por otra parte fue dedicado idealmente a su memoria el primer número de Cultura Neolatina que ya no pudo salir bajo su dirección (LXII, 2002), encabezado por una Necrológica de Saverio Guida (pp. 5-15) y rematado por una puesta al día de su «Bibliografía» por M[adeleine] T[yssens] (pp. 319-323) que lleva a 359 las entradas. Asimismo fueron muchas las necrológicas que aparecieron en las revistas más conocidas de Filología Románica, como también las obras de Roncaglia que se reimprimieron póstumas, máxime para reunir dispersos imprescindibles, como los trabajos sobre los orígenes de la lengua y de la literatura italiana (Torino, UTET, 2006) o sobre la épica francesa (Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, en prensa).

Nació en Módena de una familia de apasionados estudiosos (su bisabuelo Carlo fue provenzalista y su padre Gino fue musicólogo). Se formó en el prestigioso Liceo Muratori de Módena (1927-1935) y cursó la universidad en la famosa Scuola Normale de Pisa (1935-1939) donde discutió una tesis sobre Boccaccio. Más tarde en Roma colaboraría con Giulio Bertoni y con Angelo Monteverdi a partir de 1944.

Tras ganar sus primeros concursos, de 1949 a 1954 fue Profesor en la Universidad de Trieste mientras que de 1954 a 1956 fue Catedrático en la Universidad de Pavía y Profesor Encargado en el Instituto de Paleografía Musical de Cremona. En Pavía tuvo su primer discípulo hispanista: Giovanni Caravaggi, que dejaría marcado con su sello. A partir de 1956 volvió a Roma donde le sucedió a Angelo Monteverdi en la cátedra de Filología Románica y en la dirección tanto del Istituto di Filologia Romanza como de las publicaciones que aquél coordinaba (la revista Cultura Neolatina y la colección «Studi, testi e manuali»). Fundó el nuevo Dipartimento di Studi Romanzi (1981) y estrenó el primer Doctorado italiano en Filología Románica e Italiana (1984). En años anteriores había fundado la serie de los Subsidia al Corpus des troubadours y la colección Officina Romanica. Fue Doctor Honoris causa en la Universidad de Liège (Bélgica, 1987). Dio cursos y conferencias en numerosas universidades italianas y extranjeras (entre otras, en la McGill University de Montréal, en la Universidade de Lisboa, y hasta en universidades japonesas). En 1992 dejó la Universidad italiana y fue nombrado Emérito de «La Sapienza», pero siguió presidiendo la Unione Accademica Nazionale y trabajando activamente en otras incumbencias.

Fue miembro de muchísimas asociaciones y sobre todo de instituciones y academias de gran prestigio (de algunas fue presidente, y en varias organizó Simposios y Congresos), a saber: Accademia Nazionale di Scienze, Lettere ed Arti di Modena, Centro di Studi Muratoriani, Deputazione di Storia Patria per le Antiche Province Modenesi, Società Filologica Romana, Arcadia, International Society of Courtley Literature, Commissione per i testi di Lingua, Societas Japonica Studiorum Romanicorum, Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, Academia Româna de Bucarest, Academia das Ciências de Lisboa, Académie des Inscriptions et Belles-Lettres de l'Institut de France, Académie Royale de Belgique, Académie Européenne des Sciences des Arts et des Lettres, Accademia Nazionale dei Lincei, Unione Accademica Nazionale y Union Académique Internationale.

En su extensa bibliografía se ocupó, con gran curiosidad intelectual y afán de investigación, de casi todas las lenguas y literaturas románicas: la provenzal, la francesa, la italiana, la española y la portuguesa de la Edad Media y del Renacimiento, si bien sus temas más estudiados fueron los trovadores provenzales (Marcabrú), la épica francesa (Chanson de Roland), el Tristan de Thomas, los orígenes de la literatura italiana, la métrica, y la lingüística (ya sea de sendas palabras ya sea de conjunto, como los dos manuales sobre la lengua de los trovadores, d'oc y d'oïl, respectivamente de 1965 y de 1971, que se suman a su importante antología Le piú belle pagine delle letterature d'oc e d'oïl, 1961, reed. 1973).

Fue un gigante de saberes panrománicos, y no meramente sectoriales. Sus estudios le han merecido innumerables reconocimientos y le han vuelto famoso en todo el mundo, por marcar un hito también en la historia de las ideas y de la cultura. Nos mostró una Edad Media que lejos de ser oscura, primitiva y burda, fue una época brillante de cultura y de primeras cortes literarias y sobre todo fue el embrión y el futuro núcleo de nuestra identidad occidental. Nos entregó a la par una Filología Románica como eslabón imprescindible entre las Filologías Clásica y Moderna. Y nos enseñó, sobre todo, a editar los textos, con su ejemplo y su magisterio de constante atención al texto y a su restauración, con inteligencia y racionalidad, con competencia lingüística e histórica del contexto, con hondo conocimiento del usus scribendi del Autor, con pronta capacidad de reconocer los loci critici y de proponer la enmienda más económica y racional en cada caso, y conjugando la Filología con la Historia, con la Geografía, con el Folklore, con la Herencia Clásica, con el Léxico y la Lingüística, y con un profundo y convencido europeísmo.

Dejó páginas magistrales, por rigor y claridad, precisamente en tema de Crítica Textual, como su breve manual para un curso universitario de 1975-76, Principi e applicazioni di critica testuale, publicado por Bulzoni (Roma 1975), reeditado varias veces y muy popular entre españoles que en años recientes pasaron a ocuparse de edición de textos según el método neo-lachmanniano. En dicho manual son muchos los ejemplos (o «applicazioni») de campo ibérico, como los códices alfonsíes, el pergamino Vindel, los cancioneiros galaico-portugueses, los supuestos «cantos de ledino» (que hay que leer más bien como: «[cantou] cantos d'ele dino»), y La Celestina con su difficilior «seleucal», junto con varios más. Otras entregas memorables en tema de crítica textual son «Corrections par hapax» (leída en Santiago en 1989) y «Correzioni imposte dalla struttura» (leída en 1993).

Su iberismo, por otra parte, fue un amor constante del principio al fin de su carrera. Fue uno de los protagonistas de la animada discusión sobre las Jarchas, gran novedad filológica de los años 50 que de pronto volvía increíblemente actuales viejas tesis como 'origen popular', o 'tesis árabe' vs 'tesis litúrgica o mediolatina', o 'individualismo' vs 'neotradicionalismo'. Roncaglia fue uno de los primeros, con Dámaso Alonso, en llamar la atención de los filólogos y de los arabistas sobre el alcance del gran descubrimiento de 1948. Discutió al respecto con Ramón Menéndez Pidal en el famoso Convegno Volta (Roma, Accademia dei Lincei, 1956), defendiendo el origen culto y urbano de los textos, y sobre el tema dejó publicados una serie de trabajos capitales: «Novità sulle origini della lirica romanza» (1951), «Di una tradizione lirica pretrovatoresca in lingua volgare» (1951), «Il mito delle 'origini popolari' e la scoperta di tradizioni medievali popolaresche» (1952), «La lirica arabo-ispanica e il sorgere della lirica romanza fuori della penisola iberica»

(Convegno Volta, 1956), «Il primo capitolo nella storia della lirica europea» (1973), «Gli Arabi e le origini della lirica neolatina» (1977), «Il verbum dicendi garrire nelle kharagiat mozarabiche» (1981), que culminaron en la bella y atinada antología Poesie d'amore spagnole d'ispirazione melica popolaresca. Dalle Kharge mozarabiche a Lope de Vega (Módena, Mucchi, 1953). Y sin olvidar, a la par, sus importantes estudios sobre la estrofa zejelesca que empezaron a publicarse al albor del descubrimiento: «'Laisat estar lo gazel' (contributo alla discussione sui rapporti tra lo zagial e la ritmica romanza)» (1949), «Muratori e la tesi araba sulle origini della ritmica romanza» (1951), «Nella preistoria della lauda: ballata e strofa zagialesca» (1962), «Da Avicebron a Jacopone» (1981), «Sequenza adamiana e strofa zagialesca» (1992), etc.

Otra faceta de su iberismo fue la lírica galaico-portuguesa sobre la que nos dejó importantes entregas, como «Glanures de critique textuelle dans le domaine de l'ancienne lyrique galego-portugaise: le 'pardon' de la Balteira et le 'casamento' de la Tendeira» (leída en un Coloquio de crítica textual portuguesa, París 1981) y «Ay flores, ay flores do verde pino!» (Hom. Rodrigues Lapa, 1984).

Les acompañan varios estudios de toponimia ibérica, comenzando por la ya citada «Geografia storica» donde en cantares épicos franceses (Roland y Auberon) identifica nombres de la Península, como Nobles=Nobres cerca de Montemór-o-Velho, Commibles=Coimbra, Cordre=Córdoba, Sevilie=Sevilla, a los que se añaden trabajos sobre Durestant=estuario del Duero (1990), o sobre la aclaración del enigmático «Sarraguce, ki est en une muntaigne» (1959), o «Ècci venuto Guido'n Compostello? (Cavalcanti e la Galizia)» (leído en Santiago en 1993), o el más reciente «Viaggio a Costantinopoli, in Portogallo» (Hom.Tavani, 1997).

Y no faltan los estudios lingüísticos sobre sendas palabras, como «Sorrabar» en Pero Garcia Burgalés (1995), o sobre el criollo luso-español que se habla en Curaçao en «L'effondrement de la quantité phonologique latine» (leído en Palma de Mallorca en 1980), o incluso sobre el étimo de pícaro y sobre el origen español de una cita de Marcabrú («Due schede provenzali per gli amici ispanisti: I. Un albero che ha radici in Ispagna. II. Picarel», 1966).

Tampoco faltan las incursiones en la literatura portuguesa de época renacentista, con una sobre el marido celoso (Concelos) del Auto da India de Gil Vicente («Valore e giuoco dell'interpretazione nella critica testuale», 1961) y con tres de capital importancia sobre Camões: «I Lusiadi di Camões nel quarto centenario» (1975), «Os Lusíadas de Camões: ut pictura poësis» (1975), y «Couleurs de peinture et couleurs de rhétorique dans la poésie lyrique de Camões» (1981).

Y no faltan en sus publicaciones las reseñas de libros de tema ibérico, las voces de enciclopedia (como la del Poema de Mío Cid para la Enciclopedia Europea de Garzanti, 1979), los prólogos a libros de medievalistas (como el de Jole Scudieri Ruggieri, Cavalleria e Cortesia nella vita e nella cultura di Spagna, 1980), o las intervenciones de tema histórico (como la del Coloquio «Potere ed élites nella Spagna e nell'Italia spagnola nei secoli XV-XVII», 1979).

Por último, su constante iberismo a lo largo de su carrera también se puso de manifiesto en la calurosa acogida que les dio, entre las páginas de Cultura Neolatina que dirigió por 35 años, a muchos trabajos de hispanistas, lusitanistas, catalanistas, o romanistas que se ocupaban de temas de la Península, en su mayoría miembros de nuestra AHLM (entre otros, en los últimos años de su dirección, y en orden alfabético: Carlos Alvar, Stefano Arata, Stefano Asperti, Gemma Avenoza, Vicente Beltrán, Letizia Bianchi, Hugo Óscar Bizzarri, Patrizia Botta, Mercedes Brea, Miriam Cabré, Giovanni Caravaggi, Paolo Cherchi, Marcella Ciceri, Stefano Cingolani, Juan Carlos Conde, Pierluigi Crovetto, Giovanni Battista De Cesare, José Manuel Díaz de Bustamante, Martín Duffel, Mario Eusebi, Anna Ferrari, Celso Ferreira da Cunha, Elvira Fidalgo, Elsa Gonçalves, Paloma Gracia, Santiago Gutiérrez García, Marta Haro, Víctor Infantes, Jacques Joset, Elisa Lage Cotos, Giulia Lanciani, Lucia Lazzerini, José Manuel Lucía Megías, Salvatore Luongo, Joan Martí y Castell, Tomás Martínez Romero, Víctor Millet, Margherita Morreale, Yorio Otaka, Marco Presotto, Josep Pujol, Maria Ana Ramos, Isabel de Riquer, Martín de Riquer, José Luis Rivarola, Antoni Rosell, Emma Scoles, Dorothy Severin, Lourdes Soriano, Giuseppe Tavani, Jaume Turró, Gemma Vallín, a los que se sumaron, bajo la nueva dirección y en la misma senda, otros medievalistas como Josep Antoni Aguilar Ávila, Ana Alberni, Francisco Bautista, Luis Cabré, Francisco Crosas, Alfonso D'Agostino, Aviva Garribba, Monserrat Lluch Juncosa, José Luis Martos, Giuseppe Mazzocchi, Juan Paredes, Olga Perotti, Oriana Scarpati), que se sintieron todos, en la Revista, como en su propia casa o en su familia, admitidos por un pater-magister que siempre leyó los originales con suma atención filológica antes de dar el visto bueno, y que siempre sugirió enmiendas y mejoras (geniales) a todo lo que publicaba. Nuestra AHLM, amén de la Revista de Literatura Medieval, por largos años también ha tenido su cauce de publicaciones entre las pàginas de Cultura Neolatina, dirigida con maestría filológica por Aurelio Roncaglia.

Patrizia Botta

(†) Cesare Segre   1928 - 2014

Cesare Segre fue catedrático de Filología Románica en la Universidad de Pavía, a donde había llegado tras ocupar la titularidad de la materia en la Universidad de Trieste. Y ya desde sus años de estudiante universitario en la Universidad de Turín, donde se doctoró en 1950, momento en el que comienza su colaboración con Gianfranco Contini para la preparación de Poeti del Duecento, después de haber sido secretario de Santorre Debenedetti, con quien inició sus estudios filológicos, su trabajo ha sido incesante.

