La larga vida del Prof. Martín de Riquer Morera (1914-2013) estuvo marcada por una dedicación continua al estudio y al trabajo, fruto de una curiosidad insaciable y de una capacidad poco frecuente: con el mismo entusiasmo se aplicó a la literatura catalana medieval, a la castellana o al Quijote; a los cantares de gesta franceses, a Chrétien de Troyes y a los trovadores occitanos; a la heráldica o al armamento de los caballeros… Así es, y nos han quedado sus numerosísimas publicaciones para atestiguarlo1. Con menos frecuencia se ha insistido en su pasión por la docencia: sólo quienes siguieron sus clases dan testimonio del entusiasmo que ponía en cada una de ellas, desde el principio hasta el final. Pero investigación y docencia son dos vertientes de un mismo edificio, y no podrían haber existido la una sin la otra.
Como atestigua un libro reciente (Martí de Riquer, 2014), la trayectoria investigadora de Riquer empezó con juveniles veleidades de helenista, y su interés por el mundo clásico hizo que simultaneara los estudios sobre la literatura grecolatina, con el de los humanistas catalanes de los siglos XIV y XV: ahí surge un opúsculo de divulgación sobre el humanismo catalán y, un año más tarde, la edición de las obras de Antoni Canals, escritor catalán del siglo XIV. Eran los años 1934 y 1935; Martín de Riquer apenas tenía 21 años (Riquer, 1934; Canals, 1935). Sin duda, una circunstancia concreta facilitó el camino al joven Riquer en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, la existencia de la colección “Els Nostres Clàssics” y su temprana llegada a manos del estudioso; con esta colección se desarrolló el amor a una cultura, el compromiso filológico, el entusiasmo juvenil que durará toda una vida… Y, además, al cabo de los años, se perciben los frutos surgidos de aquellos esfuerzos: libros y discípulos.
La erudición positivista de Riquer era la herramienta necesaria para acceder a los textos, situarlos en el ámbito que les correspondía y, luego, para interpretarlos con claridad y desenvoltura. Riquer practicó la divulgación elevándola a categoría filológica. El hecho realmente importante, a mi parecer, fue el de situar la literatura catalana dentro del conjunto de las demás literaturas románicas medievales, y, también, situar la filología catalana en medio de los estudios filológicos del momento: en ambos casos, en el de la difusión de la creación literaria de la Edad Media en catalán y en el de la crítica filológica derivada de esos textos, Riquer impulsó con seriedad y dedicación lo que podríamos denominar una dignificación científica del catalán en ámbito internacional.
A partir de 1942, Riquer empezó a enseñar Literatura española en la Universidad de Barcelona, dedicándose en especial a la Edad Media, tanto castellana como catalana y provenzal: es en este momento cuando se puede ver un cambio, o, quizás sería mejor decir, una notable ampliación de sus intereses. El resultado de aquellos cursos fueron sus primeras publicaciones sobre los trovadores: ya en 1940 se había acercado a las poesías de Bernart de Ventadorn (1940), traduciéndolas y poniéndolas al alcance de un público culto, igual que hizo unos años más tarde con las albas provenzales (en 1944) y, con la edición de Cerverí de Girona (Obras completas, 1947), llevada a cabo con los escasos medios de los que se podía disponer en aquel momento de la posguerra mundial y del aislamiento español. En todo caso, la necesidad de textos y de otros materiales didácticos para sus estudiantes le llevó a traducir y comentar las poesías de los más destacados trovadores del siglo xii (Riquer, 1948a), y a elaborar un Resumen de literatura provenzal trovadoresca (Riquer, 1948b).
Esta dedicación a los trovadores provenzales no impidió que Martín de Riquer sintiera interés por otros géneros y por otras literaturas: seguía de este modo el consejo que le había dado Karl Vossler en 1944 de que no se dedicara sólo a una lengua de la Romania, sino que ampliara su estudio a las distintas modalidades lingüísticas de la península ibérica, y al provenzal, al francés y al italiano; es decir, que se convirtiera en romanista al modo europeo, o más concretamente germano-italiano.
