Desde el mismo momento de su constitución, la Asociación Hispánica de Literatura Medieval proyectó la creación de un Boletín Bibliográfico a fin de informar a sus socios de las novedades que fueran apareciendo en el ámbito de la especialidad; muchas son las sociedades científicas que tienen un instrumento de este tipo y también son muy variados los modelos que siguen.
El trabajo no era fácil: resultaba esencial la necesidad de colaboradores entusiastas y generosos y era además imprescindible un mínimo de precisión sobre los objetivos y las características del producto deseado. Cabe precisar que de los problemas de diseño, composición y edición se encargó desde el primer momento Gemma Avenoza, aunque formalmente no pasó a ocupar el papel de editora hasta el volumen 11. En cuanto a su contenido, se pensó primero en cuatro secciones, dedicadas tres de ellas a cada una de las áreas lingüísticas ibéricas del Medioevo y la cuarta a Latín Medieval; desgraciadamente, esta última no tuvo la continuidad que habríamos deseado y desapareció desde el volumen segundo.
Los primeros años fueron muy difíciles. Pudimos arrancar gracias a la colaboración de algunos maestros generosos que nos brindaron sus aportaciones personales y la de los equipos que dirigían: Alan Deyermond, que entonces trabajaba en el Suplemento de la Historia y Crítica de la Literatura Española, nos pasó no pocas fichas, Germán Orduna puso a trabajar su excelente equipo del SECRIT, Valeria Bertolucci nos brindó la valiosa colaboración de los estudiosos de la Università di Pisa; pudimos contar también con la aportación de Giovanna Marroni, que en los últimos años había realizado una revisión copiosa y minuciosa de la bibliografía sobre literatura galaico-portuguesa. La sección de Literatura Catalana corrió desde los primeros tiempos a cargo de Lola Badia y su equipo de colaboradores y de la sección latina se ocupó José Manuel Díaz de Bustamante. Así nació en 1988 el volumen fundacional (hemos de aceptar que aún alejado de nuestras ambiciones) con la bibliografía del año precedente; representaba, sin embargo, el tipo de elenco bibliográfico que juzgábamos conveniente y posible.
En primer lugar nos planteamos un problema de definición: ¿qué es la bibliografía útil para un investigador del Medioevo literario hispánico? Siempre hemos procurado entender este concepto en el sentido más amplio posible. Hemos creído, por ejemplo, que pueden interesar estudios de carácter general sobre otras literaturas y los relativos a obras o temas comunes con las nuestras, pero también trabajos concretos que incorporen métodos cuyo conocimiento puede ser de utilidad; por esta vía, podríamos acabar en una bibliografía general de estudios literarios medievales, cosa a todas luces imposible y desproporcionada. Llegan a continuación las que podríamos considerar ciencias auxiliares del medievalista: las bibliografías, los estudios de paleografía y codicología… Hoy resultan inevitables los trabajos de historia medieval, que han alcanzado niveles modélicos y aportan materiales imprescindibles: aspectos de la historia social y cultural, de las mentalidades, de la vida cotidiana, estudios generales de carácter político, monografías sobre reinados, sobre instituciones, colecciones de documentos… ¿Hasta cuándo son útiles? Depende de los intereses de cada uno, así que, sin pretender que nuestro Boletín se convierta en un repertorio general del medievalista sí que hemos aceptado cuantos trabajos de calidad e interés cayeran en nuestras manos, sobre todo cuando intentaban abarcar un período, un aspecto, una parcela de carácter general.
Tampoco resultan obvios los límites cronológicos. Aún limitándonos a las investigaciones sobre el Medioevo no podemos prescindir de áreas de investigación cuyo término no coincide con el de este período; pensemos por ejemplo en el Romancero y la poesía tradicional, cuyos problemas teóricos y cuya historia textual se extienden sin solución de continuidad durante los Siglos de Oro y llegan hasta la literatura oral actual; en los libros de caballerías, cuya mayor floración se da en el Renacimiento y Barroco; en la poesía de cancionero, que sigue viva, con pocos cambios, hasta la época de Lope y Góngora (y no deja de tener después un peso particular sobre la creación literaria); en la presencia de la épica medieval durante las discusiones identitarias de los siglos XIX y XX. Desde un punto de vista más amplio, ¿podemos dejar completamente de lado la recepción de los temas medievales en la literatura posterior? ¿Y la reciente moda de la novela histórica de tema medieval o pseudomedieval? ¿Podemos dejar de lado los estudios de Historia de la Filología y de la erudición, ya tan florecientes, capaces de dar luz sobre la evolución y condicionamientos de nuestra disciplina? Pero ¿no corremos el riesgo de difuminarla completamente si aceptamos como propia cada una de estas parcelas? A veces, la excesiva concreción de alguno de estos temas permite dejarlo de lado, otras veces queda demasiado excéntrico respecto al círculo de los medievalistas; pero si su exclusión sistemática resulta empobrecedora, su inclusión ha de sujetarse forzosamente a algunos límites.