En una primera etapa, su inquietud investigadora se orienta hacia el estudio de la historia de la sintaxis y la prosa italiana. Trabajos como La sintassi del periodo nei primi prosatori italiani, Edonismo linguistico nel Cinquecento ola antología Volgarizzamenti del Due e Trecento, preocupación que también hace extensiva a la literatura francesa, constituyen un exponente de esta inicial vertiente, de la que serán testimonio también trabajos posteriores como su inestimable Prosa del Duecento, editada en colaboración con M. Marti y el volumen Lingua, stile e societá, donde se recogen buena parte de los trabajos más significativos de este ciclo. Sin olvidar su ya mencionada colaboración con Contini en Poeti del Duecento.

Su dedicación crítica pasa muy pronto, podemos decir que casi de manera simultánea, de los autores italianos, como Guitone o Bono Giamboni (la edición crítica de su Libro de’ Vizî e delle Virtudi estaba ya preparada en 1960, aunque vio la luz años más tarde), a los franceses. La edición del Bestiaire d’Amours de Richart de Fornival (Premio Borgia dell’Accademia dei Lincei) se publica en 1957. La de la Chanson de Roland, en 1971, y la nueva edición francesa (Prix La Grange de l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, Institut de France) en 1989.

Hay que destacar también su preocupación textual sobre Ariosto, con las ediciones críticas del Orlando Furioso, los Cinque Canti, y las Satire.

Pero la inquietud filológica no se para en el texto, en su edición crítica, sino que indaga sus orígenes y relaciones. Son numerosísimos los trabajos de investigación sobre las fuentes, variantes y correlaciones. Así, por ejemplo, señala la huella del Tristan en prose y los diálogos de Leon Battista Alberti en Ariosto, o las del Novellino en Lope de Vega; hace un recorrido por el “itinerarium animae” que desemboca en la Divina Comedia; subraya las relaciones entre algunos poemas hagiográficos provenzales y franceses y las chansons de geste; compara los lais de María de Francia con la serie anónima; sin olvidar el estudio de las fuentes en el ámbito de la literatura contemporánea.

Tampoco ha sido ajeno a la teoría de la literatura. A raíz de la difusión del formalismo ruso y el estructuralismo de la escuela de Praga, en particular de Mukarovsky, sin soslayar los escritos de Roman Jakobson y Lévy-Strauss, comienza a publicar toda una serie de trabajos críticos sobre el estructuralismo y la semiótica, que constituyen la primera avanzadilla del debate sobre estos planteamientos de la crítica literaria. Contrario al estructuralismo, seudorracionalista y ahistórico, francés, intenta realizar una historiografía literaria que, partiendo de los planteamientos semiológicos, destaque las relaciones recíprocas entre el texto y la cultura en la que surge, el texto y su contexto. A su aislamiento o, lo que es aún peor, su desconstruccionismo opone la capacidad comunicativa, polifónica, de la literatura a través de la multiplicidad del sistema lingüístico, la pluralidad de los puntos de vista, la perspectiva de la narración y la disparidad de las voces.

En este sentido, y como prueba también del continuo enriquecimiento de ideas y la propia evolución de los planteamientos teóricos del autor, hay que resaltar sus trabajos Lingua, stile e società (Milano 1963), I segni e la critica (Torino 1969, con traducción al inglés, español y portugués), I metodi attuali della critica en Italia, editado con Maria Corti en 1970, Le strutture e il tempo (Torino 1974, también traducido al inglés, español y portugués), Semiotica, storia e cultura (Padova 1977, traducido al español), Literarische Semiotik (Stuttgart 1980), Teatro e romanzo (Torino 1984), Avviamento all’analisi del testo letterario (Torino 1985, traducción inglesa y española), Istoria-Cultura-Critica (Bucarest 1986), Due lezioni di ecdotica (Pisa 1991), Notizie dalla crisi, y su simétrico Ritorno alla critica (Torino 1993 y 2001, respectivamente).

Sin embargo, esta militancia en el ámbito de la teoría literaria no lo ha alejado ni un ápice de la filología, de la Filología Románica, impulso inicial y vital de su trayectoria docente e investigadora. Uno de sus trabajos lleva el significativo título de Semiotica Filologica, auténtico “manifiesto” de la particular concepción que ha caracterizado la actividad crítica desarrollada por el autor y la crítica literaria italiana en los últimos decenios. Porque si realmente se ha podido evitar, o al menos paliar, el confusionismo existente a partir de la difusión del estructuralismo y la semiótica, y la consiguiente renovación metodológica, con su excesiva carga de racionalismo o seudorracionalismo, ha sido gracias a la pervivencia de una tradición filológica que ha hecho apostar por un realismo, fundamentado en la conciencia de que la crítica debe estar siempre al servicio del texto, y no a la inversa, que el contexto histórico es un elemento esencial para su integral comprensión. De ahí la necesidad de “reforzar la semiótica con el tesoro de las experiencias filológicas, y reformular los procedimientos filológicos en la nueva perspectiva semiótica”.

Es esta simbiosis significativa, la que le ha permitido acercarse a la obra literaria, abriendo nuevos y sugerentes caminos, no sólo en el ámbito de la Filología Románica sino en el de la ciencia de la literatura; siempre desde la perspectiva del máximo respeto al texto y la necesaria y enriquecedora conjunción de todos los medios necesarios para su total comprensión. El texto es siempre el centro de atención, el punto de partida y el objetivo final del quehacer literario, pero sin caer en el peligro de su total y exclusivo aislamiento mediante una concepción comunicativa de la literatura, tendente a definir las relaciones entre el texto, los modelos culturales y la historia, que subraye la pluralidad de los puntos de vista y la voces que animan el texto y los diversos niveles del sistema lingüístico. Desde esta perspectiva bajtiniana, Cesare Segre es capaz de proponer una nueva visión de la novela del Novecento o el roman medieval. En este sentido hay que destacar sus investigaciones sobre la comunicación teatral y novelesca; analizada en Teatro e romanzo como diálogo polifónico, a través de la modulación de las voces del autor por los personajes narrados o puestos en escena y la multiplicación de los puntos de vista. Una preocupación también presente en Intrecci di voci. La polifonia nella letteratura del Novecento (1991).

Pero siempre desde la condición inicial y prevalecedora del filólogo románico. Una especial toma de posición que en el Congreso sobre la Literatura italiana del Novecento (balance de un siglo), celebrado en Roma en 1996, en el que en el marco de “La escritura del Novecento” disertaba sobre “La revolución Gaddiana”, le hacía reivindicar las excelencias de un Trecento cuyas tres coronas difícilmente cualquier otro periodo, y cualquier literatura, podría superar.

Es esa misma formación filológica la que lo ha conducido, de manera absolutamente natural y espontánea, al estudio comparativo. No hay que olvidar en este sentido que el método era consustancial a la Filología Románica, incluso antes de su conformación y consolidación en la teoría literaria. Baste destacar un título como Ecdotica e comparatistica romance (1998).

Sin que ello impida en modo alguno, sino al contrario, nuevas y sugeridoras posibilidades de acercamiento al texto desde la consideración, por ejemplo, de las relaciones entre el nivel verbal y el plástico, la narración de palabra y de figura, y el establecimiento de un lenguaje visual.

Claro que ha sido también este enriquecimiento de procedimientos de análisis de la obra literaria y su consideración teórica el que ha proporcionado nuevos puntos de reflexión y nuevas perspectivas en la investigación filológica. Sus ediciones de la Chanson de Roland proporcionan los materiales y argumentos necesarios para una reconstrucción del arquetipo, en la que el concepto de sistema ha permitido determinar lecturas originales.

En ese incesante caminar de la teoría a la praxis literaria, en ese continuo recorrido por los sugerentes vericuetos de las literaturas románicas, tanto en su vertiente medieval como moderna, la situación española no le ha sido ajena. No sólo por su dedicación académica, como catedrático de Filología Románica de la Universidad de Pavía, donde ha desempeñado el encargo de Lengua y Literatura española, sino investigadora, patente en sus trabajos sobre el Arcipreste de Hita, Don Juan Manuel, Fernando de Rojas, el Tirant lo Blanc, el Marqués de Santillana, Garcilaso, el Quijote, Lope de Vega, el Lazarillo, Antonio Machado, Jorge Guillén o Salinas.

Pero a este vínculo cultural hay que unir otro más personal y sentido. Su propio apellido remite al río que su familia tuvo que atravesar, y del que tomó el nombre, cuando los judíos tuvieron que abandonar España.

Buena parte de sus trabajos han sido traducidos al español. Algunos, como Crítica bajo control, con un título diferente, alusivo en este caso al recíproco control de la teoría sobre la actividad crítica y de ésta a su vez sobre la teoría, porque la edición española ha sido preparada especialmente, con la supresión de algunos capítulos de menor interés para un lector extranjero, y un aumento, en contrapartida, de otros dedicados a autores en lengua española. En el caso de Principios de análisis del texto literario, intento de sistematización de la metodología aplicada tanto al texto como a los grandes problemas de la historiografía literaria, siempre desde una consideración comunicativa de la obra literaria en la interrelación de texto, modelos culturales e historia, su publicación constituyó una primicia, ya que vio la luz antes que la propia edición italiana.

En 1990 obtuvo el Premio Juan Carlos I de la Embajada de España por el mejor artículo publicado sobre nuestro país.

Doctor honoris causa por la universidades de Chicago, Ginebra, Turín y Palma de Mallorca. Presidente de la International Association for Semiotic Studies y de la Société Rencesvals pour l’Étude des Epopées Romanes, de las que actualmente es Presidente honorario. Socio de la Accademia delle Scienze di Torino, de la Commisione per i testi di Lingua de Bolonia, de la Arcadia, de la Académie Royale de Bélgica, de la Academia de Buenas Letras de Barcelona, del Institute of Romance Studies de Londres. Codirector de la revistas Strumenti critici, Medioevo Romanzo y Autografo y miembro del comité directivo de Romance Philology, Poetics Today, Italian Quartely, Il Confronto letterario, Diverse lingue, Testo a fronte, etc. Director de la Nuova Raccolta di Classici Italiani Annotati (Einaudi) y de la colección de Classici Italiani Commentati (Mondadori). Colaborador de La Stampa, Il Giorno, Il Corriere della Sera, etc.

Sus publicaciones superan el millar. La bibliografía de sus escritos, recogida por Gian Battista Speroni para la casa editorial Franco Angeli, recoge un total de 599 referencias bibliográficas hasta el año 1986. En los diez años siguientes publica 428 trabajos. Y desde 1996 hasta su muerte sus investigaciones se han multiplicado sin cesar. Una vocación investigadora, no sólo en el ámbito de la Filología Románica sino en el de la crítica literaria, que ha sido capaz de abrir nuevos y siempre sugestivos caminos que ha sabido recorrer con una dedicación ejemplar.

Juan Paredes

(†) Andrés Soria Ortega   1922 - 2007

Nace Andrés Soria Ortega el 15 de enero de 1922, en Granada. Y el hecho, trasciende la contingencia de lo puramente espacio-temporal no sólo por lo que puede significar para la conformación de un carácter en un entorno concreto, con sus específicas peculiaridades y su particular manera de encarar el mundo, sino sobre todo como impulsor de tendencias y vocaciones que entrañan toda una dedicación. Efectivamente, Granada y su toponimia urbana, sus fiestas y los personajes vinculados a la ciudad constituye uno de los ejes centrales de sus inquietudes y dedicación literaria, como él mismo deja bien claro en su discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes Nuestra Señora de la Angustias «Algunas notas literarias y artísticas de la Granada de los años veinte», contestado por el que fue su maestro, el profesor Emilio Orozco, a través de la palabras del prestigioso arabista fray Dario Cabanelas, en 1987. Ya su primer trabajo, de 1943, «Poema y ballet de Andalucía», estaba centrado en la figura de Manuel de Falla, y a este mismo personaje, tan vinculado con la ciudad, volvió a dedicar otro artículo de 1973, sobre «De los años granadinos de Falla». De 1949 es su estudio «Ganivet y los costumbristas granadinos», fundamental también para conocer la vida literaria de la Granada de finales del XIX. Poco posterior, 1951-52, es su «Ensayo sobre Pedro Antonio de Alarcón y su estilo», autor de quien también realizó la edición de El sombrero de tres picos, y una selección de las Historietas Granadinas. De 1978 es su artículo «García Lorca y Granada». También prestó su atención a personajes como Torres Balbás («Torres Balbás y el ambiente cultural granadino de los años veinte») o Hermenegildo Lanz, enmarcado en «la Granada de su tiempo». De 1954 es su monografía sobre El Gran Capitán en la Literatura. Y, por supuesto, la Alhambra: «De la Granada romántica y de la Alhambra (Páginas de un Album)», «La Alhambra de Victor Hugo» o la introducción a los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving.

Pero esta vocación localista hacia lo más próximo y sentido no le impidió nunca levantar el vuelo hacia horizontes más amplios, donde expandir su desbordado impulso de conocimiento. A ello ha debido contribuir de manera muy decisiva su entusiasta vocación por la lectura. Comentaba en este sentido Emilio Orozco que don Andrés Soria era sin duda uno de los profesores que más había frecuentado la Biblioteca General Universitaria, con independencia de la Biblioteca Pública, la de su Facultad de Filosofía y Letras o la de la Escuela de Estudios Árabes, pues antes de realizar la licenciatura en Románicas también se había licenciado en Semíticas, otra de las especialidades de especial raigambre en Granada. Es precisamente esta insaciable vocación lectora la que explica la enorme cantidad y calidad de citas en sus trabajos, así como las numerosísimas reseñas bibliográficas que jalonan su dedicación investigadora. Don Andrés Soria fue ante todo, y tal vez por encima de todo, un humanista; un espíritu cultivado por sus numerosísimas lecturas que fue capaz de interesarse, con fina sensibilidad y un sentido muy ajustado de la elegancia, que le acompañó toda su vida, por los campos más diversos, donde su fina agudeza intelectual ajustaba la óptica para descubrir siempre los aspectos más relevantes y significativos.

Fue probablemente Emilio Orozco quien le contagió su fervor por la época barroca y le orientó para que hiciera su tesis doctoral sobre un género tan poco atendido por la crítica, a pesar de su importancia en ese periodo, como la oratoria sagrada, y de manera particular sobre la figura de Fray Manuel de Guerra («El Maestro Fray Manuel de Guerra y Ribera y la oratoria sagrada de su tiempo», 1950). A este género dedicó otros trabajos posteriores como «La predicación de Pedro de Valderrama» (1984) o «Confluencias en la oralidad: romancero y sermonario» (1989).