Las distintas obras que había publicado Riquer sobre los trovadores habían llamado la atención entre los colegas españoles. Fue en especial Dámaso Alonso —quizás el único romanista español del momento— quien alentó a Riquer para que continuara en la misma línea de trabajo. Así, como director de la “Biblioteca Románica Hispánica” de la editorial Gredos, le propuso en octubre de 1950 que redactara para la colección un volumen, de unas 150-200 páginas, como “Introducción a la filología provenzal” y una “Gramática provenzal descriptiva e histórica”. Riquer aceptó con entusiasmo el encargo e incluso aventuró un título, Introducción al estudio del provenzal literario. Conocemos estos datos gracias a la correspondencia cruzada entre Dámaso Alonso y Martín de Riquer. En la misma carta de aceptación, nuestro maestro hacía saber a su corresponsal que acababa de entregar a la imprenta una traducción de la Chanson de Roland y una antología de cantares de gesta franceses, de unos 6.000 versos, para uso de los estudiantes universitarios. Se inicia de este modo otro de los grandes proyectos de Riquer, el dedicado a la épica en general y más en concreto a la epopeya francesa2.
El manual de filología provenzal no llegó a puerto y tampoco vio la luz la traducción de la Chanson de Roland de la que hablaba Riquer en su carta, pero como tantos otros trabajos, el esfuerzo no sería en vano, ya que con el paso del tiempo cobrarían envergadura ambas líneas de investigación: la antología de los trovadores se perfilaba como una serie de tres volúmenes, a la vez que la Chanson de Roland daría lugar a los capítulos iniciales de un nuevo libro para la editorial Gredos y a la publicación de la traducción del cantar de gesta francés en la popular colección Austral (Riquer, 1952b y 1960).
Lírica de los trovadores y poesía épica se habían convertido en dos núcleos del quehacer investigador de Riquer. Es natural que Dámaso Alonso, a caballo entre la erudición y la actividad editorial, se esforzara en encontrar un punto de equilibrio entre los intereses académicos y los comerciales, que intentara recuperar los trabajos de Riquer sobre provenzal que habían visto la luz en los años 40 y unirlos a las nuevas preocupaciones de su amigo barcelonés, centradas en la poesía épica. Por eso le propuso que escribiera unos Orígenes de la(s) Literatura(s) Románica(s), donde encontrarían cabida ambos aspectos y, además, se enriquecería con nuevas aportaciones sobre la narrativa y, más en concreto, sobre la materia de Bretaña.
Sin embargo, Riquer, que a la sazón contaba 37 años, es posible que viera las cosas de modo diferente: había trabajado sobre lírica trovadoresca, por lo que volver al tema no tendría para él el atractivo de la novedad y, sobre todo, nuestro filólogo tenía en mente un amplio proyecto sobre los trovadores en tres volúmenes, de los que ya había concluido los dos primeros en 19513. Parece claro que no quería desviarse de esta idea, inspirada seguramente por Die Werke der Troubadours y Gedichte der Troubadours de C.A.F. Mahn (1846 y 1855, 1856-1864).
Mientras tanto, el proyecto de la épica sufría continuos retrasos obligados por la tardanza de los envíos postales que debían hacerle llegar la bibliografía necesaria, y por el tiempo que le robaban otros compromisos: el empeño que mostró a Dámaso Alonso en que el libro de la colección “Biblioteca Románica Hispánica” llevara en el título una referencia a los cantares de gesta franceses, frente al deseo —más comercial— del director de la serie de que apareciera una alusión a la épica española, no hacía sino poner de manifiesto la distancia en los planteamientos de ambos estudiosos y la idea de Riquer de reutilizar el prólogo inédito de su traducción de la Chanson de Roland. El caso es que tras las esperas y las dificultades, las discusiones epistolares y el agobio del trabajo, vio la luz Los cantares de gesta franceses (sus problemas, su relación con España) en 1952 (Riquer, 1952b; cfr. con el “Prólogo” de Isabel de Riquer en Riquer, 2009: 18-19).