Por otra parte, tampoco resultó fácil adoptar un modelo de ficha. Las nuestras, por lo general, son descriptivas y breves; los estilos son variados y al lado de algunas de carácter casi exhaustivo, incluso a veces críticas, proliferan las descripciones muy sumarias del contenido. Naturalmente, nos habría gustado que consistieran en auténticas reseñas, pero el empeño resultaba (y tememos que resultará siempre) demasiado ambicioso. Los intentos de este tipo requieren un equipo muy grande, con especialistas en cada uno de los campos habituales de estudio, muchos meses de trabajo y un esfuerzo que no nos hemos atrevido nunca a pedir. Por otra parte, un empeño de este tipo habría de acoger limitaciones que nosotros nunca hemos aceptado: una selección estricta del ámbito a reseñar (sólo trabajos españoles, por ejemplo, o sólo la producción de los socios) y un intervalo de tiempo mucho mayor entre el año que se reseña y el año de aparición. En el más optimista de los casos, aún disponiendo de un equipo mucho mayor, sería imposible disponer en cada verano de la producción del año precedente. Aceptando estas limitaciones, el Boletín tendría una repercusión y una utilidad más bien menguada.
Porque una de las ventajas de nuestros criterios es que pronto pudimos consolidar el final de curso como el momento de aparición de las anualidades sucesivas; realmente no ha sido nunca fácil cumplir estos plazos: no lo es recoger en tan breve término la producción del año precedente, ni lo es para todos los colaboradores reunir en pocos meses toda la información del año anterior, ni resultaba siempre factible componer, corregir, editar y distribuir el volumen en pocos meses, seis en total. De ahí que con cierta frecuencia algunas fichas queden para el volumen siguiente: o la publicación ha salido con retraso, o no han llegado a nuestras manos en el momento preciso, o no hemos podido atender debidamente cierto sector, o algún colaborador se ha retrasado… Llegado el momento, la recolección ha de cerrarse necesariamente, aún a riesgo de retrasar un año la reseña de parte del material.
Sí que nos esforzamos desde el primer momento en crear un sistema de indexadores que permitiera localizar rápidamente y con un mínimo de rigor las fichas relativas a cada uno de los campos de trabajo; nos pareció un objetivo irrenunciable y ha consumido no pocos esfuerzos. El sistema es complejo, en particular cuando intentamos crear un elenco de indexadores temáticos suficientes y no dispersos; conseguir que todos los colaboradores (incluidos los responsables de la revisión) se acuerden siempre de cuál es la palabra clave para las canciones de gesta, los sermones o la comedia humanística no es fácil. Por otra parte, una lista suficiente en un momento determinado puede dejar de serlo a medida que evolucionan los campos de trabajo; hacia 1990 resultaba esencial incorporar el indexador “Descubrimientos”, que pronto resultó inútil. Hoy se vuelve imperioso encontrar identificadores apropiados para temas como, por ejemplo, la literatura de género, término que, siendo inequívoco, genera cierto malestar en nuestra conciencia lingüística; de modo que aún no nos hemos decidido a utilizar semejante palabro por antigramatical (si se me permite el uso, algo paródico, de un término no menos bárbaro, pero ya integrado en los estudios de lengua). Los trabajos de este tipo siguen amparándose bajo los indexadores “Sociedad”, “Mujer” u otros más específicos, nacidos como indexadores temáticos allá por el año 85. Confesada esta debilidad, diré que después de numerosas tentativas y progresivos reajustes, nos alegraría mucho haber encontrado una solución cómoda y suficiente para el conjunto de los socios y usuarios.
Naturalmente, los primeros volúmenes fueron de prueba y tanteo; desde el cuarto pareció consolidarse un equipo ya numeroso, con un buen elenco de jóvenes investigadores que dedicaban una parte substancial de su tiempo a la recolección de fichas, un repertorio suficiente de fuentes y un número cada vez mayor de bibliotecas cuyos fondos controlábamos, en general aquellas donde trabajaban los equipos de redacción: Barcelona, Pisa, Buenos Aires, Santiago de Compostela, luego Lisboa, Madrid, Roma… Si se hojean los volúmenes hasta el décimo, pareció que habíamos conseguido un control suficiente de las publicaciones y una cierta estabilidad de los contenidos, que se rompió en el undécimo. Creció irreversiblemente el número de fichas como no habíamos previsto y, con ellas, la necesidad de más colaboraciones; el incremento de la hispanomedievalística, debido en parte al intenso trabajo de promoción que irradió de la AHLM, amenazó y sigue amenazando con anegarnos.