Pronto consigue la plaza de Profesor auxiliar de la cátedra de Literatura Española de la Universidad de Granada. Pero su inquietud lectora e investigadora, unida sin duda a su vocación romanista le hicieron solicitar una beca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas para estudiar un año en Roma (fruto de esta estancia es, entre otros, su trabajo sobre Los humanistas de la corte de Alfonso el Magnánimo (según los epistolarios), publicado por la Universidad de Granada en 1956), y otra de la Fundación Rodríguez Acosta, un año después, para hacerlo en París. En 1985 tomó posesión de la recién creada cátedra de Historia de las Literaturas Románicas de la Universidad de Granada, cuyo XXV aniversario supuso un Homenaje al Profesor Soria, preparado por el profesor Jesús Montoya y yo mismo, fruto del cual fue la publicación de dos volúmenes de Estudios Románicos (Estudios Románicos dedicados al Prof. Andrés Soria Ortega, J. Montoya y J. Paredes ed., Granada, Universidad, 1985), en los que participaron los más prestigiosos especialistas en ámbitos tan diversos como las literaturas románicas, medievales y modernas, la lingüística, la lexicografía, la crítica textual, etc. Prueba de la amplitud de su inquietud investigadora, como los son también sus numerosas traducciones, en particular de los estudios de arte para la colección italiana Forma y Color, en la edición española de la editorial Albaicín; sus trabajos sobre Historia del Arte, como «Notas sobre el centenario de Hipólito Taine (1828-1893)» o «Sobre biografismo de la época clásica: Francisco Pacheco y Paulo Jovio», artículo este último que pone de manifiesto otro de sus centros de atención: el biografismo, abordado también de forma más general en «El biografismo y las biografías: aspectos y perspectivas» (1978), o la diversidad de un volumen recopilatorio como De Lope a Lorca y otros ensayos (Granada, Universidad, 1981), en el que se recogen trabajos sobre Lope de Vega, García Lorca, Ganivet, Bécquer y Dante, Louis Aragon y la Alambra, Croce, Salvatore Quasimodo o sobre la Granada romántica o la poesía y los poetas italianos del Novecientos.

Con motivo de su fallecimiento el 12 de julio de 2007 publiqué una nota, en la que, desde el cariño y la admiración, resaltaba de manera muy especial su extensa cultura y su particular elegancia, y lo calificaba de Maestro, con las mismas palabras con que ahora quiero terminar esta laudatio: «Maestro, usted nunca muere. Pertenece a esa estirpe de profesores que han hecho de su vida un ejemplo a seguir, una íntima comunión de sabiduría, magisterio y entrega».

Juan Paredes

(†) Luciana Stegagno Picchio   1920 - 2008

Nata ad Alessandria il 26 aprile 1920, è morta a Roma il 31 agosto 2008. Dopo le prime traduzioni ed articoli di letteratura portoghese e spagnola nel periodo 1951-56, ottiene libera docenza in Lingua e Letteratura portoghese nel 1960; è incaricata di Lingua e Letteratura Portoghese all'Università di Pisa dal 1959 al 1968; nel 1969 vince la cattedra a professore ordinario di Lingua e Letteratura Portoghese e viene chiamata a ricoprire tale insegnamento nell'Università di Roma «La Sapienza» dove ha insegnato questa disciplina fino al suo pensionamento nel 1997.

Luciana Stegagno Picchio ha iniziato la sua carriera universitaria nell'Università di Pisa come incaricata di Lingua e Letteraura Portoghese alla Facoltà di Lettere e Filosofia dal 01/11/1959 fino al 31/107 1969 ( dal 1960 anche presso la Facolta di Lingue e Letterature Straniere della stessa università). Tale incarico fu promosso e favorito dal Prof. Silvio Pellegrini, uno dei primi studiosi di poesia galego-portoghese in Italia, ed è nell'allora Istituto di Filologia Romanza, da lui diretto, che ebbi il piacere di conoscerla e dove ella acquistò un valente allievo pisano, divenuto poi un brillante scrittore: Antonio Tabucchi, un incontro che risultò decisivo per la conoscenza e il successo in Italia delle opere del grande poeta portoghese Fernando Pessoa. Ai suoi primi interessi risalgono diversi contributi sulla lirica medievale galego-portoghese, rappresentati dall'edizione critica delle poesie di Martin Moya ( Roma 1968), e di Vidal, giudeo di Elvas («Cultura Neolatina» 1962), ed altri sulle pastorelle e serrane, con proposte interpretative nuove ed acute. Ma non erano queste le uniche linee di ricerca di Luciana Stegagno, tanto che una fondamentale Storia del teatro portoghese (Roma 1964) risale a questi stessi anni, mentre i suoi interessi si estendevano ad altri ambiti, non solo medievali, e ad altre culture. Ad una sua iniziativa molto interessante e nuova si deve la rivista Quaderni portoghesi, in cui videro la luce importanti contributi scientifici e interviste con personalità della cultura negli anni 1977-88. Con inesauribile vitalità e vivacità intellettuale Luciana Stegagno Picchio è stata presente sulla scena culturale non solo italiana, frequentando importanti figure di intellettuali e coltivando l'amicizia di poeti, fra i quali in primis Murilo Mendes, della cui opera ha curato l'edizione critica (Murilo Mendes, Poesia completa e prosa, Rio de Janeiro 1994), tenendosi sempre al corrente dei nuovi indirizzi metodologici, quali lo strutturalismo di Roman Jacobson, che conobbe personalmente negli Stati Uniti.

Ben presto fu definitivamente conquistata dalla letteratura e dalla cultura brasiliana, anche in senso amtropologico, alla cui conoscenza e diffusione in Italia ha contribuito in sommo grado, non solo con una grande Storia della letteratura brasiliana (Torino 1997), ma con studi su autori e poeti, di cui ha promosso numerose traduzioni in italiano (a cominciare dai romanzi di Jorge Amado) ed illustrato con articoli sui principali quotidiani. Numerosi suoi contributi riguardano la letteratura di viaggi. Impossibile dare qui una sufficiente idea dell'impressionante attività scientifica e culturale in senso lato di Luciana Stegagno Picchio, come stimolatrice e promotrice di studi sulle letterature e culture portoghese e brasiliana in Italia. Segnalo, ad essa rinviando, che una amplissima bibliografia, disposta per ambiti linguistici e tematici, e distinta in volumi, saggi ed articoli, è premessa al cospicuo volume di studi in suo onore: «E vós, Tágides minhas». Miscellanea in onore di Luciana Stegagno Picchio, a cura di Maria José de Lancastre, Silvano Peloso, Ugo Serani, Mauro Baroni Editore, Viareggio-Lucca 1999 (un altro volume im onore le era stato offerto annin prima in Portogallo: AA. VV., Estudos Portugueses. Homenagem a Luciana Stegagno Picchio, Difel, Lisboa 1991). Luciana Stegagno Picchio è stata insignita de l'Ordem de Santiago da Espada, massima onorificenza portoghese.

Valeria Bertolucci

(†) Robert B. Tate   1921 - 2011

Hay materias y campos de estudio que se benefician del saber y del trabajo, de la pasión y de la dedicación con que un investigador se consagra a esos asuntos. Tal es lo que ocurre con la labor desempeñada por el hispanista británico Robert B. Tate y desplegada, de modo preferente, en la literatura cuatrocentista peninsular. Hay un dominio concreto, el de la historiografía latina, que tiene que ser abordado necesariamente desde sus estudios y sus ediciones, y lo mismo ocurre con los acercamientos practicados a las figuras de Fernán Pérez de Guzmán y Fernando de Pulgar: hay un antes y un después en el conocimiento de estos letrados marcado por las sabias pesquisas realizadas por el profesor Tate.

Robert B. Tate nació en Belfast en 1921, en donde se licenció en Filología románica en la Queen's University en 1948; se trasladó al curso siguiente a Barcelona en donde completó su formación en el Institut d'Estudis Catalans bajo la dirección de Jordi Rubió i Balaguer. Fue profesor en diversas universidades inglesas, hasta que en 1958 obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad de Nottingham, en la que permanecería toda su vida académica, hasta 1983, año en que se jubiló. En 1966 fue elegido miembro correspondiente de la sección Histórico-Arqueológica del I.E.C., en 1974 de la Real Academia de la Historia de Madrid, al igual que de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona, en 1980 de la British Academy y en 2004 fue nombrado doctor honoris causa por la Universitat de Girona, institución a la que legó su fondo bibliográfico. Fue fundador y presidente de la Association of Hispanists of Great Britain and Ireland y miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas; esta trayectora fue coronada con el nombramiento de miembro honorífico de nuestra AHLM.

Su iniciación en los estudios historiográficos lo inclinaron a interesarse por la figura y la obra del obispo gerundense Joan Margarit, autor al que dedicó su tesis doctoral, plasmada en diversas publicaciones con la monografía inicial de Joan Margarit i Pau, cardinal-bishop of Gerona: a biographical study (Manchester, Univ. Press, 1955), que fue galardonada con el premio Francesc Cambó del I.E.C. y después ampliada en El cardenal Joan Margarit, vida i obra (Barcelona, Curial, 1976). Constituyó esta obra el punto de partida de la atención constante que Tate dedicó a los historiadores latinos del siglo XV: Rodrigo Sánchez de Arévalo, Gonzalo García de Santa María y, en especial, Alfonso de Palencia; buena parte de esos estudios, desarrollados a lo largo de las dos décadas de 1950 a 1970, fue reunida después en una de las obras más importantes para el análisis del discurso historiográfico de este período: sus Ensayos sobre la historiografía peninsular del siglo XV (Madrid, Gredos, 1970); en la breve nota de presentación, lamentaba la escasa atención que se había prestado a estos autores y proclamaba su «esperanza de que alguna institución» se implicara en «la publicación de un Monumenta Hispanica» (p. 8). Él tenía en mente la serie de ediciones que Juan de Mata Carriazo había consagrado a las crónicas cuatrocentistas y, a falta de otros apoyos, él se aplicó con indesmayable esfuerzo a llevar a cabo esa labor, contando con la base de sus Estudios; en ellos analizaba la ideología cronística del canciller Ayala, descifraba la apología de la identidad castellana realizada por Alfonso de Cartagena, aclaraba la noción de homo hispanicus fijada por Sánchez de Arévalo, deslindaba los principios humanísticos del Paralipomenon de Margarit, valoraba los conocimientos adquiridos por Nebrija en Italia y asentaba los cimientos de la historiografía aragonesa al estudiar a Vagad y perfilar el modelo de biografía humanística con que Gonzalo García de Santa María registra la vida de Juan II de Aragón.

Tales son los mimbres con los que entreteje fundamentales ediciones de autores que, a pesar de ser canónicos, no habían merecido ser editados conforme a criterios de rigurosa filología, atendiendo al conjunto de la tradición manuscrita o impresa, a fin de contar con las variantes más importantes en la fijación del texto; así, en 1965 edita Generaciones y semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán (Londres, Támesis) y en 1971, los Claros varones de Castilla de Fernando de Pulgar (Oxford, University Press), luego reeditados en 1985 en Madrid, Taurus; las nuevas aproximaciones ecdóticas que se han practicado a estos mismos textos han partido del trabajo del prof. Tate sin mejorarlo necesariamente, por lo que siguen siendo vigentes tanto los textos críticos ofrecidos como los estudios introductorios, llenos de ponderada erudición y de atinadas observaciones políticas y sociales, que posibilitan la reconstrucción de los ámbitos culturales en que se movían aquellos historiadores. De todos estos cronistas, destaca la figura de Alfonso de Palencia al que dedicó, con posterioridad a los Ensayos, numerosos estudios que cuajaron en dos importantes ediciones: la de las Epístolas latinas, en colaboración con Rafael Alemany Ferrer (Barcelona, Univ. Autónoma, 1982), y la que tiene que considerarse su obra maestra, elaborada ahora junto a Jeremy Lawrance: los dos tomos con la primera Década de los Gesta Hispaniensia de Alfonso de Palencia (Madrid, R.A.H., 1998 y 1999), enfrentando el texto crítico latino con una traducción que mejora en mucho la que realizara Paz y Melia en 1914; amén del amplio estudio y análisis de toda la producción de Palencia, cada uno de los diez libros de esta primera Década se cierra con un nutrido aparato de notas históricas y el conjunto se remata con uno de los índices de personajes históricos y de topónimos más útiles que pueda existir para poder moverse con seguridad por el laberinto histórico y político —tan mudable— de la segunda mitad del siglo XV. Suya fue también la edición del Directorio de príncipes (Exeter, University, 1977) que, a falta de datos mejores, presentó como texto anónimo cuando luego se demostró que constituía una sección del Espejo de corregidores de Ramírez de Villaescusa.

No sólo se interesó el profesor Tate por el siglo XV, ya que junto a Ian Macpherson preparó una encomiable edición del Libro de los estados de don Juan Manuel (Oxford, Clarendon Press, 1974), luego vuelta a publicar en Madrid, Castalia, 1991, acogiendo los diversos estudios y reseñas que la primera obra mereció; el prólogo contiene uno de los análisis más lúcidos de la conformación del pensamiento político del noble escritor.

Su legado bibliográfico se conserva hoy, como se ha dicho, en la Universitat de Girona, pero su mejor herencia —ese saber volcado en la historiografía y en la edición de textos— pertenece a todos aquellos que, interesados en las mismas cuestiones, cuentan con la seguridad y con el rigor de un trabajo modélico que permanecerá inalterable durante muchas generaciones.

