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Francisco López Estrada

Reconoceremos siempre en Francisco López Estrada (Barcelona, 1918-Valencia, 2010) a unos de los mayores filólogos y medievalistas españoles. Entre los cielos habitados por sus pastores y platónicas Dianas, y la tierra firme y viajada de sus Rodrigo Díaz de Vivar, González de Clavijo o Pero Tafur... ¡tantos alumnos!, ¡tantas Universidades!, ¡tantos libros y artículos!, podríamos entonar con el guiño cómplice de la exaltación épica que él disfrutó y supo hacer disfrutar. Sus palabras destacaron siempre por su precisión, claridad y naturalidad, por su prudente contención de sabio sencillo, tanto en clases y conferencias, como en los textos. Con la elegancia del discreto, reservaba la agudeza par los clásicos y la erudición para las notas. Y aunque aquella voz se mantenga plenamente viva en los centenares de trabajos de investigador infatigable, trataremos de repetir para la buena memoria —humilde tributo— algunos datos, forzosamente incompletos e injustos, de su historial académico.

Nacido en Barcelona —siempre reivindicó su catalanidad—, estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. La carrera fue interrumpida en su primer año por el estallido de la contienda civil, que le obligó a regresar a Cataluña. En 1939 se reincorporó a sus estudios, y nada más licenciarse pasó a ser ayudante y profesor auxiliar en la propia Facultad de Filosofía y Letras. Leyó pronto su tesis doctoral, que dedicó a la edición y estudio de la Embajada a Tamorlán (1943), un texto al que retornaría con fidelidad. En 1946 ganó una plaza de catedrático de «Lengua y Literatura Españolas en sus relaciones con la Universal» en la Universidad de La Laguna y la estancia canaria le permitió, entre otras cosas, catalogar y publicar —entre 1947 y 1948— el rico fondo antiguo su biblioteca. Poco después, se casaba con la querida compañera de toda su vida, Teresa García-Berdoy. En 1948 pasó a la Universidad de Sevilla, donde transcurrieron más de veinticinco años pletóricos vitalmente y fecundos intelectualmente. Francisco Márquez Villanueva, Rogelio Reyes, Pedro Piñero, Begoña López Bueno, Piedad Bolaños, Mercedes de los Reyes y tantos otros antiguos alumnos suyos, e igualmente grandes maestros, lo recuerdan allí —se lo hemos escuchado y leído repetir siempre— como un magnífico profesor, activo director de tesis y productivo gestor de proyectos culturales. En Sevilla, día a día, clase tras clase, artículo tras libro, se forjó su prestigio como investigador de alto alcance y fuste, indisociable del respeto y el afecto que despertaban su magisterio y su trato siempre afable. En el año 1975 se trasladó —sobrado de madurez y reconocimentos— a la Universidad Complutense, donde se jubiló en 1986 (aunque gracias a la figura de emérito pudo prolongar su actividad docente casi diez años más). Pero estando en la capital hispalense había logrado ya, desde luego, la mayor parte de sus distinciones internacionales: Oficial de la Orden de las Palmas Académicas de la República Francesa (1966), Comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana (1970), correspondiente, desde 1962 —y numerario desde 1989— de la Hispanic Society de Nueva York. Sevilla le cedió el sillón en su Real Academia de Buenas Letras y la Universidad hispalense le otorgó en 1988 el doctorado honoris causa en tributo a su admirable labor, recordando sus antiguos alumnos de nuevo su huella indeleble, en 2001, en un elegante volumen, Sevilla y la literatura. Homenaje al profesor Francisco López Estrada, que contiene más de treinta contribuciones de prestigio.