El libro, según su autor, tenía una doble finalidad, dar información acerca de la poesía épica francesa de los siglos XI al XIII y, por otra parte, señalar las relaciones de esos poemas con España, ya sean aquéllas geográficas, temáticas o genéticas. Los cantares de gesta franceses presentaba en sendos apéndices el Fragmento de la Haya y el ensenhamen de Guiraut de Cabreira en el que el trovador enumera numerosos cantares de gesta que debería saber su juglar Cabra, además de otras obras. Cuatro años habían transcurrido entre las clases de 1948 y el libro impreso4. Cinco años transcurrirían entre la edición española y la versión francesa: es un período de tiempo escaso, si se tiene en cuenta la lentitud de la difusión de la obra fuera de España, su aceptación en los ámbitos universitarios francófonos, la labor de revisión y de traducción. Pero a veces en pequeño lapso de tiempo se concentran varias publicaciones importantes sobre un mismo tema; y eso ocurrió entre que vio la luz la edición española de Los cantares de gesta franceses y la aparición del texto publicado por la librería y editorial parisina Nizet: en el año 1951 Jules Horrent publicó un par de libros magníficos, La Chanson de Roland dans les littératures française et espagnole au moyen âge y Roncesvalles. Étude sur le fragment de cantar de gesta conservé à l’Archivo de Navarra (Pampelune) (Horrent, 1951a y b). El primero de ellos pudo ser utilizado por Riquer, cuando ya había entregado a la imprenta el original de su obra; el relativo a Roncesvalles, ligeramente posterior, llegó demasiado tarde. Las Reliquias de la poesía épica, de R. Menéndez Pidal también son de 1951, pero Riquer no parece haberlas utilizado, ya que el tema se desviaba de sus propósitos. El importante estudio de Dámaso Alonso que daba a conocer la Nota Emilianense es de 1953 (Alonso, 1953); el librito de Jean Rychner sobre el arte épico de los juglares vio la luz en 1955 (Rychner, 1955); los Coloquios de Roncesvalles aparecieron en 1957 (se acabaron de imprimir el 19 de junio), aunque la reunión de los especialistas que contribuyen en el volumen es dos años anterior: en ellos R. Menéndez Pidal expuso algunas muestras de los estudios que estaba llevando a cabo sobre la Chanson de Roland y el tradicionalismo… (Menéndez Pidal, 1957). Todas ellas, y otras más, eran investigaciones “originales” y “decisivas” que obligaron a Riquer a revisar y reelaborar el texto español para su publicación en francés (Riquer, 1957b).
Riquer intenta conciliar las tesis individualistas y las tradicionalistas, entonces en plena efervescencia, y cita los textos hispánicos con frecuencia como apoyo o ejemplificación de los cantares de gesta franceses. Así, el maestro barcelonés busca la base histórica de cada poema, establece la diferencia entre historia, leyenda y cantar de gesta: la leyenda nace de la deformación de la historia; el cantar de gesta necesita de un autor: “La chanson de geste naît le jour où un poète se décide à écrire sur une légende qu’il connaît. Au fond, et du point de vue exclusif de l’histoire littéraire, l’origine des chansons de geste se confond purement et simplement avec la création de l’auteur, c’est-à-dire avec le moment où la légende se transforme en poésie grâce à un écrivain » (p. 298). Pero la cuestión no resulta tan simple, pues el poeta ha debido sacar su información de algún lugar: “Les sources de l’auteur ne doivent donc pas être sûres, mais belles; et ce qui embellit l’histoire, c’est précisément la légende » (p. 300) Leyendas que pueden ser orales, que pueden estar formadas por cantilenas y cuyos orígenes pueden remontar a épocas anteriores al siglo XI.
En definitiva, Riquer deja la puerta abierta a las teorías de Menéndez Pidal, unas teorías que en los años cincuenta se manifestaban en plenitud gracias a la laboriosidad incansable del maestro: las Reliquias de la poesía épica (1951), Los godos y la epopeya española (1955) y Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas románicas. Problemas de historia literaria y cultural (1957) pertenecen a este período y son el testimonio más elocuente de la actividad de su autor, que aprovecha cada nueva edición para responder a las objeciones que se van haciendo a sus postulados.
Los trovadores, la poesía épica francesa y la materia de Bretaña fueron algunas de las preocupaciones científicas de Riquer a lo largo de toda su vida: el tercer volumen de la Antología de textos literarios románicos medievales, estaba dedicado a la materia de Bretaña (Riquer, 1952a). Luego vendrían numerosos artículos, a partir de 1955, en los que Riquer anotaba o aclaraba diferentes versos de los romans de Chrétien de Troyes o aspectos relativos a la difusión de las obras: son trabajos llenos de sabiduría, en los que se traslucen los comentarios y observaciones de clase. Todo ello daría lugar a la traducción de Perceval o El cuento del Grial (Troyes, 1961).
El interés por el rey Arturo y sus caballeros llevó a Riquer al IV Congreso de la Société Internationale Arthurienne, que se celebró en Rennes (agosto de 1954), y allí coincidió con los profesores Rita Lejeune, Jean Frappier, Pierre Le Gentil y Omer Jodogne. El ejemplo de los estudiosos de la materia de Bretaña, sirvió para lanzar la iniciativa de realización de un primer congreso sobre épica, que tuvo lugar en Pamplona y Roncesvalles bajo los auspicios de la Universidad de Zaragoza, y gracias al impulso de Riquer y de José María Lacarra. En la clausura de aquellos coloquios se proclamó la creación de la Société Rencesvals, que sería legalizada años más tarde.