Fernando Gómez Redondo

(†) Giuseppe Tavani   1924 - 2019

Na mañá do día 22 de marzo de 2019, finou en Roma o Prof. Giuseppe Tavani. O insigne romanista iniciou os seus estudos na Facultade de Letras da Universidade ‘La Sapienza', ao tempo que traballaba como funcionario na Oficina de Prensa do Ministerio de Transportes italiano, ocupación esta que lle permitiu custear a súa carreira nunha época difícil. Unha vez rematada a licenciatura, Tavani optou por realizar a súa Tese de doutoramento sobre as gramáticas bilingües luso-italianas. En gran medida, este tema -e, probablemente, sen que el puidese sospeitalo naquel momento- marcou a súa traxectoria de maneira decisiva, pois levouno ao estudo da lírica galego-portuguesa, á que se afanou por sacar da marxinalidade nuns ambientes académicos marcados pola hexemonía dos estudos provenzais. O percorrido atento polas diversas fases do movemento trobadoresco peninsular e, sobre todo, a atención ao período das orixes motivaron que Tavani dirixise a súa ollada ao reino de León e, de maneira particular, a Galicia. A esta terra vencellou as orixes daquela tradición poética que, coas súas singulares cantigas, animara as cortes rexias e señoriais do centro e occidente ibéricos durante case douscentos anos. Como acontecera no século XVI con Angelo Colocci, e seguindo o ronsel de nomes tan sobranceiros como Ernesto Monaci, Enrico Molteni, Giulio Bertoni ou Silvio Pellegrini, o destino voltaba a unir a lírica galego-portuguesa cun erudito italiano, que, con intelixencia e tenacidade, logrou que as cantigas transcendesen definitivamente as súas fronteiras e recibisen un impulso definitivo na comunidade científica.

Corría o ano 1961 cando Tavani, tras superar un concurso-oposición a nivel nacional, consigue a súa primeira praza de profesor de Lingua e Literatura portuguesas. A partir de 1962, ocupa cátedras de Español, Portugués e Filoloxía Románica nas universidades de L’Aquila, Roma, Venecia e Siena. En 1974, volta definitivamente á súa alma mater como Catedrático de Filoloxía Románica, responsabilidade que asumirá con verdadeira vocación universitaria ata a súa xubilación como profesor emérito vitalicio. O seu dinamismo e constante interese pola dimensión filolóxica e literaria dos textos motivaron que, a finais dos anos ’70, fundase e dirixise as coleccións Romanica Vulgaria e Quaderni di Romanica Vulgaria.

As etapas “xeográficas” do percorrido académico do mestre italiano, xunto coa súa sólida formación romanista, permitíronlle viaxar por culturas, autores, tempos e espazos diversos. Así, na súa ampla bibliografía, xorden traballos dedicados á Razón de amor, aos tratados hispánicos de poesía medieval, aos fabliaux, aos usos e funcións do plurilingüismo (cunha atención especial ao célebre descort de Raimbaut de Vaqueiras), a Gil Vicente, a Camões ou mesmo ás particularidades do xudeo-portugués de Livorno. Ademais, enfrontou a edición de textos de trobadores occitanos (Raimon Vidal de Besalú, Folquet de Lunel) e, nos últimos tempos, intentou dar resposta a cuestións tan espiñentas como a relativa á autoría da engaiolante Altas undas que venez sus la mar ou á reconstrución das coordenadas compositivas nas que Jaufre Rudel puido tecer os seus soados versos sobre o amor de lonh.

Pero o filólogo romano non só indagou a realidade textual da Idade Media, senón que tamén buscou o sentido e a beleza das palabras na literatura do século XX, en concreto na produción de escritores tan vixentes como Fernando Pessoa, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Cesare Pavese ou Salvador Espriu. Precisamente, este último autor conduce a unha das tradicións literarias polas que Tavani mostrou maior interese e curiosidade: a catalá. Bernart Metge, Andreu Febrer, Jordi de Sant Jordi ou Lluís Icard mereceron a súa atención en distintas fases da súa frutífera carreira académica. Foi sempre un acérrimo defensor da lingua e cultura catalás, como ben o amosan os libros que, nos tempos grises da dictadura franquista, deron a coñecer en Italia a poesía de protesta (1968) ou as cancións de Raimon (1971). Así mesmo, o seu compromiso co catalán adoita un papel activo na tradución de obras de escritores contemporáneos como Josep Vicenç Foix, Mercé Rodoreda, Pere Calders ou Jesús Moncada. Presidente da Associació Internacional de Llengua i Literatura Catalanes (1988-1994), o labor de Tavani foi recoñecido e valorado coas seguintes distincións: Doutor honoris causa pola Universidade de Barcelona (1992), Premio Catalonia do Institut d’Estudis Catalans (1986), Creu de Sant Jordi da Generalitat de Catalunya (1997), Premio internacional Ramon Llull (2004), e, finalmente, Premio Josep Maria Batista i Roca (2006).  

A outra paixón filolóxica do profesor romano, o eixo (inicial) co que decidiu establecer unha complicidade continua ao longo de toda a súa vida, foi a lírica galego-portuguesa. Nos anos ‘60, publica as edicións críticas de Airas Nunez e Lourenço (1964), elabora a golpe de tecla centos de fichas para confeccionar o complexo e utilísimo Repertorio metrico (1967) e continúa a súa “folla de ruta” coa saída á luz da monografía Poesia del Duecento nella Penisola Iberica (1969). Neste libro, ademais de sinalar a presenza de novos textos espurios nos apógrafos renacentistas, retoma cunha poderosa caixa de ferramentas metodolóxica o exame da tradición manuscrita da poesía trobadoresca, que, desde o excepcional estudo de Carolina Michäelis (1904), quedara practicamente estancado. As formulacións de Tavani suscitaron entre os especialistas un fecundo debate no que el mesmo participou desde unha posición permeable. De feito, non tivo reparos en precisar e modificar as súas propostas iniciais ata a súa última intervención sobre o tema (1999), intervención esta que singularizou cun subtítulo ben explícito: “Ancora sulla tradizione manoscrita della lirica galego-portoghese (quarta e ultima puntata)”.

A fonda actividade de Tavani sobre a poesía dos trobadores e o prestixio que acadan os seus estudos determinan que corra ao seu cargo a redacción do ensaio dedicado á tradición galego-portuguesa no clásico Grundriss der Romanischen Literaturen des Mittelalters (1982 e 1983), ensaio que, poucos anos máis tarde, será vertido ao galego (1986) e ao portugués (1990). Xunto aos títulos citados, adquiren tamén singular protagonismo no seu vasto curriculum o Diccionário da Literatura medieval galega e portuguesa (1993), a nova versión da Grammatica portoghese (1993) e o libro dedicado ás Cantigas de escarnio (1995), todos eles escritos en coautoría coa súa inseparable Giulia Lanciani, a muller que camiñou xunto a el toda unha vida e cuxa inesperada desaparición no outono de 2018 ocasionou que Beppe (como o chamaban a súa familia e os seus amigos) se sentise un estraño no mundo.

A intensa entrega de Tavani á nosa lírica, a nova vida que lles fixo cobrar ás cantigas fixérono merecedor dos mellores galardóns. Así, foi nomeado Doutor honoris causa polas universidades de Santiago de Compostela (1991) e Lisboa (1998); recibiu a medalla Castelao da Xunta de Galicia (1994); ingresou como socio correspondente na Academia das Ciências de Lisboa, e foi distinguido co Pedrón de Ouro (1987) e co Premio da Crítica de Galicia (1988). A todos estes recoñecementos, sumouse en 2004 o seu ingreso como membro de honra na Real Academia Galega. Co gallo da súa entrada nesta institución, pronunciou o discurso Unha Provenza hispánica: a Galicia medieval, forxa da poesía lírica peninsular, un texto cheo de reflexións e ideas fundamentais sobre a lingua dos cancioneiros e a xénese da actividade trovadoresca no occidente ibérico. Mais o mestre romano na súa ansia continua por dialogar co presente non dubidou en apoiar a divulgación da lingua e literatura galegas en Italia. Así, desenvolveu un papel crucial na creación do Centro de Estudos Galegos en Roma, o primeiro desta natureza no seu país; ademais, a súa concienciación co galego determinou que crease con Giulia o proxecto editorial «Poeti e prosatori galeghi», para o que traduciu Xa vai o grifón no vento de Alfredo Conde e Tempo de Compostela de Salvador García Bodaño.

Pero hai algo máis no perfil de Tavani que, desde Galicia, cómpre lembrar con especial agradecemento. Cando alá polo ano 1985 o estudoso tomou contacto directo coa Universidade de Santiago de Compostela, abríronse para moitos de nós as portas da Universidade ‘La Sapienza’, onde -e desde onde- durante xeracións orientou con xenerosidade as teses e traballos de todos aqueles que precisamos da súa axuda e maxisterio. Os que tivemos o privilexio de gozar do seu saber e da súa amizade nunca esqueceremos o seu carácter hospitalario, a súa forza vital e aquelas conversas nas que nunca faltaba a chispa da súa agudeza. Compaxinaba extraordinariamente o seu sentido do humor cunha fina ironía que despregaba de maneira desenvolta aferrado sempre á súa pipa. Defendía as súas conviccións coa elegancia que o caracterizaba, pero non se perdía nunca nas ramas, porque o seu sentido da vida non lle permitía gastar tempo en discusións bizantinas. Como todos os grandes mestres, posuía un saber inmenso que non atesouraba para si, senón que o compartía a mans cheas con discípulos, colegas e amigos nun diálogo sempre interactivo e respectuoso. Malia que o baleiro da súa perda é insuperable, Tavani déixanos como agasallo o seu mellor tesouro: a curiosidade insaciable polos textos e os mellores cimentos para continuar co estudo da lírica trobadoresca.

 

Pilar Lorenzo Gradín

Universidade de Santiago de Compostela

 

(†) Alberto Varvaro   1934 - 2014

on queste parole Alberto Varvaro  concludeva uno dei suoi ultimi lavori, Prima lezione di filologia:1

Siamo accusati di occuparci di argomenti ammuffiti e di problemi che non interessano a nessuno, perché hanno scarsa o nessuna rilevanza per la cultura di oggi e nessun peso nella vita moderna. (...) In questi termini, però, il problema è posto male. Ciò che è in gioco nel nostro caso non sono le singole nozioni. Anche i filologi, come tutti, hanno delle responsabilità verso la società in cui vivono e sono all’altezza di queste responsabilità se assolvono a due compiti (...). In primo luogo il filologo insegna (dovrebbe insegnare) ad avere la massima cura per la trasmissione dei testi, orali o scritti che siano; in secondo luogo insegna (dovrebbe insegnare) quanto sia delicato e complesso interpretarli correttamente (...). Il rispetto del testo quale esso è stato emesso implica rispetto per la verità e per colui che ne è l’autore, ed anche rispetto per noi ascoltatori o lettori, insomma pubblico, che dovremmo avere cara l’integrità di ciò che ascoltiamo o leggiamo (...). Ancora più gravida di conseguenze è la superficialità e trascuratezza con cui spesso si affronta l’interpretazione di un testo (...). Negli anni del mio insegnamento, io non ho mai considerato importante che gli studenti apprendessero chi era e cosa aveva scritto Juan Ruiz, arciprete di Hita, o qualsiasi altro scrittore del medioevo romanzo. Né mi è parso essenziale che essi ricordassero in futuro cosa fosse la lenizione delle consonanti intervocaliche in alcune lingue romanze. Sapere queste cose può essere opportuno e apprezzabile, ma molto più importante è che ci si renda conto che un testo, qualsiasi testo, chiude in sé un problema interpretativo e che, prima ancora, esso va stabilito nella sua forma corretta. La coscienza di questi due problemi è essenziale per un buon funzionamento della società umana, che è fondata appunto sulla trasmissione di testi, ed è questo, a mio parere, che giustifica l’esistenza stessa della filologia e la sua rilevanza culturale e sociale.

La consapevolezza di siffatta responsabilità e dei delicatissimi doveri ad essa connessi, che consistono nel fare del dubbio nei confronti di ogni affermazione acritica, nella scrupolosa verifica del fonti, nell’impegno costante di discernere il vero dal falso il proprio ufficio etico, hanno costituito la cifra dell’intera attività di docente e di studioso, di organizzatore scientifico e di impegnato partecipante alla vita accademica del maestro italiano fino alla sua scomparsa, il 22 ottobre 2014.

Pur volendosi limitare al solo ambito della ricerca,2 che per Varvaro era però strettamente intrecciata con l’insegnamento, non è possibile rendicontare in uno spazio ragionevole la sua straordinaria produzione: stimolata da una curiosità intellettuale inesauribile, che frequentemente lo conduceva a seguire percorsi trasversali alle discipline tradizionali,  e accomunata dallo sforzo  di comprendere a pieno, nella loro complessità, gli oggetti di volta in volta sottoposti ad analisi, rifuggendo da ogni astrazione, decontestualizzazione o idea preconcetta, essa spazia dalla dialettologia italiana alla linguistica romanza, dalla storia letteraria medievale alla critica del testo, dalla storiografia delle scienze linguistiche e filologiche alla lessicografia, dall’antropologia alla storia della cultura, dalla sociologia alla storia tout court.3 Qui ci concentreremo pertanto esclusivamente sui suoi studi di filologica e letteratura iberoromanze.

Grazie a una borsa di studio del Ministero italiano degli Affari Esteri, Varvaro, giovane perfezionando alla Normale di Pisa, poté trascorrere proprio in Spagna, a Barcellona, uno dei periodi formativi più fecondi. Il soggiorno nella capitale catalana, che durò l’intero inverno 1957-1958,4 fu l’occasione infatti di incontri che si riveleranno decisivi: con Martin de Riquer e Antoni Badia Margarit e con Ramón Menéndez Pidal, che egli aveva già conosciuto a Palermo nel 1954.5 Il debito scientifico contratto con i tre maestri spagnoli è stato a più riprese e in diverse forme riconosciuto da Varvaro:6 il loro insegnamento e la loro opera contribuirono in maniera fondamentale ad affrancarlo dalle limitazioni della romanistica italiana degli anni Cinquanta e a rivelargli le «realtà della cultura e della letteratura medievale» e della linguistica romanza.