Basta observar el conjunto de los volúmenes para detectar un incremento imparable desde el undécimo. El crecimiento de la bibliografía y la progresiva especialización del equipo volvieron cada vez más difícil para la Asociación el mantenimiento económico de este órgano que, por otra parte, parecía cada día más imprescindible. Desde este momento difundíamos también el contenido en formato Access y comenzamos a compaginar el libro con la web que el GRISO puso generosamente a nuestra disposición; la creación de una web propia de la AHLM ha llevado progresivamente a la situación actual: un volumen parcialmente impreso, con otra parte digitalizada en formato pdf más un fichero de Access acumulable, conviven con una bibliografía completa en nuestra web donde resulta fácil obtener la totalidad de la información deseada. Utilizar la evolución tecnológica es una necesidad y una riqueza, aunque a veces obligue a elecciones incómodas. Desde el volumen 18 Gemma Avenoza, que había empezado tiempo atrás a acusar el cansancio de una dedicación pesada y a plazo fijo, difícil de compaginar con su propia investigación, fue substituida por Lourdes Soriano, que había colaborado con ella durante varios años. Y así hemos llegado, paso a paso, a la situación actual, que no es ni puede ser estable y definitiva. Cambian los tiempos, cambian las personas, sobrevive sólo el trabajo bien hecho y las exigencias de rigor y flexibilidad aumentan cada día.
Los cambios de los últimos años han afectado también al contenido. En cierto momento, imperceptiblemente, comenzaron a proliferar las misceláneas, antes más raras. Algo más tarde empezaron a aparecer revistas electrónicas que en poco tiempo se han multiplicado, con el incremento imparable de nuevas publicaciones en medios virtuales; no siempre resultan fáciles de localizar y su inestabilidad impone servidumbres que resultaría ocioso explicar. Creemos haber empezado a controlar también este ámbito, cada día más difícil.
Por otra parte, en los últimos tiempos vienen escaseando los cuadernos bibliográficos, que en un principio caracterizaron fuertemente nuestra revista; el número seis estuvo a punto de acabar con nosotros por exceso de ambiciones pero si hoy repasamos los autores de aquellas aportaciones encontraremos las firmas más consolidadas del medievalismo actual. Fue una experiencia enriquecedora y una aportación muy útil a nuestros estudios que no conviene dejar de lado, aunque los cambios en la valoración oficial de las revistas obliga a todos a revisar nuestros criterios.
Para cerrar este balance se me permitirá un breve recuento. En la base de datos que los socios pueden consultar en la red, sumando las fichas relativas a Literatura Castellana, la Literatura Catalana y la Literatura Gallega más la Literatura Portuguesa hallamos más de treinta mil referencias. Desde luego, estas cifras no son fiables pues son muchas las obras reseñadas en más de una sección y no faltan repeticiones por inadvertencia; pero si tenemos en cuenta las posibilidades de consulta disponibles, sin ser, desde luego, exhaustiva, se trata de un volumen de información muy considerable, más que suficiente para iniciar una investigación sobre cualquiera de los temas habituales en nuestros estudios. Todo ello fue posible gracias a la colaboración de numerosos colegas, especialmente jóvenes, que nos ayudaron con su esfuerzo y dedicación. La relación completa va en la sección "Colaboradores" de esa página web; también allí se podrán encontrar algunas de las más granadas personalidades de la AHLM y del hispanomedievalismo.
La utilidad de este Boletín y el éxito de la AHLM en su conjunto son fenómenos complejos, y sin duda se deben en gran medida a la fortuna de haber promocionado los estudios medievales en tierra fértil; nadie lo habría dicho ante la sequedad y aridez de los años sesenta, setenta y primeros ochenta. Los que ya peinamos canas desde hace algún (o mucho) tiempo nos sentimos orgullosos de tanto joven ilusionado como va entrando en nuestras filas, y no hay duda de que, si hemos podido rendir algún servicio, se debe, en gran medida, a su entusiasmo. Esta es la clave de esta empresa: entusiasmo desinteresado, en primer lugar, de un nutrido equipo de colaboradores que sacrifican una parte significativa de su tiempo y de su esfuerzo para ser útiles a los demás; entusiasmo de las sucesivas editoras, que siempre consideraron esta empresa como propia, y entusiasmo de nuestros socios y amigos, que nos facilitan indeciblemente el conocimiento de publicaciones de acceso a menudo nada fácil y cuyo conocimiento, sin ellos, nos escaparía a menudo. Si en algo ayudamos para el futuro de estos estudios, a todos ellos lo debemos.
Vicenç Beltran