Durante muchos años, el estudiante de Literaturas románicas apenas dispuso de otras traducciones de textos franceses y provenzales de la Edad Media que las que había hecho Riquer, y como manual no había otro que la parte dedicada al mismo periodo en la Historia de la Literatura Universal de Riquer y de J. M. Valverde (1957-1959), obra que, dicho sea de paso, tendría un gran éxito y varias reediciones.
Ya he señalado que desde 1942, Riquer enseñaba también Literatura española, de manera que el catalán y el gallego-portugués no quedaban desasistidos, ya sea por su presencia en el programa de “Románicas”, o en el de “Hispánicas” de la Universidad de Barcelona. A veces se olvida esta vertiente de hispanista, quizás injustamente empequeñacida por el relieve de Riquer en los estudios sobre Cervantes y el Quijote. Sin embargo, es necesario recordar que del año 1943 es su edición del Tesoro de Sebastián de Covarrubias (1943), la antología de la prosa de fray Antonio de Guevara (1943), un artículo sobre Petrarca y la Crónica sarracina de Pedro del Corral (Riquer, 1943b), una nota al Quijote (Riquer, 1943a), y del año siguiente es su primera edición de la novela de Cervantes (Cervantes, 1944); luego vendrán Calderón (1945) y Camões (1945), Fray Luis de León (Riquer, 1946), el Arcipreste de Talavera (1949), Juan de Mena (1949), el Cid (Riquer, 1949)5... Todo ello, antes de 1950, y alternando con trabajos sobre literatura catalana y provenzal. El Cavallero Zifar (1953), Francisco de Luque Fajardo (1955) o Don Juan Manuel (Castro y Calvo y Riquer, 1955), Triste deleytación (Riquer, 1956), Juan Boscán (Riquer, Comas y Molas,1957), Fernando de Rojas (Riquer, 1957a; Rojas, 1959) y un larguísimo etcétera dejan de manifiesto que Riquer no se había olvidado de las materias ajenas al medievalismo en unos casos o al Siglo de Oro, en otras ocasiones. Las obras de muchos de los autores citados no habían sido objeto de una edición moderna, y Riquer facilitó el acceso de esos textos a los estudiosos y a los estudiantes.
Y es bien sabido cómo la edición del Quijote se convirtió en un modelo de anotación sucinta, esencial, que no interfería en la lectura y que facilitaba enormemente la comprensión del texto: fue ésa una de las razones que hizo que su edición se haya mantenido en el mercado de forma ininterrumpida desde 1944 hasta nuestros días; es decir, más de setenta años sin perder vigencia, y tanto en ediciones populares, como en lujosos volúmenes “de artista”. Y por si eso fuera poco, en 1958 publicó por primera vez su "Introducción a la lectura del Quijote" (Riquer, 1958), que luego fue reeditada en numerosas ocasiones y en varias editoriales6. El Quijote se convirtió, así, en otro de los grandes temas frecuentados a lo largo de los años, y fruto de las lecturas y relecturas fueron los numerosos y esclarecedores trabajos que dedicó a la novela cervantina7.
Me he detenido en unos pocos ejemplos de la actividad académica y docente de Riquer: lo cierto es que los temas, las líneas de investigación, se mantienen a lo largo del tiempo, en paralelo a la docencia. Poco a poco se produce un distanciamiento de la Literatura española, aunque se mantiene la fidelidad a Cervantes, quizás porque poco a poco el profesor Riquer había dejado de impartir las materias de Hispánicas. A la vez, se puede señalar cómo van adquiriendo su forma definitiva trabajos iniciados treinta o cuarenta años antes: la antología de los trovadores, con un extenso estudio inicial, aparece en tres volúmenes en 1975, treinta y cinco años después de los primeros pasos sobre Bernart de Ventadorn, y es traducida al francés en 2013 (Riquer, 2013). Una nueva versión de los cantares de gesta franceses vio la luz, de nuevo en español, en Gredos en 2009 (Riquer, 2009), medio siglo después de la primera edición; aunque sin grandes cambios desde la traducción de 1957, lo que indica la vigencia en general del libro. El Perceval de Chrétien fue publicado con las Continuaciones del Cuento del Grial en 1989, con un prólogo en el que Riquer recoge y aquilata sus ideas de los treinta años de estudio transcurridos desde que apareció la traducción en Austral (El Cuento del Grial, 1989). Tanto para la nueva edición en español de los cantares de gesta franceses, como en la nueva versión de la obra de Chrétien y sus continuadores, Riquer contó con la ayuda de su hija Isabel, ya prestigiosa especialista en el mundo de las Literaturas románicas. Y por lo que respecta al Quijote, en el 2003 nos ofreció una guía para leer a Cervantes, que se centra en la novela, retomando temas ya esbozados, o desarrollados desde cuarenta años antes (Riquer, 2003).