Per quanto essenziale nella formazione del giovane filologo, l’esperienza barcellonese non ebbe però immediate ripercussioni sulla sua concreta ricerca scientifica, che fino all’inizio degli anni Sessanta si esercitò in ambito italiano, provenzale e francese. Bisognerà attendere il 1964 perché Varvaro, spinto anche da motivazioni accademiche (affrontare il concorso a cattedra), dia alle stampe i suoi primi contributi di argomento iberico: le Premesse a un’edizione critica delle poesie minori di Juan de Mena,7 che presto diviene un imprescindibile riferimento per chiunque si proponga un’indagine sulla tradizione manoscritta della lirica castigliana del Quattrocento, e il saggio su «La cornice del Conde Lucanor»8. Lo studio dedicato alle rime del poeta cordovese, che incrocia in modo esemplare critica esterna (esame della struttura dei singoli canzonieri, sequenza degli autori, ordinamento dei componimenti, ecc.) e critica interna (recensio condotta sulla varia lectio dei poemi), non si limita a chiarire i rapporti reciproci fra i testimoni che ce le hanno tramandate, ma costituisce un contributo fondamentale alla ricostruzione dei principali filoni da cui deriva il materiale di un buon numero di canzonieri miscellanei del XV secolo, offrendo un imprescindibile punto di riferimento per un intero ambito di indagini, e, sul piano più squisitamente storico-letterario, un dettagliato quadro della cultura aragonese a Napoli all’epoca di Alfonso e di Ferrante. L’articolo che ha per oggetto il Lucanor, ormai un classico nella letteratura critica sul capolavoro manuelino, è volto invece ad illustrare il complesso dispositivo di mediazioni (dal piano del racconto narrato dal consigliere Patronio al piano di Lucanor e della questione sulla quale egli ne ha sollecitato il parere, al piano che si riserva lo stesso autore) e di implicazioni (tra un piano e l’altro) posto in essere da don Juan negli enxiemplos della prima sezione dell’opera; un dispositivo chiamato ad assolvere una triplice funzione: interpretativa: esplicitare, orientando il destinatario verso una determinata “lettura”, l’insegnamento; generalizzante: estendere al massimo lo spettro di applicabilità dell’ammaestramento; pragmatica: sancire l’efficacia pratica della linea di comportamento suggerita.

Solo un anno dopo compare, in dispense destinate agli studenti, il contributo più sistematico di Varvaro sulla filologia medievale spagnola, che da questo momento ci offrirà la traccia per ripercorrere anche gli altri suoi lavori di ispanistica: il Manuale di filologia spagnola medievale.9  In esso l’attività del filologo, che come dichiarato nella citazione che apre questo ricordo, poggia su due pilastri, ricostruzione e interpretazione dei testi, scritti e orali, si concretizza nell’esercizio di filologia testuale con cui vengono ricostruiti i testi castigliani antologizzati sulla base della loro trasmissione, manoscritta e a stampa, e nello sforzo d’interpretazione storico-letteraria, a cui fa da supporto l’imprescindibile conoscenza di linguistica storica, nella doppia accezione di storia della lingua e di grammatica storica, nella fattispecie, del castigliano. I principi secondo cui Varvaro struttura la sua letteratura spagnola medievale saranno esplicitati anni più tardi in due scritti teorici, sulla definizione dell’oggetto stesso di una storia letteraria in generale,10 e in un intervento al II Congreso della nostra Asociación, sul «problema de la literatura medieval castigliana»:11 individuare, a livello macroscopico, le linee di cesura che nell’arco di un processo plurisecolare contribuiscono a interrompere l’originario isolamento della letteratura castigliana, segnando via via una sua sempre maggiore immissione nel circolo di quella europea; disporre il materiale secondo uno schema cronologico e geografico, in modo da comporre, a livello microscopico, una trama minuta di informazioni e relazioni, di differenze e peculiarità, in rapporto sia ai generi che agli specifici autori e alle opere singole, la quale rendesse conto di un panorama che, nel corso dei secoli, si rivela assai variegato.

Presa posizione, attraverso una serrata discussione delle tesi espresse da Menéndez Pidal, Américo Castro e Claudio Sánchez Albornoz sulla questione dei caratteri peculiari della cultura letteraria spagnola, con il rifiuto di ogni spiegazione metastorica a favore dell’individuazione di precise e complesse cause storiche, e dedicato un capitolo alla poesia mozarabica e ai suoi problematici rapporti con la tradizione lirica galego-portoghese e con la tarda tradizione melica castigliana, Varvaro identifica una prima fase di apertura e di integrazione della Spagna nella cultura europea nel XII secolo, con la produzione di origine giullaresca. In particolare, nella sezione del capitolo consacrata all’epica e al Cantar de mio Cid, egli si confronta con le ipotesi formulate sul genere e sul capolavoro castigliano dal ‘venerato’ maestro don Ramón, prendendone spesso, con misura e ammirevole discrezione, le distanze: sulla questione delle origini, sulla relazione tra racconto poetico e realtà storica,12 sul metodo del tradizionalismo. Varvaro ammette sì la possibilità di «rimaneggiamenti, anche più numerosi di quelli riconosciuti dal filologo spagnolo», ma non sa «escludere che il poema sia nato così […] fin dal principio, fin da quando il poeta di San Esteban o di Medinaceli utilizzava tradizioni di varia origine ed in parte almeno già versificate, segnandole della forte impronta della sua personalità e piegandole ai canoni della convenzione epica».  Come accade, ad esempio, col rapporto privilegiato fra il Cid e suo nipote, al quale il poema attribuisce un ruolo di vero e proprio deuteragonista dell’eroe che non trova però riscontro nella realtà, rapporto cui, nello stesso anno della pubblicazione del tomo antologico del Manuale, Varvaro dedica un contributo specifico: «Dalla storia alla poesia epica: Álvar Fáñez».13 Nel corso della sua argomentazione egli dimostra che lo schema per cui il nipote diviene il consigliere e il luogotenente dello zio materno, che generalmente lo ha anche allevato, si configura come «una costante del racconto epico, un elemento costitutivo di quell’insieme di convenzioni che qualificano il poema epico come tale». La relazione avunculare è infatti parte di una «griglia di tradizioni narrative» che costituisce il filtro attraverso il quale «il poeta epico, e qui il poeta del Cantar de mio Cid, passa ciò che di realmente storico vi è nel suo racconto, siano notizie precise (qui la biografia di Álvar Fáñez) o contenuti culturali (si pensi alla rappresentazione della religione musulmana nei poemi francesi); allo stesso modo essa condiziona, in testi di genesi diversa, l’invenzione di contenuti privi di corrispondenza storica». La profonda alterazione subita dalla figura di Álvar Fáñez non è dunque affatto «marginale», bensì «essenziale alla genesi di questo particolare testo poetico» (664), giacché la medesima prospettiva presiede anche alla scelta di determinati eventi della biografia storica del Cid, quelli più “privati”, e al loro trattamento.

Il medesimo filtro condiziona, alterandola, anche la rappresentazione dello spazio, oggetto dell’ampio articolo «L’Epagne et la géographie épique romane».14 Varvaro propone anzitutto una rilettura della percezione «côté français» della Penisola iberica. Il modello topologico rintracciabile nelle chansons de geste, a partire dal Roland, è caratterizzato dalla distinzione tra uno ‘spazio interno positivo (nostro)’, organizzato e limitato, e, disponibile all’espansione dello spazio interno, uno ‘spazio esterno negativo (altrui)’, destrutturato e illimitato. Di questo spazio esterno così qualificato fa parte, a dispetto delle notizie che il secolo XII invece possedeva sulla sua geografia e sulla sua articolata situazione politica e religiosa, l’intera Spagna. Non solo. Oltre che come un territorio abitato esclusivamente da infedeli, da conquistare ed assimilare, la Spagna rappresenta anche un «lieu de tous les possibles, des promotions sociales et érotiques qui ailleurs seraient impensables» (384), come dimostrano il Mainet e tutte le chansons che testualizzano il motivo della principessa saracena innamorata. La geografia ‘ideale’ dell’‘espansione’ e del ‘sogno’ dei testi epici francesi contrasta invece con la geografia ‘realista’ dei poemi spagnoli. Un connotato, questo, che non è attribuibile né a «une circostance fortuite» né è frutto «d’un réalisme hispanique métahistorique» (390), bensì trova la sua motivazione profonda in una peculiare declinazione del concetto di “frontiera”, intesa come zona che separa due mondi sì tra loro antagonisti, ma che allo stesso tempo hanno una precisa coscienza l’uno dell’altro: «l’un des deux mondes (la chrétienté ibérique) se souvient d’avoir inclus dans le passé non seulement la frontera mais toute l’Andalousie, et il entend bien renouer avec cet état antérieur et récupérer (non pas, donc, en le detérminant pour la première fois, mais en le redéterminant par un processus de restauration) l’espace perdu par les péchés des hommes et le châtiment de Dieu» (388). Quello rappresentato dai cantares è dunque uno ‘spazio della nostalgia’, traduzione geografica dell’affermazione di un’identità sociale e culturale e della rivendicazione di un destino storico.

Ma torniamo al Manuale. L’apertura/integrazione della letteratura spagnola medievale si consolida con le opere del cosiddetto mester de clerecía (caratterizzato dall’uso della quartina monorima di alessandrini, «metro di verosimile importazione francese, dall’origine per lo più colta del materiale narrativo ed anche dalla diversa coscienza e qualificazione letteraria dei loro autori» (ibid.), tra i quali è figura eminente Gonzalo de Berceo)15 e con lo sviluppo della prosa didattica, a partire dalla Disciplina clericalis dell’ebreo convertito Pietro Alfonso sino alle numerose gnomiche duecentesche (sia quelle nelle quali «la strutturazione esterna è ridotta al minimo, a volte addirittura al puro e semplice ordinamento tematico, del resto approssimativo, delle massime» (112), come, per limitarci a un solo esempio, il Libro de los cien capítulos della prima metà del sec. XIII,  sia quelle in cui «l’interesse per il racconto diviene dominante» (115), come, per esempio, i Bocados de oro o il Calila e Digna, dove «si dà più rilievo alla cornice romanzesca che assume la forma dell’inchiesta» (114)). Un’esperienza, quest’ultima, che darà i suoi frutti più maturi nel Trecento, con i capolavori di Juan Manuel e di Juan Ruiz. Del contributo sull’opera maggiore di don Juan si è già detto. All’autore del Libro de buen amor Varvaro riconosce «una dosis tan alta de imprevisible originalidad que nos obliga a dejarlo solo entre una literatura oral de entretenimento [… ], irremediablemente destinada a perderse y que en el Libro experimenta un cambio de valores total, debido al genio y mejor aún a la cultura latina del poeta» («Literatura medieval castellana», 111) In effetti, mai come in questo testo il carattere assai originale dell’opera richiede, per la sua migliore comprensione, il supporto di solide ricerche sulle fonti e sui modelli che ne illuminino il contesto letterario e, parimenti, il sostegno di una rigorosa indagine ecdotica che aiuti a chiarirne la genesi. Ed è proprio all’indagine ecdotica che Varvaro ha offerto i maggiori e più solidi contributi, anche sul piano più squisitamente metodologico (considerazione dei testimoni che trasmettono un’opera non come semplici latori di varianti ma come “entità culturali”, applicabilità dei principi neo-lachmniani, difesa prudenziale del testo tramandato), con due studi che risalgono alla fine degli anni Sessanta, sfociati in un più recente bilancio bibliografico.16 In questi lavori, nei quali Varvaro affronta i problemi testuali, lo stato materiale della tradizione e la fortuna critica, acquista una posizione centrale la dibattuta questione dell’ipotetica doppia redazione dell’opera; una questione il cui esito finisce per interferire significativamente con numerosi ed importanti problemi che il testo di Juan Ruiz presenta, come, per esempio, la datazione dell’opera, la vicenda biografica dell’autore, nonché lo stesso autobiografismo, che è un elemento essenziale del Libro de buen amor. All’intera produzione novellistica iberoromanza è invece dedicato l’articolo «Forme di intertestualità. La narrativa spagnola medievale tra Oriente e Occidente»,17 L’occasione è offerta dagli «appunti» su intertestualità e interdiscorsività di Cesare Segre, la cui classificazione dei rapporti intertestuali, «a prima vista onnicomprensiva, […] lascia […] in ombra un tipo […] meno evidente perché ancor più astratto […]: la trasmissione di strutture organizzative » (501). Al fine di identificare siffatta categoria, Varvaro sottopone a riesame i rapporti accertabili o ipotizzabili della narrativa spagnola medievale con la tradizione letteraria araba o ebraica, individuando tre modelli di organizzazione del racconto «di evidente origine (o mediazione […]) semitica, per lo più araba» (512). Il primo prevede la dilazione di un evento funesto attraverso il superamento di una prova di saggezza (Donzella Teodor) o attraverso la moltiplicazione dei racconti, variante cui si accompagna una manifesta finalità persuasiva (Sendebar). Nel secondo tipo «la cornice narrativa serve ad instituire un’occasione di dialogo» (509): il compito di esporre una dottrina o un’esperienza viene affidato a un attore diegetico (di norma anziano e sapiente) dialogante con un altro attore (giovane ed inesperto); esaurito il suo ruolo, il primo personaggio esce di scena, mentre il secondo, ormai acculturato, affronta il mondo (Disciplina clericalis, Bocados de oro, Llibre de l’orde de cavalleria e Llibre de meravelles di Ramon Llull). Il terzo e ultimo modello, esemplarmente rappresentato dal Calila e Dimna, che adotta il procedimento delle scatole cinesi, è caratterizzato dalla proliferazione dei livelli diegetici. La riprova della capacità di penetrazione di siffatti modelli è fornita proprio dal Libro de buen amor di Juan Ruiz, la cui  organizzazione formale (combinazione di sequenze narrative, didattiche e liriche, pluralità dei livelli diegetici, circolarità) risulta «perfettamente accettabile se rapportata alle norme della tradizione semitica» (513).