El más completo listado bibliográfico de don Francisco (esmeradamente elaborado por Ángel Gómez Moreno y Javier Huerta, publicado en «Retrato y semblanza de un claro varón», Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, 32 [2007], pp. 39-84) consta de nada menos que 534 entradas; de ellas, casi setenta son libros (incluyendo, claro está, diversas reediciones). Parece inevitable inferir: nulle die sine linea. Es imposible siquiera sintetizar ese volumen ingente de trabajo intenso, riguroso, necesario y vocacional. Su investigación se consagró sobre todo a la Edad Media y a los Siglos de Oro, y sólo más esporádicamente al siglo XIX y principios del XX. Empezando por la modernidad, destaquemos Rubén Darío y la Edad Media (1971), Poética para un poeta. Las «Cartas literarias a una mujer» de Bécquer (1972) y Los «primitivos» de Manuel y Antonio Machado (1977), libros que nos hablan, en estos cuatro autores, de recuperación del Medievo —simbólica, estética, cultural—, aunque desde la modernidad, desde el simbolismo, desde las artes... Siguiendo con los siglos de Oro, destaquemos Los libros de pastores en la literatura castellana: la órbita previa (1975), obra de consulta obligatoria para adentrarse en el mundo de la novela pastoril, al igual que lo son sus ediciones de Los siete libros de la Diana de Jorge de Montemayor (1946; reed., 1954), la Diana enamorada de Gaspar Gil Polo (1988), por no hablar de las de la Historia etiópica de los amores de Teágenes y Cariclea, de Heliodoro, traducida por Fernando de Mena (1954) y El Abencerraje y la hermosa Jarifa (1957). ¿En qué programa de novela del XVI, de novela pastoril, morisca y bizantina, han faltado esas ediciones? Sin olvidar sus ediciones de las dos Fuenteovejuna, de Lope de Vega y de Cristóbal de Monroy (1969), de La Galatea de Cervantes (1999), su libro sobre Tomás Moro y España. Sus relaciones hasta el siglo XVIII (1980), la edición de las Poesías completas de Pedro de Espinosa (1975) y de sus Obras en prosa (1991), más otras diversas ediciones, antologías y manuales, que escribió, o bien solo o bien en colaboración con su hija María Teresa López García-Berdoy, heredera —como profesora de literatura— de la vocación filológica de su padre.

Referirnos a don Francisco como medievalista obliga a hablar de su Introducción a la literatura medieval española (1952, 1ª ed.), un libro totalmente innovador para aquellas fechas y —sesenta años más tarde, remozado en reediciones posteriores (hasta la 5ª ed., 1983)—, todavía de insoslayable referencia. Hallamos aquí, aplicados a los textos hispánicos, un panorama crítico comparatista y una síntesis histórica, perfectamente integrados en las órbitas socio-culturales, filosóficas y plásticas del Medievo europeo. Con las guías firmes del positivismo (Menéndez Pidal) y la estilística (Dámaso Alonso), López Estrada apostó siempre por los textos clásicos y por las herramientas básicas de análisis crítico: ecdótica, historia, retórica, métrica..., sin olvidar las corrientes críticas más modernas en Europa (contribuiría a divulgar el Essai de poétique médievale de Paul Zumthor [1972]).

Su querencia por el Poema de mio Cid fue fidelísima. Desde la elegante versión versificada del Poema del Cid: versión métrica (1955), hasta el clarificador y equilibradísimo Panorama crítico sobre el «Poema del Cid» (1982). Y no menos fiel su devoción al mundo de los viajes medievales. Editó, perfectamente anotado, el texto ya fijado desde su tesis de la Embajada a Tamorlán (1999). Y la estudió en su contexto viajero, junto con las Andanças e viajes de Pero Tafur, a las que dedicó páginas iluminadoras (1984), y junto con otras obras, en Libros de viajeros hispánicos medievales (2003). Más prosa: su volumen de Orígenes de la prosa, elaborado en colaboración con Mª Jesús Lacarra. Pero la versificación poética —la que aplicó al PMC— le interesaría siempre. Mientras traducía, junto con Klaus Wagner, el Manual de versificación española de Rodolf Baehr (1970), publicó su Métrica española del siglo XX (1969). Y años más tarde, su librito-antología sobre Las poéticas castellanas de la Edad Media (1985), donde confrontaría y explicaría los principios retóricos explicitados por Baena, Santillana y Encina.

Francisco López Estrada fue homenajeado con todos los honores en los dos vols. que le dedicó la revista Dicenda, 7 (1988): Arcadia (Estudios y textos dedicados a Francisco López Estrada), ed. de A. Gómez, J. Huerta y V. Infantes. Ya hemos citado el homenaje hispalense y el completo artículo y bibliografía de Ángel Gómez y Javier Huerta en CILH (en este mismo número, el propio López Estrada escribió un esbozo de autobiografía: «Contar una vida»). El número 16 (2010) de la revista e-Humanista —monográfico sobre «El dominio del caballero», preparado por Ana Bueno y Antonio Cortijo— le fue dedicado en homenaje a su figura. En él hallaremos un sentido tributo, de nuevo de Á. Gómez, uno de sus mejores y más agradecidos discípulos, y un álbum con quince estupendas fotografías que nos muestran, a lo largo de los años, con pocos cambios, el rostro de siempre: el del sabio discreto, eterno enamorado de las letras clásicas hispánicas.

Rafael Beltrán