Bastarían estos ejemplos para extraer unas conclusiones o, si se prefiere, para establecer un perfil académico e investigador de Riquer. Ya señalaba Dámaso Alonso en 1965 que era “caso portentoso este de Martín de Riquer, preciso y riguroso en investigaciones de último pormenor, con capacidad a la par de intuición de grandes rasgos definidores de obras, escritores o épocas; que escribe para el más aquilatador especialista cuando hay que dirigirse a él, o, adaptándose, sin perder rigor científico, al público culto en general, cuando es a éste a quien hay que hablar”, y añadía más adelante que “el público de Martín de Riquer son a veces media docena de sabios que han pasado su vida con las cabezas inclinadas sobre un acotado problema del fondo de la Edad Media; otras veces, amplias multitudes sedientas de que alguien –ese alguien que en tan pocos casos se encuentra– les sepa enseñar”8.
En efecto, Riquer ha sido y es una auctoritas filológica: en un reciente diccionario biográfico de los trovadores publicado en Italia, su nombre es citado con extraordinaria frecuencia; posiblemente es el que acapara más referencias, y además figura al frente de varias entradas, como responsable de las únicas ediciones existentes de no pocos trovadores (Guida y Larghi, 2014). Cualquier aproximación a la obra de Chrétien de Troyes tiene siempre en cuenta las aportaciones de Riquer. En fin, no hay estudio serio sobre el Quijote que no incluya al menos dos docenas de referencias bibliográficas de nuestro maestro, sin contar que las ediciones de la novela de Cervantes tienen siempre muy presentes las lecturas y anotaciones de Riquer. ¿Y qué decir de la Literatura catalana o de la heráldica y del armamento? Riquer constituye una base necesaria para la construcción de cualquier edificio filológico, grande o pequeño.
Por otra parte, es evidente que Riquer no rehuyó en ningún momento la divulgación de nivel académico, pues sus lectores “imaginarios”, en los que pensaba al escribir, fueron siempre los estudiantes de sus cursos de la Universidad de Barcelona. Bien se podría decir que escribía “como daba clase”: no resulta difícil reencontrar la voz del profesor en medio de la letra impresa, y quienes asistimos a sus clases podríamos reconstruir la entonación, la gestualidad, la ironía en muchas de sus frases y un retenido sentido del humor en otras. Todo ello da como resultado la amenidad y la claridad estilística de Riquer, que tantas veces ha sido señalada: lenguaje llano y profundidad de ideas.
Martín de Riquer tuvo un largo y amplio reconocimiento por su actividad: miembro de la Real Academia Española (1965), Presidente de la Real Academia de Buenaas Letras de Barcelona (desde 1963 hasta 1996), miembro del Institut de France, Doctor “honoris causa” de la Università di Roma “La Sapienza” y de la Université de Liège, Premio Internacional “Menéndez Pelayo” (1990), Premio Nacional de Ensayo (1991), Creu de Sant Jordi (1992), Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (1997), Premio Nacional de las Letras Españolas (2000)…
La desaparición de Riquer ha supuesto el final de uno de los grandes maestros de la segunda mitad del siglo xx. Son pocos los que como él han conocido las diferentes literaturas peninsulares en lengua romance de la Edad Media, y pocos han tenido una visión tan detallada del conjunto de la literatura del occidente europeo en el mismo período. Por fortuna, aunque se fue el hombre, nos dejó abundantes semillas para servir cultivando tan fértil campo.
Carlos Alvar
Instituto Universitario de Investigación “Miguel de Cervantes” (UAH)
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2 La correspondencia de Dámaso y Alonso y Martín de Riquer referente al libro de Gredos es extractada y publicada por Isabel de Riquer en el prólogo a Martín de Riquer (2009).
3 Así lo comenta Riquer a Dámaso Alonso en carta fechada el 5 de septiembre de ese año.
4 El “propósito del autor” se puede leer, traducido, en la edición de Riquer (2009: 39-40).
5 La enumeración no es, ni mucho menos, exhaustiva.
6 Después sería publicada de forma exenta con el título de Aproximación al Quijote por Teide (Riquer, 1977), con numerosas reediciones, y por Salvat (Riquer, 1970) con prólogo de Dámaso Alonso. Los trovadores, historia literaria y textos fue editado por Planeta (Riquer, 1975); después reimpreso por Ariel, en 1983 y 1989.
7 Para datos más detallados, véase Alvar (2014).
8 En la contestación a Martín de Riquer (1965). Las citas se encuentran en las pp. 110 y 132, respectivamente.
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