Nonostante l’eccellenza di opere narrative come il Conde Lucanor e il Libro de buen amor, Varvaro ha avvertito che è, tuttavia, «a catalanes como Ramón Llull y Arnau de Vilanova (no a castellanos) que se les escucha y tienen algún peso en la corte del Papa» e, a proposito del primo dei due autori menzionati, «el suyo es el único caso de autor del que tenemos inmediatamente traducciones francesas del Blanquerna» («Literatura medieval castellana», 106), e di altre sue opere, alcune delle quali conobbero anche traduzioni in italiano.18 Proprio sul Blanquerna egli scelse di intervenire nel Convegno Ramon Llull, il lullismo internazionale, l’Italia.19 Il saggio si prefigge di dimostrare come Llull utilizzi gli elementi costitutivi del genere romanzesco piegandoli sapientemente ai propri fini: la costruzione ‘biografica’ del racconto; la sottoposizione a prove, sia pure di natura particolare, del protagonista; l’ampio spazio riservato al dialogo. Tratti che convivono con caratteristiche proprie invece dei generi didascalici, a cominciare dal soggetto del ‘romanzo’ (i diversi stati del mondo e i comportamenti da adottare per meritare la salvezza) fino alla modellizazione del racconto come «un viatge, che è poi piuttosto l’itinerarium del mistico o meglio ancora del riformatore, per non ricordare il tarîq del musulmano» (204). Una compresenza di connotati congrui e incongrui rispetto al romanzo coevo che «può essere razionalizzata» azzardando, per il Blanquerna, «la definizione di ‘romanzo utopico’, sia pur ante litteram» (205).

«Una integración mucho más fuerte», scrive Varvaro nel saggio sulla «Literatura medieval castellana»,  è testimoniata dalla produzione di testi narrativi brevi, come Flores y Blancaflor, Paris y Viana, o a più ampie compilazioni, come la Gran conquista de Ultramar, opere, è vero, «mediocres», «réplicas opacas que muy fácilmente se olvidan», che tuttavia «constituyen de hecho el tejido de toda literatura» (110) e che presuppongono lo sviluppo di una nuova classe di lettori. Due fenomeni, il declino dell’antica classe dominante e della sostanziale emarginazione della borghesia urbana, fanno sì che «los nuevos grupos dominantes se orientan hacia nuevos gustos, no pocas veces de origen italiano o francés» (ibid.), il che favorisce la nascita di una «tradición de prosa narrativa decididamente orientada […] hacia la fiction, hacia el romance», che «debe haber tenido vitalidad y difusión superiores a lo que parece hoy y constituye quizá una parte no despreciable de la literatura perdida que tanto le preocupa, con razón, a nuestro colega Deyermond» (ibid.). Ciò spiega, peraltro, un caso come l’apparizione dell’Amadís di Montalvo, delle cui versioni precedenti ci restano solo pochi indizi, e al quale Varvaro dedica alcune pagine dell’ultimo capitolo della sua Letteratura, intitolato «Tramonto e persistenza alla letteratura medievale»: «Fra ’300 e ’400 gli intellettuali spagnoli mostrano una concezione della cavalleria sostanzialmente aliena ai valori cortesi e preferiscono il didatticismo al meraviglioso e al fantastico. […] Quando il mutare dell’etica signorile e dei valori e degli stili letterari sarà ormai compiuto, allora il genere trionferà in versioni ammodernate secondo le nuove esigenze: sicché l’affioramento dell’Amadís negli anni dei Re Cattolici finisce per essere proprio una conferma del distacco ormai consumato dalla situazione culturale del medioevo» (280-281). 

Un tentativo di ricostruire almeno in parte questa tradizione latente e le sue trasformazioni è condotto da Varvaro nel saggio «El Tirant lo Blanch en la narrativa europea del segle XV»,20 dedicato a Martín de Riquer. Il romanzo di Joanot Martorell costituisce infatti il punto di partenza per tracciare un panorama della ricca ma poco conosciuta produzione narrativa del Quattrocento, in particolare francese, che ad esso fa da sfondo e con la quale condivide i tratti tipologici fondamentali, a cominciare dal ‘realismo’. La corrente narrativa che ne risulta delineata integra e complica il panorama della, per usare la definizione di Riquer, «novel∙la cavalleresca», la quale annovera, con il Tirant lo Blanch, testi quali il Jehan de Saintré e il Curial i Güelfa, affondando le sue radici nel più antico filone del romanzo genealogico o familiare. Nel tardo Trecento e per tutto il secolo seguente si osserva «una contigüitat entre historiografia i novel∙la» (547), si assiste cioè a un processo di mise en forme historique du roman, dando luogo a una fiction che si vuole emula della storia, a un modello narrativo di grande successo e diffusione. Arricchito in questo modo, il quadro del romanzo tardo medievale inevitabilmente si modifica, così come assume una nuova posizione e una diversa evidenza il Tirant, che «a l’Europa del seu temps […] no havia estat excepcional pels seus trets tipològics, sinó – i no és poc – per la seva qualitat literària» (550).

La vita e l’attività della terza grande personalità, accanto a Juan Manuel e a Juan Ruiz, della letteratura castigliana del Trecento, Pero López de Ayala, coincidono in pieno con la decisiva scansione storica determinata dalla rivoluzione dei Trastámara e l’inserimento della Castiglia nella grande politica europea accanto alla Francia e contro l’Inghilterra, alleata del Portogallo. I rivolgimenti, anche sul piano militare (la nascita della potenza navale castigliana), economico e sociale (i vantaggi della nobiltà per l’appoggio fornito ad Enrique, il crescente peso delle città in funzione antinobiliare), furono numerosi e profondi: «in questi decenni – scrive Varvaro nel Manuale – Pero López de Ayala vive da protagonista un momento cruciale della storia castigliana» (Letteratura, 174). Non meraviglia, dunque, che rispetto all’autore del Rimando de Palacio, un’opera che «dà una misura insieme individuale ed universale della vita umana» (181), l’attenzione di Varvaro si fa maggiore per lo scrittore delle Crónicas, tanto più che essa rientra nei suoi più ampi interessi per la storiografia e, in particolare, per la fictionnalisation de l’histoire (processo parallelo e inverso alla historicisation du roman), che è al centro di buona parte dei contributi che egli ha dedicato al genere. Su Ayala, nel 1989, a vent’anni dalla Letteratura spagnola, Varvaro pubblica un articolo specifico,21 volto a dimostrare come «uno dei modelli narrativi […] messi in opera nella stesura, e forse anche nella concezione, della sua cronaca» (257) sia l’exemplum, adibito in funzione di «una parenetica mondana e specialmente cavalleresca» (269) e finalizzato all’insegnamento politico. La conclusione è che nella Crónica del rey don Pedro, «Teoria e racconto sono in realtà inscindibili: la prima si incarna nel secondo e il secondo convalida la prima. Così la narrativa si garantisce amplissimo spazio nella vita: tutto diventa racconto e il racconto integra il vissuto, lo estende indefinitamente. Ecco perché la stessa storiografia si costruisce su strutture narrative, si risolve in racconto» (281).  Val la pena di dar conto qui anche dello studio dedicato al catalano Ramon Muntaner22, il cui testo è scelto come campione per affrontare appunto, come Varvaro scriverà in un altro articolo che riprende il tema, la questione della «specificità del genere letterario storiografico, [di] ciò che costituisce la qualificazione letteraria del racconto storico e ne fonda il valore in quanto letteratura». Muovendo dalla vulgata definizione riproposta da Isidoro di Siviglia secondo cui «Historia est narratio rei gestae», Varvaro sottolinea come il termine narratio ponga immediatamente in rilievo due fondamentali procedure, di «selezione» e di «strutturazione». Procedure, queste, che implicando il problema del punto di vista e della visione del mondo, determinano «la comprensione dell’accaduto e la sua resa narrativa» e stabiliscono «un nesso assai complesso tra reale ed immaginario, che si realizza appunto nel narrato della pagina storiografica e ne costituisce una caratteristica qualificante» (404). In particolare, la Crònica di Muntaner presenta una organizzazione complessiva del racconto ben riconoscibile e «culturalmente significativa» (ibid.). Essa «si rivela […], dal concepimento di Jaume I all’ascesa al trono di Alfonso III, come una storia sui generis della salvezza, condotta per così dire dall’Incarnazione alla Resurrezione», «assumendo come modello macrostrutturale addirittura quello del momento cruciale della storia della Redenzione», lontanissimo «dall’apparente casualità soggettiva del racconto di ‘cose viste’» (407). All’interno di siffatta macrostruttura Varvaro sceglie poi una singola vicenda, il resoconto delle imprese di Roger de Flor, cui l’autore aveva personalmente partecipato, al fine di definire in che modo «si costruisca» invece «una cellula narrativa specifica» (404), seguendo un modello chiaramente romanzesco.

Alla fine del XIV secolo e soprattutto nel XV anche la lirica spagnola rientra pienamente, osserva Varvaro, nel circolo di quella europea, sia pure con caratteri suoi propri e con risonanze quasi esclusivamente interne. Ne furono protagonisti il Marchese di Santillana, Juan de Mena e Jorge Manrique, figure che occupano pressoché per intero il consistente capitolo del Manuale su «La maturità della letteratura del ’400». A proposito di Mena, oggetto, come si è detto, del suo primo contributo di ispanistica (le summenzionate Premesse), Varvaro aveva pubblicato anche, un paio d’anni dopo, lo studio dello scambio di coplas con il figlio di João I, D. Pedro di Portogallo, duca di Coimbra e reggente dal 1439 al 1477:23 un episodio della produzione del poeta cordovese che veniva ad aggiungersi a quelli segnalati nella sua celebre monografia da María Rosa Lida de Malkiel. Pur riconoscendo il carattere del tutto convenzionale delle strofe in questione, Varvaro ne sottolinea l’interesse sotto il profilo filologico e culturale, restituendo allo scambio la sua datazione più autentica (1442-1447) e, con essa, un contesto letterario maggiormente appropriato: «più o meno contemporanee della carta-prohemio di Santillana», insieme con essa «le coplas rivelano l’acquisita e riconosciuta superiorità lirica e in genere letteraria della Castiglia» (205).
Siamo tornati così alle prime, tangibili manifestazioni di quell’appassionato interesse per le letterature iberiche medievali e, soprattutto, per quella castigliana, che Varvaro avrebbe coltivato per circa un cinquantennio. Un interesse e una passione che andranno ben oltre i confini fissati dalla disciplina che egli insegnava: voracissimo lettore, le sue conoscenze includevano le opere di epoche successive, dal Siglo de Oro ai recentissimi romanzi contemporanei, che gli capitava di evocare nelle non rare conversazioni che, come suoi allievi diretti, un destino assai propizio ci ha riservato in felice sorte. Il folto insieme di studi, dei quali si è potuto offrire qui solo un parziale resoconto, e le sue vastissime letture iberiche, che non rientravano nell’ambito strettamente professionale, costituiscono la più efficace testimonianza di quel rapporto affettivo con la Catalogna e la penisola iberica che Varvaro, nel breve ricordo sul soggiorno barcellonese dell’inverno 1957-1958 cui abbiamo avuto modo di accennare, aveva così dichiarato: «In realtà il mio bilancio personale è molto più positivo: avevo arricchito enormemente le mie conoscenze, avevo trovato ottimi maestri, avevo cominciato ad avere una preparazione di linguistica romanza, avevo imparato ad amare la Catalogna e la penisola iberica, paesi ai quali sarei rimasto legato per sempre» (72).

Antonio Gargano
Salvatore Luongo

1 Roma-Bari, Laterza, 2012, p. 142.

2 Ne ripercorre in dettaglio la carriera accademica Margherita Spampinato, Profilo di Alberto Varvaro, in Studi sull’opera di Alberto Varvaro (= Bollettino del Centro di studi filologici e linguistici siciliani, 26, 2015), pp. 7-17. Si vedano anche i sentiti ricordi di Lorenzo Renzi, pubblicato sul sito della Società Italiana di Filologia Romanza (www.sifr.it/comunicazioni/varvaro_renzi.php), Giovanni Palumbo e Laura Minervini nella Revue de linguistique romane, 78, 2014, pp. 607-617, Nicola Morato nel Journal of the International Arthurian Society, 3, 2015, pp. 139-142, Roberto Antonelli nel Bollettino dell’Istituto Storico Italiano del Medio Evo, 117, 2015, pp. 455-466, e negli Atti della Accademia Nazionale dei Lincei, Classe di Scienze morali, stoiche e filologiche, Rendiconti, 27, 2016, pp. 198-204.

3 La bibliografia completa di Alberto Varvaro è disponibile nel sito della Sezione di Filologia moderna del Dipartimento di Studi umanistici dell’Università di Napoli Federico II (www.filmod.unina.it/bibdoc/varvaro.htm). Ai suoi studi nei diversi campi della filologia e della linguistica romanza sono stati dedicati, oltre che il succitato numero monografico del Bollettino (queste pagine riprendono parzialmente il contributo [pp. 117-153] da noi pubblicato in quella sede), i Convegni Filologia e linguistica nella storia: dalla Sicilia all’Europa. Ricordo di Alberto Varvaro, Roma, Accademia Nazionale dei Lincei, 8 marzo 2016,  e Filologia, letteratura, linguistica. Giornate di studio su Alberto Varvaro, Napoli, Università degli Studi “Federico II”, 2-3 maggio 2016, i cui rispettivi Atti sono in corso di pubblicazione.

4 La memoria di questa proficua esperienza è affidata a «Barcellona, inverno 1957-1958», in Rivista italiana di studi catalani, 1, 2011, pp. 65-72.

5 All’Institut d’Estudis Catalans egli seguì anche le lezioni di Ramon Aramon i Serra e frequentò quelle, impartite nella sua abitazione privata, di Jordi Rubiò i Balguer.

6 Ad esempio in: «Ramón Menéndez Pidal e Américo Castro», in Lo spazio letterario del Medioevo. 2. Il Medioevo volgare, a cura di Piero Boitani, Mario Mancini e A.V., 5 voll., Roma, Salerno, 1999-2005, IV: L’attualizzazione del testo, Roma, Salerno, 2004, pp. 445-473, alle pp. 445-461; «Martín de Riquer (1914-2013)», in Medioevo romanzo, 37, 2013, pp. 432-435; «Due scritti autobiografici: Il complesso rapporto tra maestri e discepoli [2010]; Riflessioni sul proprio lavoro [2011]», in Medioevo romanzo, 39, 2015, pp. 7-11, 11-19.

7 Napoli, Liguori.

8 In Studi di letteratura spagnola, 1, 1964, pp. 187-195, poi in Il racconto, a cura di Michelangelo Picone, Bologna, Il Mulino, 1985, pp. 231-241 e, ancora, in Identità linguistiche e letterarie nell’Europa romanza, Roma, Salerno, 2004, pp. 515-524.

9 Filologia spagnola medievale, I: Linguistica, II: Letteratura, III: Antologia, Napoli, Liguori, 1965 (dispense); poi Manuale di filologia spagnola medievale, II: Letteratura, III: Antologia, Napoli, Liguori, 1969 e 1971. Il volume di Letteratura, in edizione ridotta, costituì la prima parte de La letteratura spagnola. Dal Cid ai Re Cattolici, in collaborazione con Carmelo Samonà, Firenze-Milano, Sansoni-Accademia, 1972 (sono di Varvaro le pp. 1-182 e 284-291).

10 «Storia delle letterature medievali o della letteratura medievale? Considerazioni su spazi, tempi e ambiti della storiografia letteraria», in La scrittura e la storia. Problemi di storiografia letteraria, a cura di Alberto Asor Rosa, Firenze, La nuova Italia, 1995, pp. 131-142, poi in Identità linguistiche e letterarie, pp. 245-255, alle pp. 245-246; «Ipotesi per una nuova storia della letteratura francese medievale», in Convergences médiévales. Épopée, lyrique, roman. Mélanges offerts à Madeleine Tyssens, éds. Nadine Henrard, Paola Moreno, Martine Thiry-Stassin, Bruxelles, De Boeck Université, 2001, pp. 573-584.

11 «Literatura medieval castellana y literaturas románicas: hechos y problemas», in Actas del II Congreso internacional de la Asociación hispánica de literatura medieval (Segovia, del 5 al 19 [in realtà, 9] de Octubre de 1987), eds. José Manuel Lucía Megías, Paloma Gracia Alonso, Carmen Martín Daza, 2 voll., Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá, 1992, vol. I, pp. 103-115.

12 Che non a caso è anche al centro del capitolo sul Cid, in Letterature romanze del medioevo, Bologna, Il Muilino, 1985, pp. 215-229 (la redazione primitiva del volume, intitolata Struttura e forme della letteratura romanza del medioevo, I, Napoli, Liguori, 1968, è stata tradotta in spagnolo: Literatura románica de la Edad Media. Estructuras y formas, trad. de Lola Badia y Carlos Alvar, adiciones bibliográficas de Carlos Alvar, Barcelona, Ariel,1983).

13 In Studi di filologia romanza offerti a Silvio Pellegrini, Padova, Liviana, 1971, pp. 655-665.

14 In Medioevo romanzo, 14, 1989, pp. 3-38, poi in Identità linguistiche e letterarie, pp. 356-390.

15 Significativamente, con la lettura di uno, il VII, dei 25 racconti che compongono la sua opera più famosa, Los milagros de Nuestra Señora, si chiude il capitolo che, in Letterature romanze, pp. 128-137, Varvaro dedica a «L’esperienza religiosa».

16 «Nuovi studi sul Libro de buen amor», in Romance Philology, 22, 1968, pp. 133-157; «Lo stato originale del ms. G del Libro de buen amor di Juan Ruiz», ivi, 23, 1970, pp. 549-556; «Manuscritos, ediciones y problemas textuales del Libro de buen amor de Juan Ruiz», in Medioevo romanzo, 26, 2002, pp. 413-475, e poi con il titolo «El texto del Libro de buen amor», in Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y el «Libro de buen amor», al cuidado de Bienvenido Morros y Francisco Toro, Alcalá la Real, Ayuntamiento de Alcalá la Real - Centro para la edición de los clásicos españoles, 2004, pp. 143-180.

17 In Annali dell’Istituto Universitario Orientale di Napoli. Sezione romanza, 27, 1985, pp. 49-65, poi in Identità linguistiche e letterarie, pp. 501-514.

18 Nel capitolo dedicato all’«esperienza religiosa» del volume sulle Letterature romanze erano stati oggetto di analisi alcuni frammenti del Libre d’Amic e Amat, incluso per intero nel Blanquerna, che ne attribuisce fittiziamente la composizione al protagonista.

19 «Note su Ramon Llull narratore», in Annali dell’Istituto Universitario Orientale di Napoli. Sezione romanza, 34, 1992, pp. 199-207 (= Atti del Convegno Internazionale Ramon Llull, il lullismo internazionale, l’Italia, Napoli, 30 marzo-1 aprile 1989, a cura di Giuseppe Grilli).

20 In Estudis romànics, 24, 2002, pp. 149-167, poi in Identità linguistiche e letterarie, pp. 525-550. Una versione ridotta in italiano è pubblicata, con il titolo «Tirant lo Blanch nella narrativa europea del sec. XV», in Momenti di cultura catalana in un millennio, a cura di Anna Maria Compagna et al., 2 voll., Napoli, Liguori, 2003, vol. II, pp. 487-500.)

21 «Storiografia ed exemplum in Pero López de Ayala», in Medioevo romanzo, 14, 1989, pp. 255-281.

22 «Il testo storiografico come opera letteraria: Ramon Muntaner», in Symposium in honorem prof. M. De Riquer, Barcelona, Universitat de Barcelona-Quaderns Crema, 1984, pp. 403-415.

23 «Lo scambio di coplas fra Juan de Mena e l’infante D. Pedro», in Annali dell’Istituto Universitario Orientale di Napoli. Sezione romanza, 8, 1966, pp. 199-214.

 

(†) Erich von Richthofen   1913 - 1989

Erich von Richthofen nació el 8 de mayo de 1913 en Hirschberg, Silesia (hoy conocido como Jelenia Góra) pero su familia se trasladó a Berlín después de la Primera Guerra Mundial. De joven rondaba por la galería de arte de sus padres donde adquirió un gusto por los artes. También disfrutó del mundo del teatro y de la ópera, haciendo papeles de supernumerario junto con su hermano mayor. Quizás fueron en estos años cuando empezó a interesarse en la literatura, la historia medieval y los temas épicos. Entre 1933 y 1936 viajó a París, Ginebra, Londres, Copenhague, Estocolmo, Reykjavík y Roma, a la vez estudiando en Venecia y Madrid, en el Centro de Estudios Históricos, donde aprovechó la enseñanza de Ramón Menéndez Pidal. De vuelta a Alemania, siguió estudiando en Hamburgo, Berlín y Frankfurt del Main. De esta universidad recibió su Dr. Phil. en 1940 con una tesis publicada bajo el título Alfonso Martínez de Toledo und sein Arcipreste de Talavera: Ein kastilisches Prosawerk des 15 Jahrhunderts (Halle: Niemeyer, 1941) escrita bajo la supervisión del gran romanista y lexicógrafo Erhard Lommatzsch. En 1943 acabó con su Dr. Habil. al defender su Studien zur romanischen Heldensage des Mittelalters (Halle: Niemayer, 1944).

Von Richthofen empezó su carrera docente en 1940 como Privatdozent (encargado de cursos) en filología románica en la universidad de Frankfurt y, a partir de 1943 hasta 1956, como Ausserplanmässiger Professor (catedrático libre). En la posguerra europea, como demuestra la correspondencia mantenida entre von Richthofen y Menéndez Pidal y Rafael de Balbín Lucas (CSIC) retenida en los archivos de Chamartín, desde 1947 si no antes, empezó a interesarse en puestos universitarios o empleo como investigador fuera de su país nativo. Para 1948, pregunta a su antiguo maestro: «¿Sabría Vd. acaso de ayudarme a obtener un empleo en España, sea en un instituto o una bibl., sea en una casa editorial?». En un Curriculum del mismo año, dice que «Desde 1 de Abril de 1946 me dedico a investigaciones filológicas particulares». En 1954 pasa un semestre en la Universidad de Chicago como profesor visitante. Vuelve a Alemania para salir de nuevo camino a Canadá donde enseñó en la Universidad de Alberta en Edmonton de 1956 a 1962, seguido por dos años en los Estados Unidos en Boston College. En 1964 regresa a Canadá donde ya se había establecido su hermano. En la Universidad de Toronto pasará el resto de su vida profesional, dictando clases de literatura medieval española e italiana, inspirando tanto a los jóvenes como a doctorandos. Se jubiló de aquella universidad en 1979 para instalarse en una casa acogedora bajo un pino «cidiano» de más de mil años de edad en Vancouver, Canadá. Al deshacer su oficina en Toronto, nos regaló a sus estudiantes su biblioteca, explicando que no hay que aferrarse demasiado a los libros ya que a veces la vida nos obliga a dejarlos atrás.

Hace más de tres décadas que estos queridos volúmenes sirven de memoria de lo mucho que nos enseñó.

En 1977, la producción académica de Erich von Richthofen fue reconocida por la Royal Society of Canada al ser elegido miembro de esta insigne sociedad como «Fellow of the Royal Society of Canada» (FRSC). La misma Royal Society of Canada le concederá la prestigiosa medalla «Pierre Chauveau» en 1985, citando su distinguida aportación a las letras humanísticas.

La contribución académica de Erich von Richthofen encubre más de cuarenta años e incluye unos once libros, más de sesenta artículos y un sinfín de ponencias plenarias y presentaciones como profesor visitante o congresista en muchas partes del mundo. Sólo los títulos de sus libros revelan la amplitud de sus intereses en literatura románica, italiana, francesa, alemana y escandinava pero, sobre todo, española. Además de sus esfuerzos estrictamente académicos, hizo una traducción de Flores por la poeta chilena Gabriela Mistral y publicó varios artículos sobre los topónimos españoles geográficos de la región noroeste del Canadá y EEUU. Su trabajo sobre los lais fue publicado cuatro veces entre 1954 y 1981. Antes de su muerte volvió a su investigación original de 1941 al preparar su «Fuenfzig Jahre Arcipreste de Talavera Studies: ein Üeberblick», en Zeitschrift für Romanische Philologie, donde puso al día su primer libro.

Von Richthofen fue sin duda uno de los más distinguidos medievalistas y filólogos románicos. Aprovechó sus hondos conocimientos de la literatura clásica, románica, germánica y nórdica para llegar a una mayor comprensión de la gama de temas que abarcó en sus análisis. Conocido entre hispanistas como especialista de la épica y su evolución en las literaturas europeas, en los últimos años de su vida se dedicaba a la aplicación crítica del concepto de sincretismo literario, manera de pensar que ya era implícita en sus todas obras anteriores. En una de las cartas que mandó a Menéndez Pidal incluyó el resumen de un manuscrito de unas seiscientas páginas que esperaba publicar en 1949 con el título Die poetische Sendung der Romanen. Por el esbozo, este ambicioso trabajo incluiría un capítulo sobre el Chanson de Roland, el Poema de Mío Cid y el Perceval; otro empezaría con la lírica llegando a Dante, Tasso, Caro, Michelangelo, Ariosto, Camôes y Ercilla; el tercero incluiría teatro desde Celestina a Lope, Calderón, Molière, Corneille y Racine acabando con Schiller, Goethe, Shakespeare y Voltaire; y el último capítulo abarcaría la poesía simbolista desde La Fontaine y Andersen a Vigny, Gauthier, Verlaine, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Valéry incluyendo además poesía española y latinoamericana. En la misma carta de 1948 añade: «Es probable que me dedique en este invierno a una traducción de los textos sobre los Infantes de Lara en las crónicas según la edición de Vd. Servirá al mismo tiempo de base de una versificación bastante conforme al texto intentado por el joven poeta austríaco Hubertus von Bayer. Así sorprenderemos al público de lengua alemana con los temas magníficos de una leyenda épica europea aquí casi completamente desconocida». Que se sepa estos textos jamás salieron pero se puede ver que ambos podrían haber servido de bases para el resto de su producción académica. Efectivamente, muchos de los temas a tratar aparecen en su último libro La metamorfosis de la épica medieval. Tanto Ivy Corfis como Jesús Rodríguez Velasco en sus reseñas del libro, en Hispanic Review y Bulletin Hispanique respectivamente, reconocieron la originalidad, la aportación y la erudición de von Richthofen «algo que nunca le agradeceremos suficientemente».

La vida personal y profesional de von Richthofen se podría definir como sincrética. Repetidas veces nos mostró que las fronteras lingüísticas y culturales de la Edad Media eran indeterminadas y que la literatura de la época se fundaba en las entrecruzadas raíces que corrían bajo la superficie. En Sincretismo literario dijo que quería «conciliar aspectos que parecen oponerse»; toda su vida quiso reconciliar y buscar armonía para resolver de manera constructiva la polarización filosófica. Erich von Richthofen sintió gran admiración y respeto por su maestro, Menéndez Pidal, a quien ya en 1942 en una carta dio las gracias «por el ejemplo que me ha dado». Cuando se despidieron al estallar la guerra, no pensaban que volverían a verse. Sin embargo, no fue así y los dos estuvieron juntos en Oxford en 1962 para el congreso inaugural de la Asociación Internacional de Hispanistas. Con mucho gusto participó en el primer congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval y nos alentó a sus estudiantes a que participáramos en este importante aspecto de la vida profesional. También debo darle a Erich las gracias «por el ejemplo que me ha dado».

Erich von Richthofen se enfermó en Creta en un viaje a Grecia, un país por el cual siempre sintió afinidad, y murió poco tiempo después, el 27 de diciembre, en Canadá, su país adoptivo, rodeado de su esposa, Eleanor, su «compañera por tierras épicas de Europa y América», su hijo Daniel, muchos amigos, colegas y discípulos. Para los que tuvimos el honor de aprender a su lado, era un maestro lleno de sugerencias, de erudición sin límites, un modelo de integridad a seguir en la carrera y, más importante, en la vida. Era un digno representante de los ideales del humanismo. Sobre todo era un sincero amigo.

Marjorie Ratcliffe

(†) Jack Walsh   1939 - 1990

Jack, como le conocíamos todos, murió con escasos 52 años, verdaderamente malogrado, llorado como amigo, docente, investigador y, como escribió Alan Deyermond, «una destacada fuerza en los estudios hispanomedievales». Jack nació en New York City el 10 de agosto, el segundo de diez hijos de una familia de sangre irlandesa y se le reconocieron desde muy joven sus talentos excepcionales, sobresaliente como estudiante, enérgico como organizador de actividades, talentoso para la música (piano, órgano y trombón) y devoto como católico (era el más joven monaguillo de su iglesia con solo 6 años).

Su carrera académica floreció incentivada por los encomios de sus profesores de la University de Notre Dame (South Bend, Indiana), donde recibió su licenciatura en filosofía, continuó sus estudios un año en Madrid y después con un Master en Columbia University y siguieron hasta conseguir su doctorado en la University de Virginia con una disertación titulada «Loss of Arabisms in the Spanish Lexicon» (1967). De esta tesis, se nutrieron muchos de sus primeros artículos, entre ellos «supervivencia del ár. š-r-q y g-rb en el léxico peninsular», Al-Andalus 32 (1967 [1970]), 261-275, y su primer libro, El «Libro de los doze sabios» o «Tractado de la nobleza y lealtad» ca. 1237: estudio y edición (BRAE, Anejo 29, Madrid: RAE, 1975). Su preparación era como lingüista pero con el tiempo se metió de lleno en los estudios literarios, basados en sus profundos conocimientos tanto de la lingüística como de la codicología.

Los intereses de Walsh en los quince años de su ininterrumpida producción se centraron en la hagiografía, en el Libro de buen amor y en García Lorca, sin olvidarnos de otros admirables estudios, basados en pormenorizadas lecturas de manuscritos, sobre el mester de clerecía (sobre todo La vida de Santa Oria (1972, 1976-77, 1986, 1988) y la literatura sapiencial (su estudio sobre el Libro de los buenos proverbios de 1976). Su amigo y colaborador (y antiguo alumno) en varios de sus trabajos sobre la vida de los santos era Billy Bussell Thompson y sus estudios abarcaron La vida de Santa María Egipciaca de Paulo Diácono (1977), el Gran flos sanctorum (1986-87), Historia del virtuoso cavallero don Túngano (Toledo 1526) (1985), The Myth of the Magdalene in Early Spanish Literature, with an Edition of the «Vida de Santa María Madalena» in MS h-I-13 of the Escorial Library (1986) y La leyenda medieval de Santo Toribio y su «arca santa» con una edición del texto en el MS. 780 de la Biblioteca Nacional (1987). Así que fue totalmente natural que, cuando los editores de un homenaje eligieron el tema, optaron por los estudios hagiográficos.

El espacio no da para detallar todas las aportaciones que nos dejó pero mencionaremos sus importantes estudios sobre la épica y los motivos religiosos (1974), el combate final en el Poema de Mío Cid (1976-1977) y su ágil presentación de 'performance' en el Poema (1990-1991), las leyendas épicas francesas en la hagiografía española (1982), el perdido contexto y las parodias del Libro de buen amor (1979-1980) y sobre los nombres de Trotaconventos (1983), Celestina (1987), Lazarillo (con B. B. Thompson, de 1988), el elogio de Fernando el Católico en Juan del Encina (1989) y la imaginería de Tisbea (en Tirso, Vélez de Guevara y Lope, de 1988). Al fallecer, Jack tenía al menos ocho artículos publicados sobre aspectos de García Lorca (uno con su colaborador Thompson) y una docena más, sobre temas variados, pendiente de publicación. Jack llegó a publicar varias de sus sentidas traducciones de algunos de los mejores poemas de Lorca. Quiero dejar constancia de otro factor meritorio de sus estudios: Jack escribía con una limpieza mental y una transparencia expresiva que dotan su prosa con una apreciable claridad, siempre utilizando el léxico exacto para aumentar la comprensión y el placer del lector.

Después de doctorarse, Jack se quedó dos años como Instructor en Virginia, antes de acceder a uno de los pocos departamentos de excelencia en EEUU con varios medievalistas, la Universidad de California en Berkeley (1969), donde se quedó hasta el final de su vida. Allí compartió con Charles Faulhaber, Antonio Rodríguez-Moñino, Dorothy Clotelle Clarke, Jerry Craddock, Arthur L. F. Askins y James Monroe la enseñanza de historia de la lengua española y de las literaturas medievales. Era exigente e inspirador como docente, pero enormemente popular con los alumnos y con los doctorandos cuyas tesis doctorales dirigió: muchos han atribuido a sus clases tan geniales un cambio radical en la dirección de sus carreras como hispanistas.

Su natural sinceridad y humildad, su timidez, su generosidad, su sonrisa bonachona y su memoria casi fotográfica que le permitió retener una cantidad asombrosa de bibliografía, eran algunas de las destacadas características de una personalidad que ninguno de los que tuvimos el honor de conocerle podremos olvidar. Sus clases, sus tutorías y sus estudios fueron marcados todos por una combinación de ellas; sus métodos escrupulosos y su brillante exposición de los textos que explicaba son ya legendarios. Se afanó en una esmerada preparación de materiales para sus clases que generosamente compartió con otros colegas: recuerdo especialmente los que me facilitó la primera vez que ofrecí historia de la lengua en la década de los 80.

En también otra área del hispanomedievalismo norteamericano dejó su imborrable huella. Nació La Corónica en 1972 como un boletín informativo patrocinado por la sección de lengua y literatura medievales españolas de la Modern Language Association. Jack aceptó ser editor, después de John Lihani, Dana Nelson y Harvey Sharrer, en el bienio 1975-1977 (tomos 4 y 5, cada uno con dos números) y lo hizo crecer con cada número, haciendo mucho para internacionalizarlo como revista. En el último número, hubo ya seis artículos, cuatro notas, cinco informes de congresos, una bibliografía de estudios, otra de reseñas, una discografía, anuncios e informes de las actividades de numerosos hispanomedievalistas. Noto que, entre los artículos, Jack publicó la primera entrega de Alan Deyermond sobre la literatura perdida de la España medieval (1976) que creció por entregas hasta aparecer en Salamanca como libro (1995).

Cuando se supo de la enfermedad terminal que iba a extinguir su luz, se recogieron sin demorar once estudios de tema hagiográfico, una bibliografía sobre textos hagiográficos perdidos, cuatro ediciones de vidas de santos y un index sanctorum, editados junto con tres reminiscencias (de una hermana, una alumna y un colega hispanista) y un poema a Jack dedicado, por Jane Connolly, Alan Deyermond y Brian Dutton y publicado por la Hispanic Seminary of Medieval Studies de Madison, Wisconsin en 1990. En la Tabula Gratulatoria aparecen las firmas de nada menos que 282 personas e instituciones, evidente indicación del enorme respeto que Jack Walsh había adquirido en una carrera brillante pero demasiado breve. Poco antes de fallecer, Jack pudo ver pruebas del homenaje y, con sincera modestia, no podía creer que lo hubiera merecido. (La entrada bibliografía completa para los libros y estudios mencionados en estos recuerdos se encuentra en la biblioteca provisional incluido en el homenaje, pp. xx-xxv).

En fin, su luz brilló por sólo unos lustros: su profundo amor a España y su lenguaje, su literatura y su cultura fomentaron las pasiones hispanísticas de muchos seguidores y dejó una huella indeleble que ha marcado la vida y las obras de tantos amigos, estudiantes, colegas y estudiosos. Con estas palabras in memoriam para Jack Walsh quiero recordar, finalmente, que Jack era el primer estadounidense que fue elegido Miembro de Honor de esta Asociación Hispánica de Literatura Medieval.

Joseph T. Snow

(†) Keith Whinnom   1928 - 1986

En el Primer Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Santiago, 2-6 de diciembre de 1985) Keith Whinnom, catedrático de la Universidad de Exeter, fue nombrado Miembro de honor de la Asociación; un mérito bien justificado por el prestigio de este hispanomedievalista británico que —lamentablemente— no pudo recibir en persona la distinción, por encontrarse ya gravemente enfermo.

En 1950, al concluir sus estudios en Oxford, Keith Whinnom vino a España, en donde, bajo la supervisión de Dámaso Alonso, comenzó a trabajar en una tesis doctoral sobre la obra literaria de Diego de San Pedro. Sin embargo, por pareceres contrarios entre el director y el doctorando, Keith Whinnom dejó el proyecto, aunque no el material de trabajo, que felizmente vio la luz unos años más tarde.

La trayectoria profesional de Whinnom se inició fuera del Reino unido como docente de lengua española (Hong Kong (1952-1955), lector en el Trinity College de Dublín (1956-1961), catedrático en la Universidad de las Antillas de Jamaica (1961-1967). En 1967 regresa a Inglaterra y ocupa hasta su fallecimiento la cátedra de español de la Universidad de Exeter. Fue presidente de la Association of Hispanist of Great Britain and Ireland. Director de la colección Exeter Hispanic Texts, inspiró y animó iniciativas editoriales así como publicaciones periódicas, en las que colaboró como miembro de los respectivos comités científicos.

Como homenaje y recuerdo de sus colegas destacan dos publicaciones: el tributo de un conjunto de medievalistas (The Age of the Catholic Monarchs (1474-1516), eds. Alan Deyermond y Ian Macpherson, Liverpool, 1989) y una selección de trabajos del propio Whinnom recogidos por la iniciativa de Alan Deyermond, W. F. Hunter y Joseph T. Snow (Medieval and Renaissance Spanish Literature. Selected Essays by Keith Whinnom, Universiy of Exeter Press with the Journal of Hispanic Philology, 1994). En oficio de entrañable albacea, Alan Deyermond ha dado a conocer algunos trabajos inacabados de Whinnom que hoy figuran en libros de conjunto y revistas.

La temprana muerte —a los 58 años— impidió a Keith Whinnom progresar en su experta y reconocida especialización en el medievalismo hispánico, singularmente en el período finisecular del XV y los primeros años del XVI.

Como marco de los estudios de Whinnom, bueno es recordar de entrada dos trabajos breves y sustanciales que ilustran su categoría magistral. Cautos avisos para el enfoque histórico en el análisis («Spanish Literary Historiography: Three Forms of Distortion», 1968), así como para el discernimiento y sentido de ciertas etiquetas: («Autor and Tratado in the Fifteenth Century: Semantic Latinism or Etymological Trap?», 1982).

Ha caracterizado su producción literaria la simultánea dedicación a tres campos de estudio en los que el análisis de Whinnom explotó con brillantez la interrelación de fuentes, géneros, temas y motivos. La ficción sentimental, la poesía de cancionero y la Celestina son ejemplo de este proceder.

El estudio y edición de las obras de Diego de San Pedro define su magisterio en la narrativa sentimental. Whinnom aportó un renovador enfoque interpretativo de la experiencia amorosa, al contemplarla desde una perspectiva filosófica natural y moral que abriría camino en los estudios posteriores del género. Otra valiosa contribución fue el análisis de la estructura retórica de las obras de San Pedro, la factura y función de las unidades discursivas. El análisis pormenorizado de la evolución de la lengua en las dos obras de San Pedro, a su juicio, muestra del impacto del humanismo y la reforma nebrisense estaba ya fundamentado en su «Diego de San Pedro's Stylistic Reform» (1960), luminoso trabajo que situaba en un contexto histórico y estético comprobable el estilo literario del escritor. Whinnom estudió la repercusión inmediata de la Cárcel de amor de San Pedro y contribuyó a ampliar el corpus de los tratados amatorios con el estudio de obras afines. Su necesaria bibliografía comentada del género sentimental (1983) fue un material de trabajo insustituible, no sólo por el acopio de obras y trabajos, sino por la disposición y el método empleados.

La poesía religiosa finisecular fue objeto de un estudio temprano. En «El origen de las comparaciones religiosas del Siglo de Oro: Mendoza, Montesino y Román» (1963), aplicó un análisis muy sugestivo, destacando la influencia del valor retórico de la predicación por la acumulación de imágenes pintorescas que se proyectarán en algunos procedimientos afectivos y descripciones de la poesía del Siglo de Oro. Atento a los signos de una influencia devocional diversa y no privativa del ideal franciscano en este género poético, expuso su punto de vista en el estudio introductorio a la edición de la Pasión trobada de San Pedro editada por Dorothy Severin.

Una penetrante mirada a lo profano lo representó La poesía amatoria de la época de los Reyes Católicos (1981), en donde Whinnom mantiene y desarrolla más ampliamente el análisis de la restricción semántica de las canciones finiseculares que había iniciado en 1968, interpretando un buen número de abstractos como eufemismos que dan un vuelco al lenguaje cortés de muchas composiciones. Aun cuando no siempre se acepte esta exploración del lenguaje cancioneril, hoy no pueden analizarse los textos sin recurrir a la teoría propuesta por Whinnom. Este denso trabajo tuvo su origen en julio de 1980, en la Universidad de Santiago de Compostela; allí se ventilaron paradojas, ambigüedades e insinuaciones que Whinnom exponía y resolvía con soltura. Fue una experiencia inolvidable, en la que quien esto escribe tuvo la fortuna de participar.

Estudios sobre la Celestina ocuparon los últimos años de su vida; algunos quedaron inconclusos y fueron revisados por Deyermond y publicados en Celestinesca. En los primeros años de andadura de esta publicación proporcionó material diverso con el que nutrir la hoy consistente «Historia de la recepción de Celestina», ambicioso proyecto abierto por Joseph Snow. Desde el bastión de Celestinesca, Whinnom impuso y popularizó la denominación de la obra: («La Celestina, the Celestina, and L2 Interference en L1» (1980). De la Tragicomedia interesó a Whinnom la influencia malograda de la comedia humanística y la propia descendencia del complejo modelo atribuido a Rojas. Sus trabajos en el campo celestinesco apuntan el curso fluctuante de una investigación prometedora que fatalmente no pudo lograrse.

Keith Whinnom fue un hispanomedievalista sobresaliente, un trabajador incansable, afable en el trato, atento e incluso solícito con los investigadores principiantes, a los que animaba y ayudaba de modo efectivo. Hoy, hace veinticinco años, la memoria de Keith Whinnom trae «harto consuelo» y honor a la Asociación Hispánica de Literatura Medieval.

Carmen Parrilla


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